Teresita Grisales
El fútbol y el vicio de la lectura son como el sarampión: se contraen en la
infancia y sus secuelas lo acompañan a uno el resto del camino. Mi tía
Teresita, la menor de las hijas de Martiniano y Ana María, me regaló el primer
balón y el primer libro de mi vida. Desde entonces los libros, el fútbol y mi
tía ocupan un lugar especial en mi corazón. El balón era una superbola de puro
cuero cosido, de esas que cuando se mojaban adquirían el peso de una piedra. El
libro era un ejemplar de tapa dura donde se contaba en viñetas la historia de
Genoveva de Brabante, la princesa que vivió durante seis años con su hijo en
una cueva de las Ardenas, luego de ser condenada a muerte por culpa del
mayordomo Golo, que la acusó falsamente ante su esposo, el príncipe Siegfried
de Tréveris. No recuerdo por qué razón Genoveva acabó convertida en santa.
Tendré que preguntarle a San Google un día de estos.
De fútbol hablaremos después. Por ahora me ocuparé de mi propia historia
sin fin con los libros.
Teresita no había terminado el bachillerato cuando fue nombrada profesora
en la escuela de la vereda por mediación de un cura llamado Sigifredo Morales.
Así funcionaban las cosas en esos tiempos. Más tarde finalizó sus estudios de
secundaria y universidad y emprendió una brillante carrera como maestra. Una
vez jubilada se dedicó a educar nietos, bisnietos y, como van las cosas, creo
que tendrá tiempo de enseñarles a leer y escribir a unos cuantos tataranietos.
La vida la dotó de un don especial para eso.
En cumplimiento de esa misión tuvo siempre a su lado una amiga de la que
nunca se apartó: la cartilla La alegría
de leer, creada por el educador Juan Evangelista Quintana en 1930.
Cierro los ojos y la imagen me vuelve plena desde algún lugar del aire.
Teresita, que tendría unos diecisiete años, explicaba el alfabeto ante un grupo
de niños que no le perdían hilo al vuelo de la tiza en su mano, mientras viajaba
por el tablero dibujando una sucesión de animalitos que se llamaban a, e, i, o,
u, m, n, p, s. Por una de las ventanas entraba un sol mañanero que convertía su
pelo en un remolino dorado. En esa época ni se soñaba con lo que hoy se llama
preescolar. Como yo tenía cuatro años no podía ser matriculado, pero igual asistía
a sus clases en condición de clandestino, cada vez más fascinado con el hecho
de que los animalitos dibujados por mi tía en el tablero, al juntarse
representaran cosas: mariposa, gata, mesa, limón. También se podía nombrar con
ellas a las personas: Martín, María, Julia, Germán. Y hasta sonidos: ¡Pum!
¡Carrataplam!
Mi asistencia sin falta a sus clases
me hizo merecedor de un regalo que todavía conservo, aunque sus páginas
amenazan con deshacerse al menor roce de los dedos: un ejemplar de las Cien Lecciones de Historia Sagrada,
que leí como un libro de aventuras: José
vendido por sus hermanos, la travesía del Mar rojo y el prodigio de la zarza
ardiente hicieron que no fuera
una novedad para mí cuando empecé a ver películas bíblicas en esos teatros que
tenían luneta y gallinero, desde donde los asistentes más díscolos arrojaban
toda suerte de proyectiles: corozos, pepas de guama, frutos de zapote y hasta
colillas de cigarrillo encendidas.
Fue en esas páginas donde aprendí
que todo buen libro es un relato de aventuras. No importa si se habla de
filosofía, de matemáticas, de ciencia, de teología, de poesía o de ficción: lo
que se despliega ante el lector es la revelación de la mente de un hombre frente a un público que asiste al descubrimiento de cosas nuevas o ya olvidadas.
Con el paso del tiempo me crucé con personas que sumaron lo suyo a esa
revelación, cada una desde sus propias inquietudes. En el bachillerato, Luis
Eduardo Tabares, que trabajaba como locutor nocturno (bombillos, les decían) me compartió sus libros de Toni Negri, Louis
Althusser , Antonio Gramsci, Rosa Luxemburgo y otros teóricos del marxismo. En grado cuarto de bachillerato
un profesor de literatura llamado Alfonso Mahamud, que llevaba en la sangre la
herencia de Las Mil y una noches, me
regaló tres libros que abrieron puertas a otras dimensiones del mundo: El Túnel, de Ernesto Sabato, La
Peste, de Albert Camus y El Coronel
no tiene quien le escriba, de Gabriel García Márquez. Por esos días, una
prima llamada Ana María, como nuestra abuela, completó la incipiente biblioteca
con una joya titulada Las cárceles del
alma, del escritor húngaro Lajos Zilahy. Desde entonces la familia no ha
parado de crecer. Es más, con la llegada
de Internet los buenos libros digitales se han multiplicado a un ritmo que hace
imposible leer todos los que uno quisiera.
Con puertas y ventanas bien abiertas era imposible no toparse con prójimos
que andaban en las mismas: buscándose en las páginas de los libros, convencidos
de que allí alentaban las claves de una existencia tan bella, dolorosa, misteriosa
e incomprensible como un crepúsculo. Fue
así como llegué a la vida- o ellos llegaron a la mía, no puedo precisarlo- de
Alberto Berón, Jorge Enrique Osorio, Juan Carlos Pérez, Diego Jaramillo,
Guillermo Constaín, Juan Guillermo Álvarez, Julio César González, Edison Marulanda,
Rigoberto Gil y Abelardo Gómez. Una muchacha llamada Aura Ruíz, que después se
hizo médica y se consagró a bucear hondo en las intuiciones de Gurdjieff, pasó
como uno de esos vientos de agosto que todo lo remueven y me dejó en las manos la
sospecha de algo terrible que se agitaba embozado en las páginas de una novela
con un título perturbador: Sobre héroes y
tumbas.
Toda vida está hecha de encuentros y desencuentros. Los caminos se bifurcan
y las personas se dispersan, es lo corriente. Con algunos de ellos no volví a
verme, con otros cuando nos cruzamos somos tan extraños que es como saludar un
recuerdo. Con unos cuantos, a Dios gracias, conservamos una hermandad que no
cesa de crecer a pesar de las distancias geográficas o de las impuestas por los
compromisos de cada día. La mía, en todo caso, sigue la ruta señalada desde el día que, a instancias de mi tía Teresita, me
asomé a la primera página de Genoveva de
Brabante y ya no volví a salir.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
https://www.youtube.com/watch?v=-NcrN22R6zI
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