jueves, 18 de febrero de 2016

El hombre según sus perros




 Parecía la escena de una de esas películas delirantes de Federico  Fellini o Carlos Saura: un montón de perros  de distintas razas adornados con moños y gorros de colores, arrastraban a sus amos  hasta el centro del parque de Los  Álamos en Pereira. Sobre una mesa adornada con festones los esperaba una enorme torta con forma de hueso.
La jauría jadeaba y ladraba, mientras hombres mujeres y niños hacían lo propio. Un anciano con cara de jubilado próspero anunció con voz entrecortada que su perro Beto estaba cumpliendo el primer año de vida. Ese era el motivo de la fiesta. La turba humana prorrumpió en una salva de aplausos mientras algunos vecinos, curiosos, se asomaban a los balcones de los edificios.  Respondiendo a alguna señal secreta que no alcancé a captar, todos desenfundaron sus teléfonos y  cámaras digitales enfocando ora a Beto, ora a su dueño o a la veintena de animales invitados al agasajo.
Olvidaba un detalle: había, además, dos gatos  colados que todo el mundo ignoró.
Y mierda de perro. Mucha mierda de perro.


Contemplándolos, entendí por qué  tantos afirman que ya no hay redención para la tribu humana, tal es su grado de desesperación.
Por lo visto, a nadie se le ocurrió pensar en lo más elemental: el homenajeado ignoraba que asistía a su propio cumpleaños, como lo ignoraban todos sus congéneres aulladores. A diferencia de  los humanos,  su vida transcurre fuera del tiempo, esa invención de seres atribulados  por la fragilidad y por eso mismo creadores de dioses y consuelos.
La parranda humano  perruna  alcanzaba por momentos el paroxismo. Una anciana con el pelo teñido de color  morado arrojaba puñados de confeti a la concurrencia que, agradecida, la recompensaba con decenas, cientos de fotografías  tomadas con sus teléfonos y multiplicadas por el mundo a  través de WhatsApp.
 Como corresponde a un país de retóricos, uno de los asistentes  hilvanó un discurso, interrumpido de inmediato por el griterío: en estos curiosos ritos modernos no hay mucho lugar para las palabras.
Fracasados en el intento de comunicarnos con el prójimo a través del amor, la amistad o la complicidad, nos volcamos ahora sobre el reino animal con la desesperada esperanza de los náufragos.


Sobra advertir que la escena me capturó desde el comienzo. Contemplándola, recordé  el episodio de histeria desatado en las redes sociales por la muerte de un perro  apuñalado por un transeúnte que se sintió atacado.
Ese día mi mente hizo ¡Plop! Por supuesto, se trataba de un acto terrible, incluso imperdonable... pero ¿No mueren todos los días personas apuñaladas o acribilladas a tiros y a nadie le indigna  eso? Algo irrecuperable debe haberse desmoronado  en nuestro interior para que sucedan cosas tan extrañas como esas: la fiesta de cumpleaños de un perro; la indiferencia ante la tragedia humana contrastada con la exasperación ante el sufrimiento animal; la incomunicación de los parroquianos reunidos en  un parque.  Esa  torta con forma de hueso destacaba  en medio de todo como el símbolo de unos tiempos signados por la banalidad.  Parecía el anuncio de una cruzada. Como la Cruz Gamada; como la hoz y el martillo. Quién sabe. A  lo mejor esas personas estaban plantando  los cimientos de una nueva y singular religión cuya divinidad es el vacío. Nada más que el vacío.

10 comentarios:

  1. No sé, creo que es más complejo, aunque sí, el vacío, siempre el vacío...

    También repudio el animalismo de una especie (la humana) que ni siquiera ha sido capaz de practicar cabalmente el humanismo, el amor por si misma. Sin embargo, creo que el desdén o el amor por los animales dice mucho de nosotros como seres capaces de vivir en equilibrio con los demás elementos de la naturaleza, y eso poco se entiende actualmente. Quizá una manifestación de idiotez como celebrar el cumpleaños de un perro sea más bien una muestra de desequilibrio, pero me acordé de Colmillo Blanco, el clásico de Jack London donde se muestra que el amor entre hombres y animales puede ser espontáneo y primitivo, y de ese amor puede depender la vida de ambos en contextos salvajes. Me dio por pensar en la relación casi íntima de ciertos jinetes campesinos con sus bestias, de la admiración que hay en nuestra cultura por las mulas, de los importantes que eran ciertos animales en las culturas americanas. En "Voces de Chernóbil" hay un apartado en que los viejos se aterran porque han desaparecido las abejas. Acaba de explotar una central nuclear pero a ellos les preocupan las abejas. ¿Amar a los perros no es una muestra absoluta de que somos humanos y no fieras?

