sábado, 1 de noviembre de 2025

Cultura y política

                                               Piedra del sol



Una ronda periódica por los medios de comunicación, incluidas las redes sociales, no tarda en conducir al visitante a una certeza: el propósito manifiesto o velado de los poderes de despojar a las personas de su cultura, vale decir, del soporte mismo de su existencia. El concepto de alienación adquiere aquí su dimensión precisa. Un ser despojado de sí mismo queda en manos de las fuerzas que todo lo controlan en su propio beneficio y en detrimento del individuo y la sociedad.

Poco importa la naturaleza de esos poderes: políticos, religiosos, económicos o familiares, al final da lo mismo. El truco no tiene misterio. Basta con manipular el lenguaje. Despojar las palabras de su sentido y otorgarles uno distinto para provocar la confusión. En ese punto la mente clama por un guía, una fórmula que la conduzca al camino correcto. En ese momento aparece el mesías, el gurú, el caudillo o el coach, para utilizar un vocablo caro al mundo de la administración. Al carecer de mirada crítica la persona está inerme y acaba engrosando las filas de cualquier ejército de salvación.

Los políticos, así como los expertos en mercadeo y publicidad lo tienen claro: huérfana de su propia cultura una sociedad puede ser sometida a un reimplante en el que ese poderoso aliento vital   es sustituido por la pura demagogia, por la promesa de ese mundo feliz del que hablara Aldous Huxley en su novela. Así pues, se trata de extirpar la Cultura con Mayúsculas para remplazarla por una cultura chiquita a la medida de los intereses en juego. Peor aún: por una caricatura de sí misma que la convierta en objeto deleznable. Logrado ese propósito, el camino queda abierto para todo el que quiera colonizar esa tierra de nadie.




El siglo XX fue pródigo en ejemplos: mientras el estalinismo quiso imponer el “ realismo socialista” como fórmula  para poner el arte al servicio de un modelo totalitario, la China de Mao acuñó el eufemismo “ Revolución Cultural” para disfrazar un plan que condujo al hambre, el atraso y el exterminio.

Por su lado, la Alemania Nazi se sacó de la manga un improbable pasado heroico que no solo negó de plano la validez histórica de los otros pueblos sino que hizo de su aniquilación física y moral un propósito colectivo.

Cuando les llegó el turno, los   ganadores de dos guerras mundiales hicieron de la propaganda poco menos que un arte mayor. Tenían razones de sobra. No solo contaban con los viejos periódicos sino que tenían la radio, el cine, la televisión y , entrado el nuevo siglo, el universo infinito de internet. No fue difícil convencer al mundo de que el consumo y el derroche eran las únicas formas de trascendencia en este mundo. Cuando el “American way of life” se hizo planetario, incluso en el llamado mundo socialista el terreno estaba listo para un nuevo advenimiento: el reinado de las grandes corporaciones encargadas de proporcionar las condiciones de bienestar. El resultado ya había sido previsto por algunos pensadores desde mediados del siglo XX: el debilitamiento e incluso la desaparición del Estado- Nación como modelo de organización social y con él la democracia misma en tanto instrumento de legitimación. De ahí la erosión de entes como la Organización de las Naciones Unidas y  la Organización de Estados Americanos, que  jugaron un importante papel como negociadores en tiempos  de la Guerra Fría. Sin criterio y por lo tanto sin pensamiento crítico para tomar distancia de la multiplicidad de fenómenos que los asedian, los ciudadanos- otro concepto en trance de revisión- se mueven en una deriva en la que creen ser dueños de  su destino, al modo de esos surfistas convencidos de que gobiernan las fuerzas del oleaje parados sobre una tabla.






A esta altura del camino el desafío consiste en restituirles el valor a las cosas: no es la política la que crea la cultura por decreto, sino esta última la que fundamenta las acciones políticas enfocadas a transformar la sociedad. No son los influenciadores- el último detritus de la llamada sociedad de masas- los que  determinan las decisiones de la gente.  Aunque no lo parezca todavía hay tiempo. El gran patrimonio de la cultura que nos hace humanos está ahí, vivo y palpitante.   Alienta en las literaturas orales y escritas. Se agita en las músicas que se  fusionan y reinventan como lo hicieran los ritmos negros y anglosajones que con su diálogo engendraron  un fenómeno tan potente como el rock, banda sonora de  la luchas por los derechos civiles, desencadenadas  luego de la Segunda Guerra Mundial. Habita en los barrios, en las calles y en el vocerío de las grandes ciudades. Se insinúa en los coloridos murales que brotan  en las paredes como imprevistas plantas tropicales.

 Vale la pena tenerlo en cuenta: no es precisamente MTV la creadora de los ritmos latinos. Fueron éstos los que permitieron el florecimiento de esa corporación. No son las llamadas “Industrias Culturales” y sus mercados diseñados a medida las creadoras de mundos perdurables. Es al revés. Si lo entendemos así comprenderemos que todavía tenemos tiempo de retomar el control del propio destino y eso implica recorrer un camino distinto al postulado por la banalidad de los medios de comunicación. Contra toda apariencia, el mundo no son sólo caudillos, predicadores, influenciadores y Youtubers.

Basta con permitirse un momento de lucidez para entender y asumir que la relación  orgánica entre cultura y política debe fluir en otra dirección, hacia el terreno donde pervive lo humano como inalienable condición de la existencia.


PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
https://www.youtube.com/watch?v=9qCBCSz1DeY&list=RD9qCBCSz1DeY&start_radio=1