jueves, 9 de noviembre de 2017

Mil recetas para arreglar el mundo





Sopa criolla
Empanadas argentinas
Empanadas chilenas
Crema de camarones
Vino tinto
Café
Sopa Carolina
Pastel de papaya
Milanesa
Churrasco
Fríjoles
Panaliñado
Pandanés
Pande2.800

La carta de un buen restaurante es lo más parecido a una convención de invitados de todo el mundo cuyo centro de actividades es la cocina.

Allí se reúnen los productos de la sierra y del llano, del mar y del río, para emprender una silenciosa discusión de la que no pocas veces salen maravillas para el paladar.

Y también están, claro, los anfitriones de la convención. En este caso son los cocineros, panaderos, pasteleros, meseros y mensajeros consagrados a velar por que a los invitados no les falte nada.

Al frente de esos intérpretes están el dueño y el administrador.

Con todos esos ingredientes está cocinado el libro  La vida pasa en  Versalles, escrito por el periodista y profesor universitario Guillermo Zuluaga Ceballos y editado por Sílaba Editores en 2017.

Este Versalles no es el de los jardines que vieron pasear la soberbia y la decadencia de los Luises que gobernaron  a Francia hasta el siglo XIX.

Pero algo tiene de  eso, porque sus mesas han sido ocupadas, década tras década, por figurones de la vida pública regional, nacional y hasta internacional.

Por aquí pasaron mitos del fútbol como José Manuel “Charro”, Moreno, Raúl Navarro, Oswaldo Juan Zubeldía y Omar Orestes Corbatta.



Desde  sus salones emitieron sus programas periodistas deportivos tan reconocidos como Wbeimar Muñoz Ceballos y Julio Arrastía Bricca.

Se trata del restaurante y salón social fundado al despuntar los años sesenta del siglo anterior por el argentino Leonardo Nieto Jardón, uno de los tantos que llegaron seducidos por el mito de Gardel y se quedaron para siempre en Medellín, una suerte de santuario para futbolistas en trance de retiro y cantores de tango que un día llegaron a cantar en los grilles y ya no encontraron el  camino de regreso hacia el  Río de La Plata.

Ubicado en la carrera Junín, una arteria por la que circula buena parte de la vida de  la ciudad, Versalles  se convirtió con el paso de los años en punto de encuentro, lugar de celebración, sitio de meditación  y centro de negocios para sucesivas generaciones de habitantes y visitantes de la ciudad.

Es uno de  esos lugares donde la gente se sienta a arreglar el mundo animada por un café amargo o una botella de vino.



Sin  estos sitios  aquí y en cualquier lugar del mundo la vida sería muy triste.

Por eso don Leo se dedicó  un día a forjar Versalles con el ahínco del peregrino que levanta una ermita en medio de un erial.

 La gente le respondió, lo hizo suyo y  gran parte de la vida de Medellín empezó a latir a su alrededor.

Apoyándose en un amplio abanico de fuentes, empezando por el de los empleados y clientes del lugar, Guillermo Zuluaga Ceballos recupera a lo largo de ciento cincuenta y siete páginas fragmentos perdidos de la historia de la ciudad, entrelazados con las vidas anónimas  de parroquianos que en los días de la dicha o el infortunio encontraron siempre en el restaurante un lugar para llorar o festejar.

Valiéndose de las mejores técnicas de la crónica, el autor nos  invita a un paseo de ida y regreso que va de los secretos de cocina a los avatares de la vida en un territorio asaltado no pocas veces por los horrores de la guerra.



En medio de todo ese tejido se desenvuelve la vida de Don Leo, el  fundador,  amante de los caballos como buen argentino de su generación, que un día volvió  a Buenos Aires y lo encontró tan cambiado que decidió  quedarse para siempre en Medellín. En su finca de La Estrella, un municipio vecino,  se consagra al cuidado de Camilo, uno de sus caballos, y de   Faraona, una yegua preñada.

