jueves, 11 de diciembre de 2014

Manzanas y naranjas



                                           Alejandro Gañán y la periodista Claudia Hurtado

 Alejandro Gañán nació en el poblado indígena de San Lorenzo, jurisdicción de Riosucio, municipio de Caldas célebre por su  Carnaval del Diablo que cada dos años recibe visitantes de  muchos lugares de Colombia y también del exterior.
Como todos los de su comunidad, Alejandro es de baja estatura, grueso, de piel cetrina y  está dotado de unas manos grandes que un día  aprendieron a confeccionar los bolsos de cuero, hilo y guadua que ofrece  en un mercado creado para comercializar los productos de  un grupo de personas víctimas de la violencia y el desplazamiento forzoso en Colombia.
Pero ese es el final feliz de la historia: para  llegar hasta aquí, él y los  suyos tuvieron que recorrer un largo y tortuoso camino.
Todo comenzó un día de  1988 cuando  su hermana, promotora de salud pública en el sector, recibió un encargo que formaba parte de sus  rituales cotidianos: alguien le pidió  comprar un paquete de manzanas y otro de  naranjas para entregarlo a otro alguien sin nombre. Esas  frutas se convirtieron en su perdición  y en el primer peldaño para el descenso a los infiernos de otros miembros de su familia y de centenares de vecinos.
“Resultó que las frutas  iban con destino a un señor que la guerrilla  del Epl tenía secuestrado y amarrado en una zona cercana”, dice Alejandro  con la voz entrecortada por una pena que  veintiseis  años  transcurridos no han  alcanzado a curar. “Según todos los indicios, la esposa del secuestrado prefirió pagarle a un comandante del ejército la  misma suma que los  guerrilleros pedían, para que  sus hombres se encargaran de  hacer justicia  por su cuenta”, complementa con un destello  húmedo en la mirada.

                                                    Poblado de San Lorenzo

A los pocos días  la  mujer  fue  sacada a  la fuerza de la casa familiar y desde entonces su nombre  se encuentra entre los de 60.000 personas que  las autoridades reconocen como oficialmente desaparecidas en Colombia desde  1942 hasta la fecha. Luego de su secuestro, decenas de vecinos corrieron la misma suerte, según  la versión de Gañán avalada por investigadores independientes como Omar Azuero y por organismos de derechos humanos. Ese  mismo año de 1988 Alejandro fue víctima de un atentado en el que los agresores contaron con la complicidad de uno de los amigos más cercanos de la víctima. Así son estas historias. “Escapé por un pelito”, exclama y su mirada se ilumina con esa clase de regocijo solo conocida por los sobrevivientes.
Huyendo del infortunio llegó  con su familia a Pereira, donde  lideró la invasión de un predio en compañía de un grupo de personas   sin vivienda. Trabajaba en la instalación de cableado para una empresa de telefonía cuando fue arrollado por un automóvil, pero esta vez también escapó a tiempo del nuevo asalto de la muerte. Convaleciente, descubrió que existía un enemigo tan temible como los grupos armados legales e ilegales causantes  de su destierro: el analfabetismo. Por eso se consagró a estudiar con un empeño que hoy lo tiene cursando la carrera de negocios internacionales.

                                                Familiares de víctimas de la guerra

Un día, sitiado por el hambre y por la desesperación pintada en el rostro de su madre, decidió que  apelaría al legado de sus ancestros y se consagraría a la confección de  los bolsos de guadua y cuero que hoy ofrece en cuanta feria  se  le cruza en el camino. La mañana en que hablamos, salía con su cargamento a cuestas rumbo a uno de  esos mercados.
Antes de despedirse me confiesa que más de una vez estuvo a punto de tomar el camino de la desesperación, incluso otro peor: el de la venganza. Sin embargo-  él prefiere apelar a un mito personal- su Dios lo iluminó y le marcó el camino de la guadua y el cuero. Por lo pronto, cuando Colombia ensaya de  nuevo la opción de un proceso de paz lleno de escollos y enemigos, la experiencia de  personas como Alejandro  Gañán bien podría servirnos  de ejemplo a la hora de intentar nuevos rumbos.

