Al menos para mí la conversación
tuvo un acento delirante. El hombre, llamado Adrián, me invitó a un café en un
concurrido lugar del centro de Pereira con nombre de arrabal: El Cafetín.
Las paredes, decoradas con fotografías de viejas glorias del tango y el bolero,
hacían más notorio el contraste con el monólogo - yo apenas hablé- que se inició.
He compuesto más de quinientas canciones con Inteligencia Artificial, dijo a modo de preámbulo, con un brillo de suficiencia en la mirada. Estoy
haciendo los trámites para patentar mis derechos ante Sayco y Acinpro, añadió
y despachó el café de un sorbo para
pedir otro al instante. Por lo visto, se avecinaba una peligrosa combinación de
adrenalina y cafeína.
Previendo que el asunto iba para largo, me acomodé en la silla y pensé que
era demasiada alharaca: El Caballero Gaucho, compuso- mal contadas- más
de un millar de canciones en su fértil carrera como cultor de la música
popular, constituyéndose en algo así como la banda sonora de los habitantes del
Eje Cafetero colombiano y del área de influencia de la llamada
colonización antioqueña. Devoto como soy de su cancionero, me dije en silencio:
me cago en la Inteligencia Artificial
Como bien sabemos, Sayco y Acinpro, una suerte de criatura bicéfala,
es la entidad que en teoría vela por los intereses y derechos de los
compositores y autores colombianos, en el entendido de que uno es el que
escribe la letra y otro el encargado de componer la música, aunque a veces resulte
ser la misma persona.
¿Si las canciones son escritas por una Inteligencia Artificial, como
puede alguien patentarlas con nombre propio y a nombre de quién quién se interpone la
demanda en caso de plagio o sospecha del mismo? Era la pregunta que rondaba mi
cabeza.
Por lo visto, aparte de compositor prolífico, Adrián también puede leer la
mente del interlocutor, porque sin fijarse en gastos se lanzó a explicar,
mientras yo ponía, según escriben los
novelistas gringos, ojos como platos.
El asunto es así: yo escribo las canciones, que pueden ser en distintos
géneros como bachata, bolero, balada, pop, despecho y muchos otros. Cuando la
letra está lista le solicito a la Inteligencia Artificial que componga la
música y le especifico el ritmo. El paso siguiente es la búsqueda de un
intérprete adecuado para cada género. Luego viene la comercialización a través
de alguna o varias de las plataformas existentes. Para eso debo pagar primero a
la empresa dueña de la Inteligencia Artificial; sin ese requisito no puedo
iniciar la monetarización. Así dijo:
monetarización.
A esas alturas, la escena parecía sacada de una película de Buster Keaton
pero con mucho ruido: las conversaciones de los parroquianos, la voz de Felipe
Pirela o Agustín Magaldi y el entrechocar de platos y pocillos de porcelana se
sumaban a Adrián haciendo sonar sus “composiciones” en un teléfono móvil de
alta gama. Al menos debió elegir un lugar silencioso para hacer su revelación- pensé- pero tampoco dije esta boca es mía. El peso de tanta información nueva
era demasiado para mis pobres entendederas.
Es norma de derecho y de convivencia presumir la buena fe de las personas.
Demos por sentado entonces que Adrián es el autor de las letras de sus
canciones y que puede volverse billonario vendiéndolas en un mercado en
permanente expansión. Según el mismo me explicó, ya existen instrumentos para
verificar su “autenticidad”. Aceptado este punto surgen otras inquietudes sobre
quién es entonces el “autor” de la música y los arreglos, quién el intérprete y
el productor. De ahí se deriva otra pregunta por los derechos y beneficios.
Como pueden ver, he abusado de las comillas, pero no hay ironía en ello. Es
el reconocimiento de mi ignorancia. Sé que la noción de autor es poco menos que
un anacronismo cuando un fulano puede solicitarle a un programa la composición
de una sinfonía que, en un guiño a Dvorak, podría titularse “Sinfonía del
Nuevo Mundo”… pero con dobles comillas.
Siguiendo esa ruta, igual puede decirse de nociones como “original”, un
concepto siempre puesto en entredicho por la maestría de algunos
falsificadores. Es bien conocido el caso del holandés Han van Meegeren, que le
vendió una de sus “obras" de Vermeer al mismísimo Hermann Göring durante la
ocupación nazi a los Países Bajos. Es de resaltar que la compra estuvo
precedida por análisis de conocidos “expertos” que refrendaron su
“autenticidad”.
Por hoy dejemos a las útiles comillas en paz. Soy consciente de que, como
siempre a lo largo de la historia, los humanos estamos ante un umbral, viva
expresión virtual del infinito universo en expansión. Después de todo, igual que
la rueda fue y sigue siendo una extensión del pie y el hacha una extensión de
la mano, la Inteligencia Artificial es una expansión de la mente del hombre.
Dicho de otra manera, un artificio que, como todos los anteriores, puede ser
usado con fines buenos o malos. Por lo pronto, deslumbrado y confuso, espero
que Adrián, el autor de canciones, pase a engrosar la lista de billonarios que
surgen cada día en esa tierra de nadie y de todos llamada Internet.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:
https://www.youtube.com/watch?v=w772GXG5LnE&list=RDw772GXG5LnE&start_radio=1



