jueves, 13 de julio de 2017

Injertos





 Leí en  la sección Hacienda del diario económico La República el siguiente titular: Economía Naranja mueve hasta $ 18 billones anuales.

Esa es una cifra considerable.

Solo que  debe ser desglosada,  con el fin de comprender su impacto en un sector específico: el del arte y la cultura.

Porque nos han vendido la idea de que el concepto de economía naranja se refiere solo a estos últimos.

Y eso crea de entrada una confusión estadística y de conceptos.

Para empezar, todavía no tenemos claro  el significado de esa etiqueta, promovida a nivel global desde hace más de diez años.



En el Tercer Mundo somos proclives a imitar conductas y programas diseñados desde los grandes centros de poder político, social, económico cultural o académico.

Por eso, a menudo nos comportamos al modo de los cardúmenes que siguen – en masa y a ciegas- a un líder  o gurú, sin tener idea de su lugar de destino.

Esa misma fe ciega nos impide someter los discursos y teorías a cuestionamientos que permitan identificar su validez en un contexto y en un tiempo determinado.

Igual que si se tratara de una nueva moda de vestidos, consumimos y desechamos ideas sin que nos dejen provecho alguno. En el campo de la administración  pública y privada se despilfarran millones en la contratación de expertos y en el pago de propiedad  intelectual por fórmulas que en muchos casos no funcionaron  ni  siquiera en sus sitios de origen.

Sucedió con la Revolución Francesa, que en nuestro continente adquirió muchas veces tintes de esperpento.

Pasó con el intento de trasplantar el modelo norteamericano de democracia, concebido como escenario de participación política a partir de igualdad de oportunidades económicas.

Solo que nosotros omitimos este último detalle y ya vemos como nos va.

Podríamos seguir enumerando y siempre llegaremos a la misma conclusión: nos volvimos expertos en injertar  tejidos ajenos en nuestro cuerpo, sin fijarnos en su capacidad de asimilación.



Y todo con la excusa de que la globalización es ineludible.

Esto es cierto, pero  su buena aplicación debe estar precedida por la pregunta acerca de su pertinencia y sus beneficios.

De lo contrario, los efectos no solo son impredecibles: pueden llegar a ser devastadores.

Eso es lo que sucede hoy en Colombia con la  Economía Naranja, que ya tiene visos de fiebre.

La expresión visible de esta  última son las Industrias Culturales.

“¡El Muro de Berlín  cayó en 1989! El socialismo es cosa de mamertos! ¡Es la hora del mercado y de las Industrias Culturales! Le escuché decir a un exaltado director  de teatro.

Por lo visto, al hombre no le interesaba fijarse en su propia contradicción: Dedica  buena parte de su tiempo a gestionar recursos del Estado, según lo establecido en la Constitución de  1991, que define a la cultura como la base de la nacionalidad.

Como llevo oyendo distintas versiones de esa idea desde que el profesor Fukuyama proclamó su célebre evangelio de El Fin de la Historia, me  concentré en  seguir  algunas pistas, escudriñando por igual en fuentes documentales y testimoniales.

Los resultados no fueron muy alentadores.

Por ejemplo, la noción de Economía Naranja no solo alude a la cultura y el arte,  sino a la infinita gama del entretenimiento en general.



Así, en una misma bolsa mezclan un festival de teatro, el menú de un restaurante, un canal de televisión y un poderoso equipo de fútbol como el Atlético Nacional.

Un detalle: Este club factura más que todas las actividades artísticas y culturales juntas.

Por eso es mejor andarse  con ojo de águila.

Y esto implica  no desconectar lo cultural del ámbito político.

En Europa, donde  muchas políticas culturales siguen forjándose al amparo de la socialdemocracia, estados como el francés subsidian a los artistas o agrupaciones locales y extranjeras que acrediten un mínimo de treinta y dos presentaciones públicas al año.