9 comentarios:

  1. Esa historia es famosa en esa región del occidente de Caldas. De hecho, según la base de datos Noche y Niebla y más recientemente una investigación de Felipe Chica publicada hace poco en La Silla Vacía (adjunto: http://lasillavacia.com/content/quinchia-entre-el-oro-y-la-zozobra-49086) se supone que con esas desapariciones se inauguró la llegada de grupos paramilitares a la zona. Menciona el milagro pero no el santo:, el secuestrado asesinado fue Hernán Londoño, un tío del célebre político manizaleño Fernando Londoño Hoyos, miembros de una poderosa familia conservadora del país.

    Saludos, Cami.

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  2. ¡60.000!! ..Pone los pelos de punta la pasmosa cifra de los desaparecidos en Colombia, aunque por el más de medio siglo transcurrido del conflicto, en el cual se han ido acumulando las víctimas, me imagino que la población (especialmente la que no ha perdido algún pariente) nunca se ha hecho una dimensión cabal o completa de la tragedia. En la Guerra del Chaco, Bolivia perdió en apenas tres años 50.000 combatientes según cifras oficiales, y por lo que he leído en los libros de historia supuso una terrible tragedia para todo el país, ya que no había casi ninguna familia que no estuviese de luto. Muy emotiva crónica, que partiendo de un caso particular ofrece una idea de por qué cuesta tanto alcanzar de una vez la paz y cerrar heridas en la sociedad colombiana.

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  3. Mil gracias por los datos, apreciado Camilo... y también por los enlaces.

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  4. Apreciado José : el poeta colombiano Juan Manuel Roca dice en uno de sus poemas que con la cantidad de desaparecidos se podría poblar otro país : una suerte de Colombia fantasma. Acto seguido habla de " abandonar un país como a un barco que naufraga".

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  6. Los sobrevivientes son grandes maestros de vida, amigo Gustavo. Y el personaje que describes es uno de los más diestros en el arte de seguir viviendo al día siguiente de cuando te quieren matar. Como él, tanta y tanta gente humilde... Cuando se habla de desaparecidos en mi país, muchas veces estamos refiriéndonos a jóvenes de clase media y urbana que se levantaron contra los militares, mayoritariamente en las ciudades y no tanto en zonas rurales. No digo que no hubiera víctimas en otros sectores, claro, pero ya se entiende que la composición social de las víctimas en Argentina y Colombia tiene diferentes matices. (No olvidemos, claro, que en Tucumán, por ejemplo, la población rural sufrió mucho la represión.) También conviene destacar, como sugiere José, que los desaparecidos en Colombia son mucho más numerosos, ya que el proceso, "la guerra", ha sido tan prolongado en tu país.

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  7. " Vivir al día siguiente de cuando te quieren matar" : ese si que es todo un manual de supervivencia , mi querido don Lalo. A propósito de la Argentina, evoco ahora unos versos de Andrés Calamaro que dicen así : " Me parece que soy de la quinta/ que vio el mundial setentiocho ( sic) / crecí viendo a mi alrededor paranoia y horror". Bueno, más o menos todos los colombianos hemos crecido así.

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  8. Cómo dirían acá, maestro, el señor sí que "tiene huevos" ( y perdón por las palabras) Pero allí hay algo que solo lo aprovechan los oportunistas, y de una manera errónea. Ante una experiencia de vida como la Alejandro, muy valñiosa en un país intolerante como el nuestro, los gobernantes y líderes políticos, sobre todo, se aprovechan de ella para cubrir, con el dolor de la historia y su ejemplo de superación, lo base de sí misma: la violencia que se toma cada región. Así solo le imprimen publicidad y la explotan dentro de la mercadotecnia y la propaganda para que con ello olvidemos que la historia debe ser una ventana sin cristal por donde podamos sentir qué nos pasa como sociedad. La lucha de Alejandro es esperanzador, tan meritorio como el de cualquier científico, deportista o artista.
    Abrazos.

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  9. Ah, claro: ni los burócratas ni los politiqueros desaprovechan oportunidades de ese tamaño, apreciado Eskimal. Pero, independiente de eso ,quedan la creativad, el coraje y el espíritu indomable de personas como Alejandro Gañán.

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