jueves, 9 de mayo de 2019

Judíos, moros y cristianos







En 1946  un niño llamado Asher, que en hebreo significa “Bendito”, fue a  parar con sus mayores al municipio de Líbano, en el Departamento del Tolima, Colombia.

Habían escapado de Alemania  antes del fin de la Segunda Guerra Mundial y escogieron como su lugar de destino a un país que se desangraba en su propia contienda.

Siguiendo una línea casi paralela en el tiempo y el espacio, una pequeña de nombre  Houda, que en árabe a veces quiere decir “Misericordia” se asentó con sus padres en Anapoima, una población de tierra caliente utilizada para sus temporadas de descanso por las clases altas de Bogotá.

                                          Anapoima


Corría el año de  1948 y Colombia  se incendiaba del todo en medio de la furia de liberales y conservadores.

Pero los mayores de Asher y Houda habían sobrevivido a guerras peores.

Tiempo después, al promediar  la década de los años cincuenta del siglo XX, las dos familias se conocieron en un tren que viajaba de Armenia a Pereira, atraídas por la fama de esta ciudad como  lugar apropiado para hacer negocios.

Estaban a miles de kilómetros de sus lugares de origen pero se las arreglaron para entenderse en el español rudimentario aprendido a fuerza de necesidad.

Así que árabes y judíos hicieron buenos negocios en esas tierras productoras de café y siguieron encontrándose para compartir la mesa y contarse anécdotas de sus lugares de origen.

Veinte años después, allá por 1969, como en los cuentos de Las Mil y una Noches, sucedió lo que tenía que suceder: Asher y Houda se enamoraron, fundaron familia y se asentaron en una finca en el municipio de Montenegro, hoy Departamento del Quindío.

                                          Montenegro

Muy pronto, atendiendo al viejo mandato que cobija a los tres pueblos de La Biblia, se multiplicaron al ritmo de un hijo por año, a lo largo de una década.

Siguiendo otro  designio  los diez hijos- seis mujeres y cuatro hombres- hoy andan desperdigados por el mundo en una ruta que va de San  Francisco, Estados Unidos, a Sidney en Australia, sin contar países y poblaciones intermedias.

En todo el trayecto, estos hijos de Colombia originarios del  Medio Oriente han aprendido a cada  momento lo que es ser bien acogidos por conocidos y extraños en distintos lugares de la tierra.

“En todas partes siempre han encontrado a alguien dispuesto a compartir  el pan con ellos y nadie nunca les ha preguntado el porqué de su andareguiar”, dice  un Asher septuagenario, sentado frente a un vaso de vino y un plato de nueces.

“En realidad, tampoco nadie nos preguntó   nada cuando llegamos a Colombia con una mano adelante y la otra atrás. Simplemente nos acogieron y ya” dice, midiendo el sentido de sus palabras: setenta años después, siente temor de no estar utilizando los vocablos precisos para hacerse entender.

Debe ser por eso que Houda, su mujer, prefiere guardar silencio.



Escuchando   la historia de estos árabes y judíos que, como casi todo el mundo, sólo quieren vivir en paz, entiendo  una vez más que para la gente es muy fácil convivir en medio de las diferencias.

Incluso a pesar de las pugnas en defensa de sus intereses.

Son los políticos y los poderosos de toda laya los que azuzan a los pueblos y los conducen  al  matadero, cada vez que necesitan apoderarse de un territorio, imponer un modelo  de gobierno o una creencia religiosa.

Árabes, españoles y judíos convivieron durante siglos en la península ibérica dando origen  a una cultura fértil y diversa cuyos legados llegan hasta nuestros días.

Están en la literatura heredada de El Quijote; en  la cadencia angustiada del Cante Jondo o en las delicias del queso manchego, el vino tinto  y el jamón serrano.
Los tres pueblos estaban sentados a la mesa…  hasta que los intereses  representados en los  Reyes Católicos decidieron que era  hora de  expulsarlos de la que ya era su casa.

Una casa resumida en la palabra Sefarad, el nombre que los judíos le dieron a  España, su patria.
Una  casa que los árabes habían levantado con  piedras de Córdoba y Granada y adornado con tapices importados de sus reinos  milenarios.

 
                                                Líbano, Tolima

Y sin embargo  fueron arrancados de raíz de esas tierras que ya eran tan suyas como de los campesinos  nacidos en las montañas de Murcia.

Los nuevos poderes económicos, políticos, religiosos y militares decidieron que ya era hora de una nueva diáspora.

Para contrarrestar esos poderes, paralizantes como toda forma de dominio, los pueblos siguen encontrándose en cuanto escondrijo  descubren. Se miran, se tocan, se aparean  y se reproducen dando lugar a  otras voces, a nuevos tonos de piel y a otras formas de nombrar el mundo.

Como sucedió con las familias de Asher y Houda

Es su manera de conjurar la muerte y plantarle cara  a quienes, para facilitarse las cosas, desde el comienzo de los tiempos se han empecinado en dividirlos  en judíos, moros y cristianos.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
 


6 comentarios:

  1. Y en el pasado judíos y árabes siempre han convivido bastante bien, Dada la diáspora del pueblo judío, en todo el medio oriente los han acogido y tolerado. Es más, a raiz de la expulsión de la península ibérica se fueron desparramando por Marruecos, Egipto, y otros territorios. Otra cosa es que el sionismo y el extremismo musulmán han azuzado el odio entre ambos pueblos, llegando a los conflictos y enfrentamientos de nuestra época. Cabe anotar como ejemplo que en mi ciudad existe una notable comunidad árabe (proveniente de Palestina, Siria y Líbano mayormente) que vive en razonable armonia con judíos emigrados durante la segunda guerra mundial. Nunca he sabido de roces entre ellos, y seguramente se ha dado el caso de matrimonios mixtos.

    ResponderBorrar
  2. Usted lo ha dicho con claridad, apreciado José: otra cosa son el sionismo y el extremismo musulmán, ambas formas de expresión del poder político y económico, siempre dispuestos a la hora de atizar las hogueras.

    ResponderBorrar
  3. Me contó historia semejante una gorda mujerona negra de Nicosia, donde aún guarda ancestros que vinieron a regarse en El Cauca y el Chocó y ahora se regaron a cantar en Nueva York y San Francisco. Los unos huyeron a las guerras y otros a la esclavitud, quizá las mismas corrientes opresoras. Que buena esta entrada Martiniano. Va mi abrazo.

    ResponderBorrar
  4. Mil gracias, Guillermo. Cierto: esas historias se repiten con distintos nombres por todos los rincones de la tierra: son los andariegos plantando su simiente indómita para que nadie olvide que estuvieron allí.
    Un abrazo,
    Gustavo

    ResponderBorrar
  5. BUENA TARDE,LIC.GUSTAVO...TRES ARTICULOS QUE ME HAN DADO EN LA YUGU...MUCHAS GRACIAS.BESOABRAZO,CON SALSA Y CONTROL, JAVIER.

    ResponderBorrar
  6. Bueno, mi querido Javier. Eso de " La yugu" parece el título de una canción de salsa. Así que¡Salud!

    ResponderBorrar

Ingrese aqui su comentario, de forma respetuosa y argumentada: