lunes, 26 de agosto de 2024

Si una noche el olvido

 



 

                        Va de suyo que debemos poner por escrito

                        nuestras meditaciones valiosas: si a veces

                        olvidamos lo que hemos vivido, cuánto más

                        lo que hemos pensado.

                                                        Arthur Shopenhauer

                                                        Parerga y Paralipómena

 

“Esa noche, el sujeto regresó al valle de la muerte”

Me falta un libro, pensó al descender por las montañas hacia el cráter donde brillaban las ascuas que un viento tibio parecía avivar”.

Con esas dos frases termina La ciudad de los crepúsculos, la trilogía del escritor colombiano Gustavo Arango, publicada por Ediciones El Pozo en julio de 2024 y firmada en Oneonta (Nueva York) en junio del mismo año.

Eso de “descender hacia el cráter” es mucho más que una metáfora: es la síntesis de una aventura vital y literaria que a lo largo de mil quinientas páginas nos conduce a un viaje en el que la memoria del narrador intenta, con mayor o menor fortuna, resistir los embates de su más feroz enemigo: el olvido.

Imaginen un agujero negro que en lugar de energía cósmica engulle palabras.

Imaginen un hombre- que se refiere a sí mismo como “El sujeto”- empeñado en hacer de sus recuerdos transformados en palabras el alimento de ese monstruo.

Imaginen a “El sujeto” llenando desde edad muy temprana decenas, cientos, miles de cuadernos con los detalles de su vida, de sus vidas, desde los más triviales hasta los trascendentales, suponiendo que ésta última palabra tenga algún sentido en cualquier vida.

Por supuesto, aparte de insensata, la tarea es imposible. Siempre habrá una fisura, un olvido, una negligencia, una omisión que impidan completar el rompecabezas.

Pero la literatura está hecha justamente de eso: de insensateces y de imposibles: abran las páginas de El Quijote- para aludir a un tópico – y verán.




En el mundo de todos los días, en esta orilla que llamamos realidad, “El sujeto” podría llamarse Gustavo Arango, cronista, poeta y narrador. Los momentos decisivos de su vida han transcurrido hasta ahora entre El valle de la muerte, La ciudad de los crepúsculos y el anhelo de instalarse un día en El país del sueño. Tres vórtices de esa ilusión llamada espacio- tiempo en la que creemos existir.

Ah, un detalle: siempre quiso morir en Sri Lanka y se sabe que ya lo hizo una vez. De joven escribió, todavía en El valle de la muerte, una biografía de Julio Cortázar. Más tarde, en La ciudad de los crepúsculos, fue redactor en el mismo periódico donde al promediar el siglo XX, dio sus primeros pasos Gabriel García Márquez. Trasladado a El país del sueño se convirtió en profesor en la universidad de una ciudad situada un poco más allá de la nada. Pero eso fue mucho después.

A juzgar por lo que nos permite fisgonear mientras el relato avanza a veces al galope y otras en cámara lenta, como los astronautas en la luna, “El sujeto” es, en la realidad o en la ficción- nunca lo sabremos- un pichador compulsivo… o un desesperado sin remedio, que es lo mismo. Y ese no es un dato menor en La ciudad de los crepúsculos.

De entrada, los expertos en etiquetar los libros por géneros tendrán problemas: ¿Novela? ¿ Autobiografía? ¿Memorias? ¿Crónicas? ¿Aforismos? ¿Opiniones? ¿Todas las anteriores? ¿Ninguna de las anteriores? Bueno, si ustedes gustan de las etiquetas tendrán que leer el libro: es la única manera de hacerse a una idea.

Lo peor es que el narrador no da pistas. Lo que en principio parecen mojones resultan ser espejismos y el lector tendrá que seguir a tientas, armando su propia historia con las palabras ajenas si aspira a descender a ese cráter final… que bien puede ser un nuevo espejismo. Palabras que significan muchas cosas, recuerdos sin portador, letras de viejas canciones, alineaciones de un equipo de fútbol, títulos de viejas películas, nombres de actrices, fragmentos de libros amados, encuentros con seres que regresan del otro lado del misterio. En fin, mejor tratemos de proponer algún orden.

Me parieron y aquí estoy.

“Me parieron y aquí estoy “, dice una mujer flaca y preñada parada en una esquina en cualquier página de un libro de Juan Carlos Onetti, uno de los escritores amados del autor.  Esa declaración de principios bien puede servir para definir a “El sujeto” y su decisión irrevocable de hacer de la palabra escrita en todas sus manifestaciones su manera de estar en el mundo, su intento siempre renovado de descifrarse. A modo de mantra la viene repitiendo como un conjuro contra el infortunio desde que “El vendedor de fantasías”, como se refiere a su padre, fue asesinado a tiros en algún rincón de El Valle de la muerte. La pronuncia cada vez que se siente morir asfixiado en medio de un matrimonio que más parece una postal del infierno. Y la vuelve a repetir cuando la sala de redacción de El liberal, el periódico donde trabaja, se le revela como una trampa armada con intrigas y envidias.




“El pasado es un gigantesco rompecabezas que tiene casi todas sus fichas extraviadas”, leemos en la página 464 del segundo tomo de La ciudad de los crepúsculos. No es que estén desordenadas: están perdidas, acaso irremediablemente. De ahí el carácter demencial de la empresa propuesta. Si el pasado está extraviado, entonces habrá que inventarlo, palabra a palabra. Punto a punto. Coma tras coma. Silencio tras silencio.

Y es aquí donde el lector, que hasta ahora se ha limitado a espiar por encima del hombro la tarea del narrador, tendrá que emprender su propia labor: la de armar con los fragmentos que le entregan la urdimbre de una vida que es todas las vidas. Lo suyo, de aquí en adelante, será adelantarse, sospechar, adivinar los múltiples rumbos propuestos por los muchos autores que alimentan esas mil quinientas páginas que pugnan, estrujan, claman, imprecan, urgen, secretan y  a menudo desfallecen en su empeño por abrirse paso hacia no se sabe dónde.

Así que están todos invitados a este desfile de piezas desplegadas sobre una mesa de comedor, el escritorio de una oficina, una playa del mar Caribe o el viejo parque de una ciudad pequeña en El país del sueño.



                                               Clemente Manuel Zabala

La sala de redacción de El Liberal, donde ofició de artesano de las palabras un editor legendario llamado Clemente Manuel Zabala. Un lúcido columnista que se esconde detrás de un nombre que no es el suyo: Wenceslao Triana. El proyecto de un libro sobre el paso temprano de Gabriel García Márquez por ese periódico. La poesía intensa y silenciosa de Gustavo Ibarra Merlano. La voz de Manuel Zapata Olivella envuelta en el latido de un tambor africano. Los puños del boxeador Bernardo Caraballo que no se cansan de lanzar ganchos de izquierda al mentón de sus propios recuerdos. Las jornadas interminables del Festival Internacional de Cine de Cartagena, los gambitos de caballo de una ajedrecista y pianista llamada Adriana Salazar. Los acordes de Pink Floyd y cierta canción de Rafael Orozco.

Las piezas son muchas más: una edición del I Ching, crónicas, reportajes, cuentos, reseñas, poemas, viajes, novelas, sueños, recuerdos ajenos.  Ya les advertí que iba a ser difícil armar el rompecabezas. Uno está leyendo el palpitante relato del descubrimiento de unas piezas arqueológicas del llamado periodo formativo y de repente surgen en la alta noche fragmentos y alusiones a libros de cuentos, reportajes, novelas o proyectos narrativos de “El sujeto”. Bajas pasiones, El origen del mundo, Su última palabra fue silencio, Criatura Perdida o la ya citada Un ramo de Nomeolvides son apenas algunos de esos títulos.




Y de súbito, la ironía como una de las improntas del libro: “Pobrecito el guardián de la gramática, no es capaz de ser feliz.”

La fatiga de ser

Estoy cansado de ser yo. Ser yo me tiene mamado.

Fiel heredero del desaliento que cruza los libros de Onetti- no por casualidad su sello editorial se llama El Pozo- “El sujeto” sabe que, para sobrevivir hasta descender como Empédocles al cráter del volcán, todos necesitamos conjuros, sortilegios, mantras: el eterno retorno a la imagen de una mujer llamada Latour, que igual puede ser una forma de devoción o contumacia. La alineación del equipo de fútbol amado en otra época: navarromoncadamaturanacalicsortizretatgómezfernándezsantalónderocampaz.

Y, sobre todo, nombres, cuerpos, labios, besos, sudores, temblores, muslos, pechos, nalgas, pubis: formas de celebrar el milagro de estar vivos.

“Todo lo doy a cambio del deseo” escribió Julio Cortázar en uno de sus poco conocidos poemas. Poco importa si al regreso nos aguardan renovadas formas del cansancio.  Al fin y al cabo, el deseo y la fatiga son manifestaciones del hecho de estar vivos. Por eso en las páginas de La ciudad de los crepúsculos alientan todo el tiempo cuerpos soñados, deseados, poseídos, presentidos o inventados. Ese latido incesante es lo que hace soportable tanta desolación como la que nos sale al paso mientras leemos.

(…) Para qué querer ver el resto, para qué reventarse la cabeza imaginándolo, si está ahí, descubierto, en la cara, en cada pliegue y tonalidad de la piel de la cara, en cada saborcito y olorcito despedido por rinconcito, auuuhhuuummm aaaffff, respiración profunda para aspirar el aroma de la rosa humedecida, el aroma de tu rosa, olerlo, sentir tu mohito tibio, su musgosidad enervante, sususususurro de pliegues olvidados, uhhuummm…aaaffff, respirando, qué puede haber más íntimo que el olor, no hay  nada más íntimo que el olor, los ojos miran en la superficie de un cristal, el sabor viene de la superficie del agua, distante, remoto, el sonido tiene algo de inexistente, la piel sacude nuestra envoltura pero el olor nos invade, nos inunda, nos retrae, se mezcla de inmediato con nuestra sangre, por eso tu olor es el recuerdo de ti que más me trastorna(…)  Tomo II página 250.




Vistas las cosas así, La ciudad de los crepúsculos parece a ratos el trabajo de un escultor. Alguien empecinado en interrogar la piedra del tiempo para obligarla a confesar sus secretos acumulados a lo largo de los siglos o de la efímera vida de hombres y mujeres como los que cobran aliento en las páginas del libro. Almas en pena vueltas a la vida por el llamado de las palabras, como puede constatarse tras la lectura de una delicada crónica titulada Las cenizas de Orlando Contreras, sobre el funeral marino del célebre bolerista cubano. Y, en el silencio, los pensamientos se escuchaban como voces.

Contra todo pronóstico, el narrador se las arregla para que el rompecabezas de su vida y, en últimas, el de la vida de todos, empiece a cobrar forma. Puestos a utilizar tópicos, lo suyo es el libro de un viaje iniciático, con todos los elementos que el modelo exige: encantamiento, descubrimiento, horror, sanación y conocimiento de uno mismo, en este caso de “ El sujeto”. El encadenamiento se nos revela entonces con toda claridad. El valle de la muerte, La ciudad de los crepúsculos y El País del sueño trazan en el mapa el itinerario del viaje de un hombre  al fondo de sí mismo.

No es casual entonces que el relato nos remita a voces como las de Julio Verne, Edgar Allan Poe,  Melville, Malcom Lowry, Juan Carlos Onetti, Cortázar, Gustavo Ibarra y, claro, los obligados clásicos griegos y latinos. Cada uno a su manera propuso su propio viaje a los infiernos, de donde regresó con una pieza del rompecabezas infinito que es la literatura universal, desde el más anónimo hasta el más célebre de los escritores.

                                             Gustavo Ibarra Merlano

“¿Qué haces, Pasifae?” “Estoy tallando una vaca de madera”, escribe el sabio y cínico- ¿No será redundante eso de sabio y cínico?- Wenceslao Triana en una de sus frecuentes lucideces .  Así de simple es la clave: todo creador debe tallar su propia criatura anhelada. En el papel, en la piedra, en el lienzo, en el pentagrama: da igual. Poco importa si al final se desvanece en el aire, como todo, como todos. Al final de la lectura de La ciudad de los crepúsculos queda la certeza de que Gustavo Arango o “ El sujeto” y va uno a saber quién más han conseguido darle aliento a su propia vaca de madera, a su Neverland, a esa Sri Lanka a la que, con distintos nombres, todos anhelamos llegar .


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=I-cOD2x-qBs