Los  Estados Unidos en cambio, fieles a su política del dejar hacer, lo ponen todo en manos del mercado y sus inciertas leyes.

Siguiendo lo trazado en la constitución, en Colombia se le asignan responsabilidades al Estado y a los gobiernos en el orden local, regional y nacional.

Y en este punto afloran grandes contradicciones y riesgos.

El supuesto florecimiento de las Industrias Culturales  en Colombia puede darles argumentos a los técnicos  para recortar recursos,  amparándose en pretextos como la crisis y la austeridad.

Eso dejaría sin aire a un amplio sector de la cultura.

Para ilustrarlo va un dato: En Pereira producir una obra teatral de calidad demanda- como mínimo- unos cien millones de pesos- (USD$ 33.300)   de inversión inicial.

A escala internacional esa cifra puede parecer exigua. Pero para muchas agrupaciones recuperar esa suma puede representar un calvario, cuando no un imposible.



Es en ese momento cuando cobran importancia las políticas y los recursos del Estado.

Es decir, la otra cara de la Economía Naranja.

 El lenguaje nunca es inocente ni gratuito.

Por eso, resulta necesario revisar- y repensar- esos modelos antes de injertarlos en nuestra vida cotidiana.

No vaya  a ser que el organismo produzca sus propios anticuerpos y – revalidando el viejo refrán-   corramos el riesgo de  hacer del remedio algo peor que la enfermedad.

PDT .  les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

4 comentarios:

  1. Como vivo un poco apartado, no sabía que a la economía creativa le habían puesto color. Supongo que es un buen recurso para ampliar la vigencia de la idea, uno de esos artificios dialécticos que se alimentan a sí mismos y echan cuerpo como las bolas de nieve cuesta abajo. Muy oportuna tu advertencia de tomar con pinzas las afirmaciones que llueven con creciente frecuencia en relación con esto. El "sector" (supongo que esta palabra ya le queda chica) crece y crece, en parte, porque es una bolsa en la que cabe todo.

    ResponderBorrar
  2. En eso reside la clave, mi querido don Lalo: es una bolsa bastante inflada. Esa condición encandila a mucha gente y la priva de la distancia crítica necesaria para identificar todos los matices de la naranja... empezando por los más tóxicos.
    Ah... no se preocupe. Yo no acabo de entender por completo el concepto. Por lo pronto, parece que el nombre tiene las mismas raíces que el Lucy in the sky of diamonds de Los Beatles.

    ResponderBorrar
  3. ¿Asi que le llaman ‘industria naranja’ a eso de organizar conciertos multitudinarios, verbenas y otros circos distraccionistas? Lo de industria, me lo creo porque resulta que habia sido un pingüe negocio para los burócratas. Justamente hace dos dia veia un documental de una periodista local donde denunciaba los cuantiosos recursos que se despilfarraban en aniversarios civicos a título de “cultura”. Con documentos en mano,mostraba cómo estaban inflados los presupuestos, donde los que menos salian beneficiados eran los artistas convocados, quienes cobraban apenas un tercio o menos de los montos que figuraban en planillas. Y asi sucesivamente, el modo de proceder se extendia a los servicios relacionados: sonido, iluminacion, catering, publicidad, etc,. En suma, en cada festejo se gastan miles de dolares donde una gran parte del dinero se esfuma en items fantasmas o gastos figurados. Y no pasa nada con los responsables, porque segurmaente el dinero desviado llega a varios bolsillos de la alcaldia.

    ResponderBorrar
  4. Si señor, lo llaman economía naranja, apreciado José. Eso del arte y la cultura como expresiones de " Lo mejor de una comunidad", según rezaba la vieja frase, pasó a mejor vida.
    Ahora hablamos de mercado puro y duro.
    Y el que no lo asuma así, bien puede apearse del bus. O al menos eso dicen los evangelistas de esa corriente.

    ResponderBorrar

Ingrese aqui su comentario, de forma respetuosa y argumentada: