miércoles, 13 de julio de 2022

El pueblo de las almas en pena


 


 

 

                                       “ Sólo Dios sabe quién está vivo

                                          y quién está muerto”.

 

                                             Gustavo Ibarra Merlano

                                             

                                                 Ordalías

 

 

Fingerbone es un pueblo situado un tanto más allá de la nada y otro poco más acá de las nieves perpetuas. La vida de sus habitantes discurre a orillas de un lago que se congela en invierno y cuando los primeros rayos de sol derriten el hielo   el agua inunda las casas y reduce a sus  ocupantes  a poco menos que una sustancia resbaladiza  bastante cercana a la condición de los peces.

 Una de sus características más visibles es que la piedad de sus parroquianos convive con un alto índice de asesinatos. Una paradoja que nadie ha podido resolver : es como si los asesinos, más que expiar las culpas por sus crímenes, buscaran la absolución por anticipado.

 A esos eriales de Dios va a parar el abuelo de Ruth, narradora de  Vida hogareña, primera novela de la escritora norteamericana Marilynne Robinson ( Sandpoint, Idaho, 1943), publicada en 1980.

 

La narradora lo presenta  así:

 

“ Una primavera mi abuelo salió de su casa subterránea, fue caminando hasta la estación y cogió un tren hacia el oeste. Le dijo al taquillero que quería ir a las montañas, y aquel empleado dispuso que llegara hasta aquí, lo que no tuvo por qué ser una broma pesada, ni siquiera una broma, pues montañas hay, hay montañas incontables, y  donde no las hay, hay colinas. El terreno sobre el que se levanta el pueblo es relativamente plano porque había formado parte del lago. Parece que hubo un tiempo en el que las dimensiones de las cosas se modificaron por sí solas, dejando varios márgenes misteriosos, como entre las  montañas tal como debían de haber sido y las montañas que son de hecho en la actualidad, o entre el lago como había sido en el pasado y el que  es ahora. A veces, en primavera, regresa el antiguo lago. Uno abre la puerta del sótano y se encuentra las  botas impermeables flotando grasientas con las suelas hacia arriba y las tablas y los cubos golpeándose contra el umbral, y la escalera ha desaparecido de la vista más allá del segundo peldaño”. ( página 10).




 

Esa será la atmósfera en la que transcurra esta historia: plena de márgenes misteriosos y de un montón de seres y de cosas golpeándose contra un umbral: el que separa – o une-  este mundo  y el otro, cuyas fronteras sólo pueden ser conocidas por Dios, sea cual fuere el papel que  este desempeña en la vida de los personajes. Poco importa si Dios es una esperanza o una negación. Una paz infinita o un desasosiego sin remedio. A veces, la blancura del cielo es una promesa y en otras deviene amenaza. Para empezar,  nunca se sabe si el acto de tomar un tren fue para el abuelo una decisión, un impulso o un designio del taquillero de la estación (¿Un ser de carne y hueso? ¿ Una metáfora? ¿Un avatar de la divinidad?).

 

 En todo caso es allí donde el viejo funda una familia, aunque a lo largo de la novela uno empieza a dudar si esa es la palabra adecuada para  referirse a  esos seres unidos  por una cadena de azares… aunque, bien visto  ¿ Habrá una sola familia que no sea producto del azar? La fina  ironía del título de la  obra ( Vida hogareña) ya es suficiente para sembrar de dudas el camino. El del lector y el de los protagonistas.

 

Porque en esta historia no  hay certezas como, por lo demás, no existen en ninguna vida. No la tienen Ruth ni Lucille, las dos hermanas protagonistas, ni su madre que opta por un suicidio no carente de mensajes crípticos, ni la abuela , bajo cuyo cuidado quedan las niñas hasta su temprana muerte, ni las tías abuelas solteronas extraviadas en su propio bosque de sombras, ni mucho menos la tía Sylvia, una errática criatura dotada sin embargo de la suficiente lucidez para aceptar que todo está perdido y por eso se abandona a lo que el destino le brinde cada día, empezando por la responsabilidad de cuidar de sus sobrinas.