    Saludos. Cami.

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  2. Usted ha puesto alto el punto, apreciado Camilo: el amor a los animales expresado en la cosmovisión de san Franciso de Asís o la armonía con la naturaleza implícita en la vida de muchos pueblos están a años luz de estas prácticas autistas, surgidas-cómo no- de humanas necesidades de afecto y compañía, pero por eso mismo explotadas hasta la saciedad por la publicidad y el mercadeo.
    Creo que en medio de toda esta moda lo menos importante es " amar a los perros". O si no, pregúnte a los fabricantes de ropa, comida y accesorios para animales.

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  3. Usted ha tocado un asunto espinoso que andando el tiempo ha sido tambien engullido por la corrección politica. Como usted sabe, adoro a los perros pero no por ello me voy a dedicar a criar alguno irresponsablemente, aunque sea en la estrechez de mi apartamento, como hacen muchos creyendo que los animales son como sus peluches y no seres que sufren y se estresan. Por supuesto que estoy en contra de esos desfiles y marchas (como en el dia de San Roque) en plazas que es puro exhibicionismo de sus dueños que parecen competir para ver quien tiene el perro mas bonito o mejor adornado.Detesto a un vecino que el muy puerco saca a sus dos perros a la calle durante todo el dia para que estos correteen a ciclistas y anden meando y dejando su mierda en los portales de los vecinos. En lo demas, suscribo todo lo que apunta Camilo, el hombre y los animales puede establecer amistades de lo mas entrañables pero no en cualquier condición.

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    1. Fíjese nada más en esto, apreciado José : el sector de más crecimiento en los grandes almacenes es el de los alimentos y chucherías para mascotas. Eso en si mismo constituye un síntoma. No me malinterpreten : también quiero, valoro y respeto a los animales, pero ninguna campaña de publicidad y mercadeo, por diabólica que sea, me va a conducir a semejantes extravagancias.

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    2. Yo si lo malinterpreto, porque me parece que en el fondo a usted se le huele la inquina por encima y no le gustaría para nada que Aranguren consiguiera concentrado para armadillos en el pabellón del supermercado.

      Y en paz descanse el finado (el armadillo, claro)

      Cami.

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    3. Ja, corroborando su apreciación, el otro dia me quedé patidifuso al ver en una tienda de abarrotes que una cuartilla (6 libras) de esas galletitas para perros que vienen en sacos grandes costaba más que una cuartilla de azúcar, y estaban lado a lado los saquillos para mayor extrañeza. Quién sabe, dentro de poco tal vez saquen azúcar para perros como que ya hay cerveza especial para ellos.

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    4. Ja, ja, ja. Excelente idea, Camilo : de inmediato empezaré a tramitar la franquicia para la distribución exclusiva de concentrados para armadillos... Ah ... y de pañitos para limpiarles los "cuartos traseros", como dicen los taurinos tan odiados por los animalistas.

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    5. ¡ Recórcholis! ¿Cerveza? ¿ Y qué vamos a hacer con una legión de perros borrachos?

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  4. Maestro.
    Si en realidad se quiere festejar a los animales, si en realidad se busca respetarlos, lo primero que debemos hacer es reconocer que no nos necesitan tanto. Es inútil humanizar a un perro, crearle símbolos.
    Después de la fiesta ¿Si habrán recogido la mierda de perro?
    A mi nunca me celebraron una fiesta en un parque.
    Saludos Gustavo

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    1. Por ahí va la cosa, apreciado Eskimal : la mejor manera de respetar a los animales es tratarlos como lo que son : perros, gatos, ardillas, serpientes. Entre otras cosas, esa era la premisa de san Francisco de Asís.
      Nosotros, en cambio, pretendemos degradarlos al ridículo propio de las fiestas de disfraces. Pobres animales, exhibidos en los centros comerciales disfrazados de humanos: ni más ni menos.

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