martes, 1 de julio de 2025

Atila : la paciencia es virtud asiática

 

 


                                                               
La vida sin lenguaje es deportada.

                                                                         Aliocha Coll

 


El Portón sin puerta es el título de una selección de koanes, esa forma oriental de conocimiento hermana de la gran poesía que tanto impresionó a Ludwig Wittgenstein. Su autor es el maestro chino Wu-men Hui-hai (1183-1260), quien sugirió que el mundo solo puede ser aprehendido a través del lenguaje de la poesía. Vistas así, las metáforas son las únicas capaces de salvar el abismo entre las palabras y las cosas. La intuición bíblica del verbo hecho carne cobra entonces su pleno significado.

Los grandes poetas de todos los tiempos han consagrado su vida a buscar la palabra precisa, que es otra forma del silencio, y han tenido que sortear las tentaciones del sinónimo- no existen dos vocablos que signifiquen exactamente lo mismo- en su intento casi siempre frustrado de aproximarse a lo que, a falta de un nombre mejor, decidimos llamar la realidad.

Esa realidad no es, por supuesto, la de la ciencia y su expresión más prosaica, la técnica. Es un más allá de todo, una inasible línea de sombra que vela el mundo y lo pone lejos de nuestro alcance. En esa línea somos fantasmas que se mueven sobre la cuerda floja de su propio no ser y ensayan señales luminosas   a los otros fantasmas que van y vienen en todas direcciones. El poeta avizora esa línea pero no puede trascenderla: una vida entera no basta para ello, pero otros poetas lo siguen intentando.

Uno de esos intentos lleva el título de Atila, obra inclasificable del escritor español Aliocha Coll (Madrid, 1948- París, 1990).  Mientras trabajaba en ella, el autor anunció que una vez terminada su vida carecería de sentido. Y así fue: se suicidó en París el 15 de noviembre de 1990, cuando contaba apenas cuarenta y dos años de edad.

Esas cuatro décadas le bastaron para intentarlo por todos los medios. Vitam Venturi Saeculi, Imaginarias y El hilo de seda son los títulos de esos intentos en los que, atendiendo acaso la sugerencia de Wu-men Hui-hai, llevó el lenguaje a sus extremos, haciendo de la lectura de su obra un ejercicio difícil cuya recompensa son algunos momentos de iluminación.  Para eso debemos tener presente que la paciencia es una virtud asiática.

Empecemos la andadura con un fragmento de Atila:

 El valle sudaba luz. Las parcelas jugaban a la gallina ciega con dos pañuelos. El viento de poniente se asomaba a las copas y éstas, cediéndole un poco, derramaban algo de su frondosidad. Pero el aura despabilaba las de aquellos árboles que ardieron en verano. Unos cerezos parecían al unísono en flor y en fruto, y la flor y el fruto parecían remendar los cerezos agrumándose la una sin el otro. La ladera se puso, de rodillas, frontera. Temblones eolios cubrían lúbricamente sus choquezuelas. Y la muelle lumbre hacía lentejuelas en esos flecos, que corrían en fila india y va y ven. La tierra empanada y caliente se daba al azogue, que desnudo crecía por entre ella como dos ríos geminados y antígonos. Oriente asediaba con rombos escuadrones de surcos baldíos y liños de abedules. Dos alquerías desterraban destellos de entierros estrellados. Árboles montaraces preferían las cañadas a los caminos, mientras que un tándem de almendros saltaba el lecho de cuenca. Hordas de encinares contemplaban en ajena visión esos suelos más luminosos que cumbres, aireados más que cráteres. Así cercado el valle geórgico despedía enlaces como un ojo de hombre en el cabello de mujer. Y por el puerto más alto bajaba exangüe el cielo a pordiosearle indolencia al granito.

En ese párrafo el autor nos entrega las claves para una lectura lúcida y gozosa. De momento, debemos dejar de lado los viejos manuales   que hablan de argumento, nudo y desenlace como sustentos de la ficción.  Y por el puerto más alto bajaba exangüe el cielo a pordiosearle indolencia al granito. Así de simple: estamos ante una propuesta literaria soportada sobre poemas en prosa y aforismos que todo el tiempo alumbran el camino del lector.

Pero en Atila también hay una historia. La historia de amor entre Ipsibidimidiata, hija de Roma, y Quijote, hijo de Atila, sobre cuya unión se funda una esperanza: la de preservar el legado vital de un Imperio Romano en pleno declive, sitiado por unos bárbaros que en realidad son los llamados a recoger el acervo cultural y vital de un pueblo necesitado de sangre nueva. Lejos del estereotipo del destructor, Atila es en realidad un guerrero lúcido que se sabe destinado a hacer suyo lo construido por Roma a lo largo de los siglos. De ahí su declaración de principios: “ Es la  esperanza lo que conserva la vida, no el miedo”.  Acto seguido, amonesta a su pueblo: “Sin salir a no puedes salir de”, para cerrar declarando: “ El miedo se ríe del que lo padece”.




Bajo esa perspectiva, Atila es también una crónica. El relato de hombres y pueblos enfrentados a su disolución, mientras en ese tránsito intentan resolver el acertijo del propio destino. Ese acertijo está consignado en la pregunta: “¿Por qué la vida de un hombre era a la crónica de la historia lo que la vida de un día era a la crónica de su longevidad?”.