 

Ese destino ya está prefigurado en la llegada del abuelo ( un singular patriarca fundador) y su muerte en un accidente  del tren donde trabaja. La narradora nos cuenta con detalle el episodio:

 

“ Mi abuelo consiguió un empleo en el ferrocarril antes de llegar a su destino. Parece que se hizo amigo de un revisor que tenía más influencia de la habitual. El empleo no era nada del otro mundo. Era vigilante o  tal vez guardavía. En cualquier caso, se iba a trabajar al anochecer y se pasaba la noche dando vueltas hasta el amanecer, con  un farol. Pero era un trabajador cumplidor y diligente, destinado a ascender. En menos de una década supervisaba la carga y descarga de ganado y mercancías, y seis años más tarde era ayudante de jefe de estación. Llevaba dos años en ese cargo cuando, de regreso de ciertos asuntos que le habían llevado a Spokane, su trayectoria, tanto profesional como vital, llegó a su fin  en un descarrilamiento espectacular”. ( Página 11).




 

Así de sencillo: tanto los trenes como las vidas se descarrilan en cualquier momento. Más adelante se  nos informa de que el tren se precipitó a las aguas del lago mientras sus ocupantes dormían. De ahí en adelante les resultará imposible  diferenciar   el sueño de la muerte. Después de todo, las fronteras entre los dos mundos son tan imprecisas.  Tanto, que el poeta colombiano Gustavo Ibarra Merlano lo  precisó en sus Ordalías : “ Sólo Dios sabe quién está vivo y quién está muerto”.

 

Los cuerpos nunca pudieron ser rescatados.  Su recuerdo adquirió unos contornos acuáticos, anfibios. Desde la noche del accidente pasaron a engrosar la población de ahogados entrevista por los vecinos de Fingerbone en inviernos de noches cerradas. La tía Sylvie, que se  ocupa del cuidado de sus dos sobrinas con un talante adusto , más hijo de un sentido  atávico de la responsabilidad familiar  que de un genuino amor filial, pertenece a esa doble condición: se materializa   para ocuparse de las niñas y se desvanece después en sus ensoñaciones de agua y niebla.




 

Como en todo pueblo chico, los rumores surgen y se multiplican al ritmo del tedio de quienes lo habitan. Cuanto más se amplía la línea del aburrimiento, más crecen las conjeturas sobre la vida del prójimo. De ellas se alimentan los miedos y resentimientos que un día cualquiera  terminan en un asesinato. Eso  conduce a dudar cada vez más de Sylvie y de su idoneidad para hacerse cargo de las niñas. La maestría de  Marilynne Robinson recrea esa atmósfera opresiva con un lenguaje sobrio y sin estridencias:

 

“ Las damas que venían a hablar con Sylvie tenían una intención clara, un propósito definido, pero les asustaba colarse en los laberintos de nuestra intimidad. Tenían unas nociones generales de lo que era el tacto, pero muy poca práctica en su uso, así que tendían a pecar de cautelosas, utilizar indirectas y acababan sintiéndose incómodas. Obedeciendo el mandato bíblico, habían aliviado el dolor de los heridos, cuidado a los enfermos, confortado y llorado con los dolientes, y a aquellos que eran demasiado tristes o solitarios para querer su comprensión los habían alimentado o vestido, hasta donde llegaban sus escasos medios, con el silencio de corazón que haría su caridad aceptable. Si sus buenas obras compensaban la falta de otras diversiones, eso no quería decir que no fueran buenas mujeres. Habían sido educadas para reproducir los gestos y actitudes de la benevolencia cristiana desde su más tierna juventud, hasta que esos gestos y actitudes se convirtieron en una costumbre y la costumbre se arraigó tan profundamente, que acabó pareciendo impulso o instinto. Porque si Fingerbone era notable por algo, aparte de la soledad y los asesinatos, era por su fervor religioso, un fervor en su versión más rara y pura”. ( Página 183).

 

Por lo visto, los  vecinos de Fingerborne sabían llegar al cielo por el mismo camino del infierno.

 

Para los teólogos, el infierno es la incapacidad de amar. O, para ser más precisos: la imposibilidad de conocer a Dios. Por eso  una de nuestras tareas en este mundo consiste en tejer relaciones, construir lazos para no perdernos en las montañas de la locura.