En esas anda Don Leo,   evocando viejas glorias del fútbol y recordando los esfuerzos que hizo para traer a Medellín a dos de sus escritores amados: Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato.



De eso y mucho más nos da cuenta Guillermo Zuluaga Ceballos en su libro.  Un  texto que además tiene otra cosa en común con la filosofía de Versalles, resumida en esta frase: Un negocio tiene que ofrecer una razón para volver.

Y un buen libro también.

PDT . Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

10 comentarios:

  1. Esa antojable colección de anécdotas, historias y secretos que usted reseña a modo de aperitivo, me provoca dolorosos revoltijos de estómago vacio (menos mal que ya me hice con el volumen digital del Tratado de culinaria...de Abad Faciolince).
    Ah, y a su menú de cabecera sugiero añadir "salteñas bolivianas" para alimentar la intriga.

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  2. Usted, que escribe tan bien sobre gastronomía, debe conocer sitios de esos en Bolivia. Lugares donde los manteles son el pretexto para emprender un viaje a la memoria individual y colectiva, apreciado José.

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    1. Ojalá los hubiese, estimado amigo, sitios asi más bien escasean, quizas hay algunos en La Paz, por lo que he leido. Francamente no conozco ningun restaurante que destaque por su historia y otros sucesos para ser contados. Los lugares donde se cocinan buenas historias e interesantes relatos se dan en el entorno intimo, familiar y de amigos. Fuera de eso, los bolivianos somos más de salir a comer a las interminables ferias populares,donde prima la abundancia en desmedro de la calidad. De hecho, apenas existen libros o tratados sobre gastronomia, salvo los infaltables recetarios de cocina.

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  3. La mejor definición de tango es la de Discepolo, “un pensamiento triste que se baila”. Cambiemos “baila” por cualquier otra actividad en la que participan juntos hombres y mujeres, y tendremos el puente entre los cancioneros de muchos paises. Siempre he encontrado un paralelo entre la rica venida a menos de Like a Rolling Stone y la puta más ordinaria de Yira Yira. Juzga tú:

    After he took from you everything he could steal
    How does it feel
    How does it feel
    To be on your own
    With no direction home
    Like a complete unknown
    Like a rolling stone...

    Y después:

    Cuando estén secas las pilas
    De todos los timbres que vos apretas,
    Buscando un pecho fraterno
    Para morir abrazao.
    Cuando te dejen tirao,
    Después de cinchar,
    Lo mismo que a mí.
    Cuando manyes que a tu lado
    Se prueban la ropa
    Que vas a dejar...

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    1. El fango es fango aquí y donde lo pongan, mi querido don Lalo. Ricos o pobres todos tenemos que chapotear en él en busca de una rama para asirnos.
      Están igual de jodidos los protagonistas de Yira Yira y de Like a Rollin Stone.
      De ahí la furia sorda que circula por las entrañas de esas canciones-poemas.

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  4. De paso, seguro que sabes el origen del título, Yira, Yira...

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    1. Tengo entendido que viene de girare, de dar vueltas sin sentido, de callejear sin rumbo ni propósito, mi querido don Lalo.
      Lo mismo que chapotear en el fango.

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    2. Eco, la puttana fa il giro... En lunfardo, yira es (o era) sinónimo de puta.

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  5. Que Freud me perdone... no sé por qué me largué con el tema del tango, en vez del que propones. Tal vez haya un hilo entre tu tierra y la mía con el triste signo del tango.

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    1. No es solo un hilo, mi querido don Lalo: es todo un tejido el que nos une- y nos ata- alrededor del tango.
      La raíz de todo- supongo- está en desarraigo. No por casualidad en Colombia el tango encontró un lugar en el corazón de colonizadores de tierras baldías que lo habían dejado atrás.
      No por casualidad, el cantor emblemático de estas tierras es un hombre que adoptó el seudónimo de "El Caballero Gaucho".
      Aquí le comparto enlace a una de sus canciones.
      https://www.youtube.com/watch?v=Flp8f6GtsK4

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