A la luz de esa pregunta comprendemos el primer párrafo del libro donde, al modo de una obra de teatro, se nos presenta a los personajes de una puesta en escena sin principio ni fin.

Laocoonte

 

Así abortó la misogénesis.

De los treinta mil cruzados niños que en 1312 salieron en busca de un taxidermista.

De la estepa de tan extensa comba más que las montañas que la circundan. De tan intensa cuenca más que los valles que circundan las montañas.

De una comedia, que empezaba así:

SALOMON

 

personajes

 

ESPECTRO DE ABSALON

HIJO PUTA MUERTO

HIJO PUTA VIVO

MALA PUTA

BUENA PUTA

SALOMON

REINA DE SABA

 

Esos personajes, o más bien espectros, como corresponde a una de las etimologías de la palabra persona, abren de par en par las puertas a la risa que, bien lo sabemos, es el remedio para quienes se toman en serio sus propias neurosis, sus patéticos intentos de sentirse vivos, llámense amor, gloria, poder.

No se tomen demasiado en serio esta historia, nos recuerda el narrador- poeta-filósofo a cada vuelta de página. La vida es demasiado breve para tomarse las cosas a pecho. Eso explica la idea que atraviesa el relato: “En el fondo de la Caja de Pandora alienta la esperanza”, lo que conduce al conocido Carpe Diem de los amados romanos, que a su vez lo tomaron, como casi todo, de los etruscos.




En todas las grandes obras literarias subyace una sospecha: “La memoria siempre huye hacia la infancia”, según sentencia el narrador de Atila. Todos los atajos conducen a ese reino perdido que a nivel de los pueblos tomó forma en la idea de una Edad Dorada, de un Xanadú, de un Paraíso terrenal que se aleja cuando lo creemos al alcance de la mano, porque no está fuera sino dentro de nosotros mismos.

Y en la infancia anida ya la muerte que se arropa a sí misma y nos envuelve en su espiral que siembra a su paso una sospecha: “Como si también la muerte fuese una cuestión de lenguaje, una parapalabra surgida antes de la primera sílaba, de la primera sílaba con vocal, una cuestión de otra oralidad, puesta antes que cada cual se salga con la suya”.

Ahí está la cuestión: ni siquiera en la muerte podemos salir del lenguaje, porque no es punto de llegada sino de partida y vuelta a llegar: la metáfora perfecta de la  eternidad. Como sucede a todo lo largo del relato, el poeta convierte esa idea en pregunta, que es la única manera de deshacerse de las certezas: “¿O qué pega el culo de la esperanza al fondo de la caja que resuena al fondo de la bodega de cada poema?”

El poema como caja de resonancia de lo inefable. El aforismo en tanto síntesis de lo infinito, esa especie de “rincón sin esquina” por donde se cuela el mundo mientras “El sol de Capricornio despuntaba en el horizonte como un delfín cansado, con el ocio de una mañana de domingo, más desidioso que ditirámbico “.

Con hilos así de finos está tejida la urdimbre de Atila, historia infinita que conduce a todas partes y a ninguna. A los mitos griegos y la vieja Roma, a la tragedia y la comedia clásicas. Y, sobre todo, a los laberintos del lenguaje donde escritor y lector son a la vez Ariadna, Teseo y el Minotauro. Echemos un vistazo a ese laberinto:

 

 Entretanto habían llegado más batidores de vanguardia, refiriendo sombras flotantes en un cielo raso, sombras absolutas, criptofanías de la luz pasada por un sacabocados, carros sin caballos que cruzaban calles y atravesaban fachadas taladrando las ciudades de parte a parte, aves sin plumas poniendo estridentes huevos en picado que hundían terrazas y tejados, una gota de sol, no, la gota de una ausencia en el sol que caía sobre una ciudad nebulizándola y anublándosela, los campos de Europa cubiertos de sus campesinos despanzurrados por ciudadanos y desentrañados por liebres, masas rojas de hombres combustibles envueltos en una película verde de hombres comburentes, pero esos colores han de entenderse como pertenecientes al espectro de una luz negra, masas esféricas que se hacían más y más conoides de modo que todos los hombres eran combustibles y comburentes de otros hombres y cada uno quería ser más comburente que combustible pero resultaba que la combustibilidad social prevalecía sobre la comburencia individual en cada uno, prevalencia que implosionaba la humanidad a menos de menos, conos en concierto de cúspides y en conflicto de bases, en concierto de diferencias y en conflicto de semejanzas, desalmados de identidad generatriz.




En esa sucesión de imágenes espacio y tiempo se hacen uno solo, como lo sugieren las intuiciones de la física cuántica. Solo así se comprende la visión del  sabio chino: la metáfora es lo único capaz de suspender por un instante- aunque sea por un instante- la certeza de la entropía y la disolución. El poeta – y Aliocha Coll lo es en grado sumo- se asoma a ese abismo donde la eternidad fulgura en medio de su noche diurna para regresar a contarnos el espanto de imaginar que existimos como la pesadilla de un alguien a quien soñamos y que bien puede ser Atila.


PDT les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=heZvEmLvN04&t=40s

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Ingrese aqui su comentario, de forma respetuosa y argumentada: