miércoles, 13 de noviembre de 2019

Johannes o la melancolía





En el vasto universo del lenguaje hablado y escrito existen  palabras que no se pueden definir con  otras palabras.

Como esos vocablos gravitan sobre lo insondable, ni  siquiera tienen sinónimos.

Aunque a veces lo parezca.

Una de esas palabras es melancolía y su correspondiente adjetivo: melancólico.

Por más que uno se empeñe en forzar las cosas, al final debe admitir que melancolía no es sinónimo de tristeza, de dolor, de tedio o  de mundano aburrimiento.

Todos esos estados  del espíritu se pueden curar  mediante una buena dosis de distracción, de espectáculos, de palabrería religiosa o incluso de teorías sicológicas.

La melancolía  no.

La explicación es sencilla: mientras la tristeza, el dolor, el tedio o el aburrimiento son estados transitorios, la melancolía es una condición del ser.

Así,  hablando con precisión, no se dice que alguien es triste, pero a menudo apelamos al término melancólico para referirnos a la condición abismada de una persona.


Melancólica era por ejemplo Alfonsina Storni, la poeta que una vez se refirió  a  su libro La inquietud del rosal en los siguientes términos:

“Dios te libre amigo de La inquietud del rosal, pero lo escribí para no morir”.

Melancólico  fue también Ernesto Sábato, creador de una serie de  personajes abrumados por  una lucidez  traducida en el más visible de sus signos: la melancolía.

Alejandra Vidal, Bruno Bassán y el pintor Juan Pablo Castel pertenecen a esa  condición alucinada del que aprendió a  caminar en las tinieblas con los ojos cerrados: le basta con el fulgor de fósforo de los propios huesos.

Ustedes ya deben estar fatigados por la cantidad de veces que he utilizado la palabra en este breve texto.

Pero ya se los advertí: no tiene sinónimos, aunque muchos gramáticos  piensen lo contrario.

Así que continúo: melancólico era también el gran Dante Alighieri.  De hecho, su Divina Comedia es lo que el escritor Robert Burton llamaría una “Anatomía de la melancolía”.


¿Con qué  otras palabras podríamos  definir el estado del alma de tipos como el músico de blues  Robert Johnson, forjador de un puñado de canciones que nos  dejan al límite del desamparo?

Títulos como Cross Road Blues, Kind Hearted Woman Blues, Last Fair Dean Gone Down, Stones In My Passway, Love In Vain y la legendaria  Me And The Devil Blues  bastan para inscribir a Johnson  en esa cofradía de la que hace parte  el poeta  Francois Villon, cuya célebre pregunta no cesa de inquietarnos:

“¿Qué se hicieron las damas de antaño?”

Así las cosas, cada vez que alguien me pide una definición de melancolía lo invito a escuchar el primer movimiento de la  Segunda Sinfonía en D Mayor, Opus 73, del compositor alemán Johannes Brahms, heredero directo del genio de Mozart, Haydn y Beethoven.


Sólo la música, con su capacidad para desvelar el hondo  sentido del silencio, puede aproximarnos  a esas  simas  vislumbradas en las novelas de los escritores  que se asomaron al corazón herido de los hombres y mujeres arrastrados por el desplome del Imperio Austrohúngaro.

Es decir, al crepúsculo  de un mundo que se desvanecía en el aire, para utilizar- una vez más- la brillante frase de Karl Marx.

Me refiero a escritores como Robert Musil, Joseph Roth, Heimito von Doderer y Thomas Mann, todos  ellos portadores del virus de la melancolía y por eso mismo los únicos capaces de beber hasta las heces el cáliz de  un mundo en irremediable disolución: el de los valores aristocráticos, incapaces ya de resistir los embates de la vulgaridad y el pragmatismo burgués.

Todos ellos, en algún momento de su vida, reconocieron su deuda  con la música de Brahms.


Y yo, pobre mortal, sólo atino a invocarlo cuando alguien, desconfiado del diccionario, me pregunta por el sentido de la palabra melancolía.

PDT. Les comparto enlace a dos bandas sonoras de esta entrada






5 comentarios:

  1. Tavo, recuerda a Hugo Von Hofmannstal y a Arthur Schnitzler

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  2. Puestos a hacer un listado de melancólicos, les propongo ese juego, amigos lectores de este blog.

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  3. A propósito de melancolía, acabo de tropezar con esta imagen en un poema de Octavio Paz, titulado "Nocturno de la ciudad abandonada":
    "Y el Alba es el cadáver blanco/de una mujer ahorcada, colgando/ inmóvil, del clavo de una estrella".

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  4. Yo hace un rato colgué aquí un comentario... ahora no está. Causa de melancolía? No lo creo. Frustración no es melancolía. Pero sí esta comprobación de mi candidato mayor a melancólico, Thomas Mann (La Montaña Mágica): la enfermedad está en el espiritu (tal vez) antes que en el cuerpo.

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  5. Ah, carajo. "The big brother" nos vigila, mi querido don Lalo. De casualidad ¿Colgaría algo excesivamente subversivo? Digo, porque la caverna colombiana ahora pretende regular la protesta social. Supongo entonces que las ideas se clasificarán de esta manera: moderadamente subversivas, medianamente subversivas, potencialmente subversivas, exageradamente subversivas... y así hasta la melancolía.
    Ah, por voluntad de algún duende olvidé mencionar al Gran Maestre de los melancólicos : Hermann Broch. Su Muerte de Virgilio es en sí misma una poética de la melancolía.

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