 

En esa medida, el infierno es metáfora del destierro. Los círculos del Infierno de Dante expresan los distintos grados de una ruta que, en la cosmovisión cristiana, es   descenso y ascenso. Muchos lugares  se corresponden con esa clase de metáforas : están situados en un punto de no retorno que excluye toda posibilidad de redención. El amor está ausente de los corazones y Dios es apenas otra forma de la añoranza.

 

Fingerbone participa de esa condición. El nombre mismo despliega inquietantes resonancias: un dedo que señala, que acusa y un hueso que prefigura el ineludible desenlace de toda vida. A ese rincón van a parar los olvidados de Dios y de los hombres. En la página 67 de Vida hogareña la narradora recrea ese aire de fatalidad que sucede a toda tragedia:

 

“ Esta catástrofe dejó tres nuevas viudas en Fingerbone: mi abuela y las esposas de dos hermanos ancianos dueños de una tienda de tejidos. Las dos mujeres mayores llevaban treinta años o más viviendo en Fingerbone, pero se marcharon a vivir  con una hija casada en Dakota del Norte y la otra para buscar los amigos o parientes que le quedaban en Sewickley, Pennsylvania, de donde había salido la novia. Dijeron que  no podían seguir viviendo junto al lago. Dijeron que el viento les traía su olor y que notaban su sabor en el  agua potable; y que no soportaban el olor, el sabor ni la visión del lago”.




 

 

Adoctrinada por  quienes fungen de buenas conciencias  Lucille, la hermana mayor, decide abandonar la casa. A Sylvie y Ruth no les queda una salida distinta a la de convertirse  en  viajeras furtivas de los trenes, algo en lo que ya es experta la tía, acostumbrada  a dormir en parques y estaciones. También  sabe sobrevivir comiendo un día si y otro no, de modo que hasta en eso se convierte en maestra de su sobrina. Sin ser conscientes, desandan el camino del  padre y abuelo, que yace en su lecho de agua, agazapado  tras una cortina líquida que para muchos pueblos es metáfora del olvido. Al fin y al cabo:

 

“La memoria es la percepción de la pérdida, y la pérdida nos arrastra tras ella. Dios en persona se vio arrastrado tras nosotros al remolino que creamos al caer, o eso se cuenta. Y mientras Él permaneció en la tierra recompuso familias. Devolvió a Lázaro a su madre, y al centurión le devolvió a su hija. Incluso recompuso la oreja amputada  del soldado que fue a detenerle, un hecho que nos permite albergar la esperanza de que la resurrección prestará una atención considerable a los detalles. Pero eso no eran más que apaños menores. Siendo hombre, sintió la llamada de la muerte y, siendo Dios, debía de preguntarse aún más que nosotros cómo  sería. Se sabe que caminó sobre el agua, pero no había nacido para ahogarse. Y cuando murió fue muy triste: un hombre tan joven, con tanta vida por delante, y Su madre lloró y Sus amigos  no daban crédito a la pérdida, y el relato se difundió por todas partes, y el duelo no encontraba consuelo, hasta que se Le echó tanto en falta y se Le recordó con tanta fuerza que sus amigos sintieron Su presencia a su lado cuando andaban por el camino, y vieron a alguien que cocinaba pescado en la orilla y supieron que era Él, herido como estaba. Se recuerda muy poco de una persona:una anécdota, una conversación en la mesa”. ( Página 195).

 

En el inagotable simbolismo cristiano se recuerda, sobre todo, la conversación de Jesús sentado a la mesa con sus amigos el día de la última cena. La belleza de esa parábola sigue tan viva que hasta los no creyentes se conmueven ante su representación. Un hombre celebra la inminencia  de su muerte y resurrección  dándose en ofrenda a sus camaradas que, como bien lo sabemos, son la humanidad entera.

 

Y ese es el terrible sentido de la parábola de los habitantes de Fingerbone: no pueden sentarse a la mesa con los vecinos y ni siquiera con sus propias familias, porque se quedaron extraviados en su tierra de nadie, donde , más que un hecho físico, el agua es reminiscencia del olvido y su destino una fantasmagoría tan irremediable como la de los ahogados que se debaten una  y otra vez en su reino de almas en pena.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.

https://www.youtube.com/watch?v=xyDKezDLGTM


 

 

 

 

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