miércoles, 3 de febrero de 2021

Como ladrones en la noche


Como ya se  ha dicho tantas veces, los buenos libros irrumpen en nuestras vidas para transformarlas- y trastornarlas- para siempre. Así, la vida como viaje se comprende y asume mucho mejor después de haber leído la aventura de OdiseoLa divina comedia en su perpetuo descenso y ascenso hacia las  simas y las cumbres del ser.

En sus páginas descubrimos que todo viaje auténtico es interior y que el desplazamiento  físico es  un simple recurso literario.

A veces, en el silencio de la noche rural, me despierta un murmullo proveniente de mi biblioteca: son los personajes y las ideas que alientan en los libros. Infatigables, dialogan, se cuestionan , dudan y , a veces, logran ponerse de acuerdo.

Los libros y lo que nos dicen son los ladrones nocturnos que nos asaltan para recordarnos nuestro trágico y gozoso destino de estar vivos. Por ese camino, el lector  descubre el hondo sentido de palabras como vigilia y lucidez.

Vigilancia y luz.

Por  esas razones, regalar un libro implica un doble juego: el de la intuición de las inclinaciones  del destinatario  y el del azar de dar en el blanco de sus obsesiones.

Fue Abelardo Gómez quien, el 28 de marzo de  2019, según leo en la dedicatoria, me regaló la revelación de otra revelación: el libro titulado Lecturas sobre la lectura, del  escritor, traductor y editor argentino-canadiense Alberto Manguel.


Son 500 páginas dedicadas a  resolver un acertijo tan apasionante como imposible: ¿quién es el lector? ¿ Es testigo, protagonista, cómplice, comentarista o coautor de los textos que se despliegan ante su mirada?

Semejante pregunta no puede tener respuesta, o al menos no una única respuesta. Depende del momento y las circunstancias que rodean el  acto dichoso de adentrarse en un libro como quien se aventura en “Un jardín de senderos que se bifurcan”, para utilizar la expresión feliz de Jorge Luis Borges.

Apenas adelantadas un par de páginas el lector- siempre el lector- comprende que Lecturas sobre la lectura no pretende responder nada : el juego consiste en encontrar cada vez más preguntas.

En su propósito, el autor apela a obras tan disímiles como ejemplares: La divina comedia, La Ilíada y La Odisea, El Quijote y, claro, Alicia en el país de las maravillas.



En el  primero nos habla de la lectura como rito de iniciación; los poemas homéricos nos recuerdan que todo final es un comienzo; El Quijote esconde, detrás de una sucesión de eventos sólo en apariencia disparatados, un propósito ético : la irrenunciable búsqueda de la justicia.

Por su lado, Alicia en el país de las maravillas nos advierte que los  espejos no reflejan nada, porque en realidad son puertas a otras dimensiones del Universo y de nosotros mismos.

El buen lector, tan escaso  como el buen escritor, tendrá que arriesgarse en todos esos mundos: el de la aventura, el de la iluminación, el de la ética y el de lo eterno desconocido.

Lo suyo son , pues, las arenas movedizas : al contrario de los textos de autosuperación, la gran literatura no ofrece certezas.

No es casual que Manguel  utilice como epígrafe para cada uno de los capítulos de su libro citas tomadas de Alicia , en el libro de Lewis Carroll, obra que, como es bien sabido, está estructurada sobre un palimpsesto de preguntas  que se despliegan  a modo de metáforas del insondable Universo.



O mejor dicho: de la trama de metáforas que es todo gran poema. En esa trama cada palabra esconde bajo la manga múltiples  sentidos que, igual que el Proteo de la mitología, se transforman ante nuestros ojos en un perpetuo desafío.

Es tarea del lector aprehender esos sentidos, su condición de avatares fugaces de la eternidad. Es el lector quien debe cargar de significado al texto, imponerle su sello en una tensión incesante con la voz del  narrador.

En esa tensión residen las claves del acto creador. Uno es el propósito de Cervantes al equiparar en la mente de Don Quijote a gigantes y molinos de viento y otro lo que el lector de la obra  ve o cree ver en esas  figuras concebidas a modo de Sombras chinas.

En el acto de la lectura, ya se trate de imágenes, números, narraciones o pensamientos, no podemos abandonar  ni un momento el reino de las metáforas: un descuido y estaremos perdidos.

Pensemos, por ejemplo, en el número 1. El uno de matemáticos y filósofos. Más allá de  sus usos prácticos se extiende un mundo infinito de posibilidades ¿O acaso existe cifra más bella y precisa para aproximarse al concepto de Dios, tan perseguido por los teólogos?

Si lo miramos bien, esa cifra es una muy buena manera de  darse un paseo por la eternidad. Por algo Jorge Luis Borges, fascinado con espejos, laberintos, rosas y bibliotecas, frecuentaba  a partes iguales matemáticos  y poetas.

En uno de los artículos de su libro Alberto Manguel se remonta a los orígenes de la escritura en la vieja Mesopotamia, allá por el cuarto milenio antes de Cristo .

En el principio fue la arcilla, el barro primordial del Génesis. Atendiendo a la necesidad práctica de llevar las cuentas de sus negocios los hombres empezaron a utilizar tabletas de arcilla para registrar sus transacciones: la compra de cinco sacos de trigo, la venta de un asno o el trueque de uno por otro. Los encargados de esa tarea fueron los primeros tenedores de libros de contabilidad.

Muy pronto, quienes se guiaban por esa información  básica, es decir, los primeros lectores, sintieron curiosidad por saber quiénes se escondían detrás de esas transacciones. De dónde eran, cómo vivían, cuáles eran sus costumbres, cómo alababan a sus dioses. Presionados por esas demandas, los tenedores de libros se vieron obligados a investigar para suministrar esa información.

Sin  advertirlo siquiera se convirtieron en contadores de historias: había nacido la literatura.

A partir de ese momento la biblioteca infinita de Borges no ha cesado de crecer  y ramificarse, pero volviendo siempre al punto de partida: al difícil y fértil encuentro entre lector y escritor al que Alberto Manguel le rinde  tributo en este libro  inquietante.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=v-A5Kf-SqXk

2 comentarios:

  1. Tocayo, al lector lo han pintado como un animal extraño difícil de encontrar, incluso, más difícil que el escritor. Leer es mucho más anónimo que la lectura, hay simbiosis en ese acto. Cuando empezamos a escribir se nos olvida leer. Pareciera que hay una necesidad de escribir faltante de lectura, lo vemos en las plataformas digitales. Sin la lectura, se ausenta la memoria en la escritura. Pero la lectura está en diversos planos, como se sugiere en el libro que reseña, no es solo se establece en los textos escritos, o es de manera ocular. Leer es presenciar, no tanto representar, una palabra un poco egoísta. Quizá la contemplación sea otra manera de lectura. En fin, libros como Lecturas sobre la lectura nos dicen que no nos apenemos por la pausa, la fragilidad humana, la incertidumbre.

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  2. Sin el lector el texto no puede brotar, apreciado Eskimal. Como esas semillas que son plantadas y jamás germinan porque les falta algo.
    De esa mirada en distintos planos escritor- texto- lector, depende el sentido de la literatura misma.
    De la infinita variedad de metáforas que surgen de ese diálogo, empezando por la muy borgesiana imagen de la biblioteca infinita, que en realidad es un solo libro multiplicado por un juego de espejos enfrentados.

    Como siempre, muchas gracias por el diálogo.

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