viernes, 7 de julio de 2023

Esqueletos en las redes





“Todos tenemos un esqueleto escondido en el armario”, reza una vieja sentencia, para referirse a esas lacras, pecados o faltas personales que quisiéramos olvidar o pasar inadvertidas pero, ante la imposibilidad de hacerlo, al menos nos gustaría mantener confinadas en algún rincón de la mente con la esperanza de que nadie pueda notarlo.

Pero todo se queda en deseo.

Es bien sabido que nunca falta el imprudente, el chismoso o el enemigo que un día saca nuestras miserias a pasear por las calles para deleite de los espectadores.

Es entonces cuando afloran comentarios del tipo: “Como parecía de buena persona” “Miren a la mosquita muerta con la que salió” o “Ya decía yo que ese era un sepulcro blanqueado”

De nada sirven los esfuerzos que haga una persona para regresar la osamenta a su confinamiento. Una vez pulsado el botón de la maledicencia, nada volverá a ser lo mismo.

Desde la biblia hasta las novelas contemporáneas, pasando por los cronistas de los dictadores romanos o los áulicos de las cortes española, inglesa o francesa, las grandes obras de la literatura y los mejores libros de historia abundan en la exhibición minuciosa de las debilidades de los poderosos, que nada podían hacer frente a la avidez que todos manifestamos ante la exposición pública de las faltas ajenas, o de lo que la moral al uso considera como tales.

De ahí viene en buena medida la opinión que tenemos de seres tan lejanos en el tiempo como Judas Iscariote, Lucrecia Borgia, Cleopatra, Enrique VIII, Madame Pompadour, Catalina La Grande o el mismísimo patriarca Abraham del Antiguo Testamento.




¿Eran en realidad mejores o peores que el resto de los seres humanos de cualquier época o lugar?  Tengo mis dudas, con perdón de los historiadores, que al fin y al cabo son mortales hechos de barro y, en tanto tales, tienen sus filias, fobias e intereses. Es distinto el caso de los novelistas: siempre podrán argumentar que lo suyo no pasa de ser ficción y que, por lo tanto, cualquier parecido con un personaje de carne y hueso es mera coincidencia.

Curiosamente, nunca se supo que alguno de esos personajes, indignado, exigiera  respeto por su privacidad y pidiera protección ante los tribunales. Se sabían personas públicas y se asumían en su condición. Ese reclamo parece ser un fenómeno contemporáneo, propio del mundo del espectáculo y de las redes sociales como instrumento de multiplicación.

Y eso nos deja, de entrada, ante una paradoja. A juzgar por su comportamiento y por lo que suelen expresar, las celebridades aprovechan su exposición constante a la mirada ajena para cosechar seguidores, obteniendo de paso beneficios económicos y de otra índole-incluida la sexual-. No de otra manera se explica la obsesiva publicación de los más insignificantes detalles de su vida en sus redes particulares. Esos detalles incluyen a veces imágenes de sus hábitos sexuales.

Pero la dirección de los vientos siempre cambia y, un día, por envidia, por venganza o por el simple goce de enrarecer el ambiente, alguien decide que es hora de sacar a pasear el esqueleto- o la legión de esqueletos- del fulano o fulana para que se den una vuelta por ahí. Y aquí es donde se hace evidente la diferencia. Mientras a los esqueletos del pasado los sacaban a pasear por las calles de Roma, París, Londres o San Petersburgo, los modernos tienen el planeta entero a su disposición:  basta un clic para que el huesudo en cuestión le dé la vuelta al mundo en todas direcciones en cuestión de segundos. Por eso es habitual que en las redes, y en tiempo real, se crucen los esqueletos de Shakira y Piqué, de Lady Gaga y el presidente Bukele o los de un cardenal romano y una estrella porno de Los Ángeles.



Es entonces cuando se escucha primero una vocecita, luego un grito estridente y acto seguido un llamado de auxilio pidiendo que se respete la vida privada del reclamante. ¿No es éste el mismo individuo que hasta ayer hizo de su vida un acto de perpetuo exhibicionismo? Se pregunta con todo derecho el consumidor de información al que le reste un tanto así de lucidez.

Y le asiste toda la razón: si las viejas fronteras entre vida pública y privada se desvanecieron a resultas de las acciones del ahora quejumbroso, no se entiende con qué rasero se pueden medir las dimensiones de la supuesta invasión. Conceptos como intimidad o privacidad, que las personas solían defender con todos los recursos a su alcance, hace rato perdieron su antiguo sentido, más aún cuando la existencia toda se convirtió en espectáculo.

Dicho de otra manera, si un sector de la población hizo de la exhibición del propio ser una codiciada mercancía, mal hace ahora en reclamar porque otro sector optó por darles un paseo a sus esqueletos en las redes.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=Ry7Tp-dH9x0

3 comentarios:

  1. Saludos
    Gustavo.
    Como siempre, es usted un voyeur de la cultura pos o (epi) moderna, ya que eso de la privacidad se perdió al igual que la cola que tenían los seres humanos, según Darwin. No es raro entonces que este tiempo esquizofrénico y digitalizado le dé la razón a Huxley y a Orwell y al ojo de Sauron que todo lo ve. Saludos. Nos leemos en el camino.

    Diego Firmiano

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Me gustó eso de que " la privacidad se perdió al igual que la cola que tenían los seres humanos, según Darwin".
      Y sí, soy un mirón sin remedio, apreciado Diego. Como siempre, mil gracias por el diálogo.

      Borrar
  2. Un cálido saludo apreciado Gustavo. Como siempre, es un placer leerlo y explorar la deliciosa "acidez" de su blog. Imperdibles, todas las reseñas sobre sus lecturas. Soy una enamorada del Rock. Qué tal si nos regala un comentario sobre la Banda holandesa Épica y su "Rock Sinfónico"? Olga L Betancourt.

    ResponderBorrar

Ingrese aqui su comentario, de forma respetuosa y argumentada: