miércoles, 5 de junio de 2024

Hijos de Cadmo

 



 

En los mitos griegos más antiguos el héroe Cadmo mata al dragón y siembra sus dientes en la tierra. De éstos nacerán los guerreros que más tarde fundan la ciudad de Tebas en la que Cadmo será rey. Es la misma Tebas donde la esfinge cifra el destino de Edipo y de su trágica saga.

Al contrario de China, donde el dragón es un mito solar, la imaginería cristiana asocia el dragón con lo nocturno y por ese camino deviene, al lado de la serpiente y del fabuloso basilisco- nacido de un huevo de gallina empollado por un sapo- símbolo del demonio, del pecado, es decir, de los poderes terrenales contrarios al topos uranos, a la civitas dei de que hablará más tarde Agustín de Hipona. Cabalgando en esa dirección los bestiarios cristianos alimentan un catálogo en el que abundan las alegorías y las imágenes que hacen de los animales representaciones que oscilan entre el mal puro y lo numinoso. De hecho en el Nuevo Testamento tres de los evangelistas están acompañados de igual número de animales: león, águila y buey.  A su vez, en el libro del Apocalipsis, el dragón que escupe fuego es la bestia misma, el sumo sacerdote de las huestes infernales.

Esta breve introducción nos ayuda a adentrarnos en las 334 páginas de la novela Sortilegio, del escritor Julián Andrés Gómez Pineda (Manizales, 1977), obra ganadora del premio de novela Ciudad Pereira en el año 2021. Especialista en el medioevo europeo, profesor de literatura clásica en la Universidad Tecnológica de Pereira, es además autor de la novela El ocaso de la locura, ganadora del mismo premio en 2014.

Esa sólida formación hace de Sortilegio una novela muy bien escrita. Con un brillante manejo de la lengua española propia del siglo XVI, época en la que se desarrolla la historia de los protagonistas, el autor nos conduce de a poco  hacia el centro cada vez más intrincado de  un bosque que es a la vez metáfora de la vida interior de los  personajes y trasunto histórico de la expansión imperial de  España en lo que algunos historiadores llaman La Conquista de América. Al modo del mito de Ariadna, la tarea del lector consiste en llegar al punto exacto donde las brujas ofician sus encuentros con el  Gran Cabrón,  el  Príncipe de las tinieblas, el fornicador de verga helada, el engendrador de  íncubos y súcubos, el forjador de una estela de horror que, transmitida de generación en generación, aún alienta en lo más oscuro de nuestros  insondables temores.




Lo que veas, escríbelo en un libro

Ese es el mandato al que obedecen los escritores  de todos los tiempos. Porque en medio de las turbulencias propias de una época, sólo las historias sobreviven. De modo que Casiano, el narrador de la novela atiende el mandato y se da a la tarea. Debe completar la obra iniciada por  Angelus de quien, antes que continuador, se siente un doble.

Todo empieza en Santiago de Compostela, en una Galicia donde la humillación agobia a su familia empobrecida y en otro tiempo próspera. Es el tiempo de las grandes empresas marítimas y Casiano se embarca en una nave maltrecha y plagada de ratas en la que no tardan en cundir el hambre, la desconfianza y las enfermedades.  El capitán es Pedro de Heredia, quien ha reclutado a una panda de perdularios sin nada que perder, entre los que se  cuenta Arcesio, tío de Casiano. En un mundo que se desploma, donde la fructífera convivencia entre árabes, judíos, cristianos y descendientes de visigodos es cosa del pasado es mejor hacerse a la mar. Además, las noticias sobre fabulosos reinos donde   los caminos están empedrados   con oro avivan la imaginación de unas mentes de por sí enfebrecidas.

