jueves, 28 de diciembre de 2023

Experiencia mortal

 



Es curioso. A medida que la realidad se banaliza y las cosas pierden consistencia, el lenguaje se hace más sofisticado, en una especie de intento de compensación. A lo mejor se alienta la esperanza de que el resplandor de las palabras distraiga de la pérdida de sentido de nuestros actos.

Caminaba por el centro de Pereira cuando vi el anuncio a la entrada de un Centro Comercial:   Experiencia capilar, nuestras manos son lo mejor para usted. La frase titilaba desde el fondo de un tablero electrónico. De entrada pensé en un sitio de masajes, aunque no me resultaba claro a qué pelos se referían con lo de experiencia capilar ¿O se trataba de una nueva terapia basada en los secretos de las melenas al estilo Sansón?

Me acerqué un poco más y descubrí, un tanto decepcionado, que se trataba de una simple peluquería. Perdón, olvidé que, siguiendo la corriente de los tiempos, los peluqueros desaparecieron hace rato.  Ahora se llaman asesores de imagen.

 Mi abuelo Martiniano se hubiera quedado de una pieza. “Camine mijo a que nos peguen una peluquiada”, decía el viejo cuando me veía el pelo sospechosamente cerca de los hombros.  El culto a la imagen estaba todavía lejos. Al menos en su escala de valores era más importante ser que parecer.

Unas cuadras más adelante pensé con tristeza en mi compinche, el escritor Rigoberto Gil Montoya. Ni en el más delirante de sus sueños el pobre hombre podrá vivir una experiencia capilar: hace décadas el último pelo huyó de su cabeza como quien escapa de un enemigo implacable.

El asunto está claro: uno ya no va a que lo peluqueen sino a vivir una experiencia capilar pero ¿ cuándo se produjo ese cambio?

A primera vista tiene una relación con la asepsia del lenguaje, esa manía de no llamar las cosas por el nombre, que se gestó en los terrenos de la corrección política y pronto se trasladó a otras instancias de la vida ¿Recuerdan la expresión “pesca milagrosa” para referirse a un secuestro masivo o  “falso positivo” para  aludir a un asesinato?.




“Dorar la píldora” le decían antes a esa forma de la hipocresía y el disimulo. Y aquí vamos encontrando el hilo del asunto. Los magos de la publicidad y el mercadeo aprendieron bien temprano que la necesidad de ascenso social y el consiguiente reconocimiento son dos de los grandes motivadores de la conducta humana. Diferenciarse, o al menos sentirse diferente de los otros se convierte en algo esencial. El hábito de salir de compras apunta en esa dirección: consumo, luego existo.

Y es ahí donde las palabras, al menos en apariencia, recuperan su papel fundacional. Nombrar las cosas de otra manera es asignarles un nuevo lugar en el mundo, por ilusorio que este sea.

Así que, aupada por la publicidad y por el ímpetu de competir, la gente dejó de salir de paseo y en su lugar emprendió una experiencia de viaje. Las personas no volvieron a comer para dedicarse a tener experiencias gastronómicas. Ya no se asiste a cine sino a una experiencia cinematográfica. Como sucede siempre, muy pronto esa práctica alcanzó niveles de estupidez. Hace unos meses le escuché a un yuppie de la parroquia decir que su padre estaba viviendo una experiencia de cáncer. Por lo visto, la fórmula de los publicistas   empezaba a perder su connotación placentera para tomar otras derivas.

Con las cosas de ese tamaño no resistí la tentación de escribir que mi abuelo Martiniano no se murió a secas,  o que “estiró la pata” como a él le  gustaba decir  en ese lenguaje montañero que me dejó a modo de herencia, sino que tuvo una experiencia mortal en un enero, hace ya  cincuenta  años.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=kw4cbx3tVGY

 

 

2 comentarios:

  1. Querido Gustavo.
    La "Neo-lengua" de la que nos hablaba Orwell ya es una realidad. Es como si las palabras hubiesen sido desmontadas, limpiadas y puestas de nuevo en la maquinaria del mundo. Lo terrorífico del tema es que la cosa, ya no sea la cosa, sino otra cosa, como en el caso de la peluquería que menciona.
    Saludos.

    Diego eFe

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    Respuestas
    1. Mi querido Diego: me alegra tenerlo de nuevo por estos pagos. Si señor: por eso llamar las cosas por el nombre es, en últimas, una decisión política. Es la manera de combatir la sustracción de la realidad por toda suerte de poderes, que hacen uso de los medios para convertir, como usted bien lo plantea: "la cosa en otra cosa".
      Mil gracias por el diálogo y que tenga un muy buen año 2024.
      Gustavo

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