lunes, 1 de diciembre de 2025

Deslumbrado y confuso

 


 


Al menos para mí la conversación tuvo un acento delirante. El hombre, llamado Adrián, me invitó a un café en un concurrido lugar del centro de Pereira con nombre de arrabal: El Cafetín. Las paredes, decoradas con fotografías de viejas glorias del tango y el bolero, hacían más notorio el contraste con el monólogo -   yo apenas hablé- que se inició.

He compuesto más de quinientas canciones con Inteligencia  Artificial, dijo a modo de preámbulo, con un brillo de suficiencia en la mirada. Estoy haciendo los trámites para patentar mis derechos ante Sayco y Acinpro, añadió y despachó el café de un  sorbo para pedir otro al instante. Por lo visto, se avecinaba una peligrosa combinación de adrenalina y cafeína.

Previendo que el asunto iba para largo, me acomodé en la silla y pensé que era demasiada alharaca: El Caballero Gaucho, compuso- mal contadas- más de un millar de canciones en su fértil carrera como cultor de la música popular, constituyéndose en algo así como la banda sonora de los habitantes del Eje Cafetero colombiano y del área de influencia de la llamada colonización antioqueña. Devoto como soy de su cancionero, me dije en silencio: me cago en la Inteligencia Artificial

Como bien sabemos, Sayco y Acinpro, una suerte de criatura bicéfala, es la entidad que en teoría vela por los intereses y derechos de los compositores y autores colombianos, en el entendido de que uno es el que escribe la letra y otro el encargado de componer la música, aunque a veces resulte ser la misma persona.

¿Si las canciones son escritas por una Inteligencia Artificial, como puede alguien patentarlas con nombre propio y a nombre de quién quién se interpone la demanda en caso de plagio o sospecha del mismo? Era la pregunta que rondaba mi cabeza.




Por lo visto, aparte de compositor prolífico, Adrián también puede leer la mente del interlocutor, porque sin fijarse en gastos se lanzó a explicar, mientras yo ponía, según  escriben los novelistas  gringos, ojos como platos.

El asunto es así: yo escribo las canciones, que pueden ser en distintos géneros como bachata, bolero, balada, pop, despecho y muchos otros. Cuando la letra está lista le solicito a la Inteligencia Artificial que componga la música y le especifico el ritmo. El paso siguiente es la búsqueda de un intérprete adecuado para cada género. Luego viene la comercialización a través de alguna o varias de las plataformas existentes. Para eso debo pagar primero a la empresa dueña de la Inteligencia Artificial; sin ese requisito no puedo iniciar la monetarización. Así dijo: monetarización.

A esas alturas, la escena parecía sacada de una película de Buster Keaton pero con mucho ruido: las conversaciones de los parroquianos, la voz de Felipe Pirela o Agustín Magaldi y el entrechocar de platos y pocillos de porcelana se sumaban a Adrián haciendo sonar sus “composiciones” en un teléfono móvil de alta gama. Al menos debió elegir un lugar silencioso para hacer su revelación- pensé- pero tampoco dije esta boca es mía. El peso de tanta información nueva era demasiado para mis pobres entendederas.




Es norma de derecho y de convivencia presumir la buena fe de las personas. Demos por sentado entonces que Adrián es el autor de las letras de sus canciones y que puede volverse billonario vendiéndolas en un mercado en permanente expansión. Según el mismo me explicó, ya existen instrumentos para verificar su “autenticidad”. Aceptado este punto surgen otras inquietudes sobre quién es entonces el “autor” de la música y los arreglos, quién el intérprete y el productor. De ahí se deriva otra pregunta por los derechos y beneficios.

Como pueden ver, he abusado de las comillas, pero no hay ironía en ello. Es el reconocimiento de mi ignorancia. Sé que la noción de autor es poco menos que un anacronismo cuando un fulano puede solicitarle a un programa la composición de una sinfonía que, en un guiño a Dvorak, podría titularse “Sinfonía del Nuevo Mundo”… pero con dobles comillas.

Siguiendo esa ruta, igual puede decirse de nociones como “original”, un concepto siempre puesto en entredicho por la maestría de algunos falsificadores. Es bien conocido el caso del holandés Han van Meegeren, que le vendió una de sus “obras" de Vermeer al mismísimo Hermann Göring durante la ocupación nazi a los Países Bajos. Es de resaltar que la compra estuvo precedida por análisis de conocidos “expertos” que refrendaron su “autenticidad”.




Por hoy dejemos a las útiles comillas en paz. Soy consciente de que, como siempre a lo largo de la historia, los humanos estamos ante un umbral, viva expresión virtual del infinito universo en expansión. Después de todo, igual que la rueda fue y sigue siendo una extensión del pie y el hacha una extensión de la mano, la Inteligencia Artificial es una expansión de la mente del hombre. Dicho de otra manera, un artificio que, como todos los anteriores, puede ser usado con fines buenos o malos. Por lo pronto, deslumbrado y confuso, espero que Adrián, el autor de canciones, pase a engrosar la lista de billonarios que surgen cada día en esa tierra de nadie y de todos llamada Internet.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=w772GXG5LnE&list=RDw772GXG5LnE&start_radio=1