Pero volvamos atrás, al   temprano relato de los recuerdos de Casiano en la casa materna; en la página 35 de la novela – o de su manuscrito, si lo queremos ver  así- nos cuenta que:

Despierto con sobresalto y me incorporo como llevado por un impulso involuntario. Esa horrenda imagen de una anciana bruja me acecha en mis pesadillas. Seco el sudor de mi frente, y recuerdo muy bien a mi madre recitando las doce verdades, atrapando a la bruja que había escapado de la estancia donde dormía mi tío; yo era aún un niño, y no creía en tales historias (aún hoy me cuesta dar crédito a estas cosas, creo que son sugestiones de la mente), pero lo recuerdo muy bien, tanto que esas doce verdades se quedaron grabadas en mi mente.




A partir de ese momento, Casiano y los otros protagonistas de la historia tendrán que volverse duchos en conjuros, porque el mal se agita en el aire a todas horas (ese es el verdaderos sentido de la imagen de la bruja volando en su escoba) y Dios  se empeña en mirar  hacia otro lado:  las prácticas  de la Inquisición parecen más propias de una mente infernal que  de  un tribunal inspirado en la justicia divina. Pero eso es propio de la época: quienes están más lejos de la gracia a menudo son los propios monjes encargados de invocarla, como lo aprenderá Casiano apenas  desembarcado en el Nuevo Mundo, que poco tiene de nuevo, a juzgar por la manera como los aborígenes adoran a su propia legión de  dioses  y  demonios, que a menudo se confunden con el panteón de los recién llegados.

Al enterarse de que su tío Arcesio va a ser embarcado como prisionero,  el joven Casiano decide cometer un delito y hacerse capturar como garantía de que así será enviado también a las tierras de ultramar. Como todos, Arcesio está atrapado en la urdimbre del espíritu de la época, es decir, de la creencia en las prácticas brujeriles. De hecho, en la nave viaja también la bruja  Candelaria, una presencia que cruza de principio a fin las páginas del manuscrito.

Mi tío Arcesio piensa que soy tonto. Cree que no sé lo que le ocurre, pero lo sé mejor que nadie. Una noche llegó ebrio como de costumbre, venía de la fonda. Entró en el granero mirando como si alguien lo persiguiera, yo pude verlo desde la ventana del cobertizo. Bajé apresurado y por el  güeco de la puerta roída lo vi todo: se palpaba las partes masculinas y decía : “ Dios mío santo y poderoso, la folla ¿ adónde se ha ido?” y se tocaba desesperado porque no vía su miembro… y luego salió dando tumbos, con su mano agarrando un viril inexistente, porque según parecía, lo había perdido en la cama pública de doña Tigresa; y ansí como vino se fue, a rogarle que le devolviera lo que era suyo, lo supe porque el mesmo me lo dijo luego.




Capaz de   despojar a los hombres de su miembro viril mediante sortilegios heredados  a lo largo de las generaciones, la bruja se nos revela así como lo que en el fondo es: la gran metáfora de la rebelión contra el dominio masculino pues, ¿ Qué es un hombre sin su viril, sin  su verga, sin su consentido instrumento de goce y reproducción? Si durante el día  el macho la sojuzga y  condena al silencio, la noche , la sombra lunar , es el reino donde  la hechicera restablece el equilibrio del mundo.

Leído así, no es casual que el manuscrito- o la novela- esté precedido de una cita del Malleus Maleficarum o Martillo de las Brujas, el manual redactado por el Tribunal de la Inquisición- o por el mismísimo demonio, dirán algunos- para identificar, perseguir, condenar y ejecutar a herejes y apóstatas, perros, hechiceros y fornicarios:

“Y qué debe pensarse entonces de las brujas que desta manera reúnen, a veces, órganos masculinos en grandes cantidades, en ocasiones veinte o treinta miembros, y los ponen en un nido de aves, o los encierran en una caja, donde se mueven como miembros vivos, y comen avena y trigo, como lo vieron muchos y es cosa de información común?”

                                                                         Malleus Maleficarum, II, 30





 

Por lo pronto, la bruja Candelaria hace méritos para atraer sobre su persona el martillo del tribunal cuando recomienda:

Para mandar el alma de un difunto sobre alguien, para atormentarle o hacerle enloquecer, o matarle, hay que hacer varias cosas. Primero hay que salir a media noche, y en un recodo donde se junten tres caminos, esperar una perra en celo; cuando llegue la perra hay que arrancarle algunos pelos. Se pone la caldera al fuego y en dos partes de sangre de cerdo nonato se agrega nuez moscada, castaña, oliva negra y jengibre. Mientras el conjunto suelta el aroma debemos agregar tres ratas negras nacidas en luna creciente, estas ratas representan las personas innombrables, Quando se agregan las ratas hay que abrir la ventana para que entre el éter noturno hasta la caldera y entonces se agrega grasa de difunto, que se tiene siempre en un frasco disponible.

 

Una vuelta por Babel

A estas alturas, sobra decir que Sortilegio es una novela erudita, entendida esta palabra no como el despliegue  pretencioso de datos,  sino en el sentido de amplitud y profundidad, condición necesaria para abordar los fenómenos.  Gracias a esa erudición podemos aproximarnos a la esencia de un mundo donde los descubrimientos científicos y la expansión por tierra y mar conviven con las más tenebrosas prácticas en las que la bruja Candelaria o el monje Rubicundo, ambos prosélitos del demonio Abduxuel son discípulos aventajados. De ahí que, aparte de la voz del narrador, de los narradores, la obra  sea toda una estela de voces: la del tío  Arcesio, la de Pedro de Heredia, la de los aborígenes, la del árabe suicida Abderramán, descendiente de Boadbil, el último rey moro de Granada, la de la bruja Candelaria. Pero, además, están los murmullos del pasado,  las maldiciones y conjuros que  se escuchan en el bosque o resuenan entre las paredes del monasterio. Para muestra, en la página 243 leemos estos versos finales del Auto de fe contra los fornicadores Bonifacio y Sofía:

¡Cumplid buenos verdugos la sentencia!,

El santo inquisidor se ha pronunciado,

Esquilo agora mesmo estas ovejas,

Y dellas el pecado  hemos purgado.

Oíd aquestas místicas sentencias,

Dictadas de los gran iluminados:

A aquestos que son duros de testuz,

La Iglesia les ha hundido el arcabuz.

Los duros de testuz, los réprobos, herejes y apóstatas mencionados en el Martillo de las Brujas. Los alzados contra todas las formas de poder secular, empezando por el eclesiástico. Entre los bosques de Zugarramurdi  y los del altiplano donde los jefes chibchas se disputan a muerte el control del reino se escuchan los gritos de guerra y los lamentos de los torturados, de los  sorprendidos en conjura o de los moros, cristianos y judíos entregados a los goces del cuerpo, a la celebración de la vida. En este último punto, el virtuosismo del narrador se nos presenta en la voz de Angelus:

Yo, Angelus, Recaudador de las Memorias de la Orden, el más pecador y sucio de todos, quando puse por vez primera mi masculino  atributo en las carnes rosadas y lúbricas de mi amada, caí en éxtasis o visión extática, porque un demonio llamado Abduxuel, vino a mí mientras en las entrañas de mi amada hundía mi miembro a holgura, y mientras jadeaba, este demonio me sacó de mi cuerpo, por arriba de mi cabeza, llevándome a un sitio muy quieto donde tuve muchos y variados deleites jamás pensados, y luego puso su boca de cinocéfalo en mi oído, mientras con una de sus garras me sostenía la cabeza y habló de modo muy claro en hebreo antiguo, y lo que él me dijo se copió en mi memoria de manera prodigiosa en las letras hebreas(…)

El  párrafo anterior está fechado en el año de 1457 ,a poco menos de cuatro décadas de la llegada de los españoles (andaluces, gallegos, catalanes, aragoneses, murcianos, y otros tantos) a  las tierras regadas por el Río Grande de la Magdalena. A completarlo dedicará su vida el joven Casiano, por mandato de Dios o del Diablo, da igual. Porque, como se desprende de la última frase del libro, los íncubos y los engendros son   solo un sortilegio.


PDT les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=70pPE9cQ74w&list=PLgUDJQUxv4hx7JDVHuzJdlbwNem3VtahR

 

 

 

 

 

 

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