martes, 14 de diciembre de 2021

Hay vida en las tablas

                                Fotografía:  Juan Felipe Díaz


Hasta el día en que, uno a uno, los gobiernos del mundo empezaron a decretar confinamientos por la pandemia de Covid- 19, la palabra cuarentena, igual que el vocablo peste,  hacía evocar siglos remotos, relacionados en nuestra imaginación  con tiempos de oscurantismo  y dominio de la superstición.

En cualquier caso, nos resultaba imposible ubicarlas en el presente, y mucho menos en el futuro.

De modo que todo fue como un mazazo repentino. De un momento a otro estábamos encerrados en casa- incluso los que no la tienen fueron llevados a la fuerza a “ hogares de paso”- sin saber muy bien lo que nos aguardaba en lo inmediato.

Como una reacción refleja, nos aferramos al recurso de Internet, una suerte de divinidad  profana que nos salvaría del aislamiento y la parálisis.

Fue así como empezamos a hablar de clases virtuales,  de teletrabajo, de la “nueva familia”, de nuevos usos de las redes sociales y hasta de liturgias y funerales transmitidos a través de la internet.

Según los que investigan esas cosas y hacen encuestas para todo, el intercambio sexual a través de las  pantallas se incrementó hasta el delirio.

Al comienzo el asunto funcionó como solución desesperada. Sobre todo para los artistas de la música y el teatro supuso la posibilidad de mantenerse en contacto con los públicos.  Incluso, a pesar de que  en un principio se ofrecieron funciones gratuitas, al poco tiempo se encontró la manera de cobrar para mitigar en algo las necesidades   de supervivencia.



Empecé a sospechar que la cosa andaba mal cuando me sentí a ver un juego del alicaído Barcelona. Desde luego, las tribunas estaban vacías, como correspondía a las  medidas tomadas. Al promediar el partido, el inefable Messi marcó uno de esos goles suyos que lo hicieron favorito de los dioses. Siguiendo un viejo instinto,  El diez  corrió  hacia las tribunas dispuesto a celebrar y se encontró con una viva estampa de la desolación : nadie   respondió a su alegría con gritos, cantos, tambores y agitar de banderas azulgrana. Desconcertado, miró a sus compañeros y estos no sabían si abrazarlo o no. Después de todo, corrían el riesgo de ser sancionados, ya no por el juez central, si no por  las autoridades sanitarias.

Desde ese día decidí no  ver más partidos de fútbol hasta que  el  público- es decir, la fiesta, -volviera a las  graderías.


Al fin y al cabo, el deporte es puesta en escena , ritual revestido de profundos simbolismos. Tanto, que escritores, poetas, filósofos, sociólogos y antropólogos se han encargado de mostrarlos y cantarlos  en detalle. Fue  Elías Canetti quien señaló que  durante el partido el público- los feligreses- le dan la espalda a la ciudad y  centran toda su atención en el ritual que los deportistas- sacerdotes-ofician en la cancha. Es así como se produce la transmutación del caudal de energía positiva y negativa acumulada  durante  la semana.

En el espectáculo como ceremonial, el gol deviene acto de comunión, igual que los gestos y palabras del oficiante en la misa o del actor en el teatro.

Así que, durante la primera fase del confinamiento,   deportistas y aficionados se extrañaron por igual. Poco importó que las empresas de  radio y televisión, ansiosas por recuperar el ritmo de sus ganancias, apelaran a la farsa del sonido ambiente pregrabado, con el fin de crear la ilusión de la ceremonia en vivo. Pero sucedió como en  las malas comedias norteamericanas enlatadas para televisión, que utilizan risas pregrabadas con el fin de estimular la hilaridad del público, pero siempre les sale al revés : el truco  provoca  desconcierto y acentúa la sensación de ridículo.


Fue en ese momento cuando mi hija, que estudia artes  escénicas y desde su niñez profesa una genuina devoción por el teatro, me recordó la similitud.

"Pasa igual cuando   transmiten una  obra de teatro por internet", me dijo. "Uno prepara la obra, ensaya, se   equivoca, acierta, repite el ensayo, hasta que se aproxima un poco a lo deseable. El director , los técnicos y los tramoyistas cumplen con lo suyo y los actores saltamos a las tablas convencidos de que lo estamos haciendo bien… hasta que alguien  prende la cámara y la magia se desvanece.  La  diferencia  es elemental: la obra se prepara para ser puesta en escena frente a un público presencial, que al final aprueba o reprueba. Al contrario,  la cámara crea una distancia, que de inmediato enfría la atmósfera y paraliza las emociones, algo vital para que la obra salga bien. Lo resumo: una obra de teatro  al frente de una cámara no es teatro sino televisión. Por eso el público se desconectaba tan rápido durante las funciones virtuales".

En este punto de su reflexión, pensé en la expresión entre perpleja  y abrumada del pobre Messi y de sus compañeros:  su rito era oficiado en el centro mismo de la nada. O lo que es lo mismo: para nadie. Por eso entendí  tan bien cuando, al anunciarse el retorno a las clases presenciales, mi hija empacó sus maletas y salió a toda prisa para su universidad. 

Después de  una espera que se le antojó interminable, al fin  hay vida en las tablas.


PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.

https://www.youtube.com/watch?v=4TN9x3M23GY


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