viernes, 10 de septiembre de 2010

Bajos Instintos

Como de un tiempo para acá en casi todos los establecimientos públicos lo obligan a uno a ver televisión aunque no quiera, con seguridad todos ustedes estarán familiarizados con esta escena de un restaurante : justo cuando el hambriento ciudadano se dispone a dar buena cuenta de su almuerzo, en la pantalla del aparato aparece el primer plano de un anglosajón de género indefinido, que lucha con todas sus fuerzas para liberar su pierna, o lo que sobrevive de ella, de las mandíbulas de un tiburón que parece descendiente directo de aquél especimen que se hizo famoso en la película de Steven Spielberg. Una voz en off con acento mexicano relata con minuciosa perversidad y con aire fingido de rigor científico los detalles que condujeron al bañista desprevenido hacia esa trampa mortal .Acto seguido, el agua del mar empieza a teñirse de un color insoportablemente parecido al de su jugo de mora, y entonces todo se va al carajo: el apetito, las ganas de descansar un rato y sobre todo la simpatía que hace un momento alcanzó a sentir por el administrador del restaurante, un hombrecito bajo y grueso que en los ratos libres resuelve crucigramas y devora ediciones vencidas de las revistas Muy Interesante y Selecciones del Reader`s Digest

En ese momento, cuando ya ha decidido que el almuerzo de ese día se reducirá a un pan integral acompañado por un vaso de leche de soya, el comensal poseído por la náusea cae en la cuenta de que por ahí es la cosa. Que esa manía de mostrarle a la gente las imágenes más atroces con el tono medido y ausente a la vez de un profesor de anatomía tiene sus raíces en esas revistas que se empezaron a editar por millones después de la Segunda Guerra Mundial, con el pretexto de conectar al hombre no iniciado con los grandes descubrimientos de la ciencia. “ Las angustias de un cardiólogo”, “ Viaje a lo más profundo de la próstata” “ Los secretos de una diálisis”, “Una lobotomía no siempre es una catástrofe” eran los títulos de esos artículos escritos por individuos de apellido Smith o Johnson, cuya firma iba seguida de unas iniciales que los acreditaban como Phd en alguna cosa.

La diferencia reside en que antes uno tenía la opción de abrir o cerrar a la revista. Hoy las imágenes lo sitian en tres dimensiones. Cámaras instaladas en los lugares más insólitos le muestran las múltiples fracturas de un hueso o recrean en cámara lenta la manera como se desangra un turista japonés atacado por un león. Como si no bastara con eso, la misma voz sin rostro hace una interpretación de las figuras que aparecen en una radiografía, aclarando que fueron captadas con rayos infrarrojos de alta precisión. Cuando, harto, usted se dispone a tomar las Villadiego, se le cruza en el camino el voceador de uno de esos tabloides sensacionalistas cuyas páginas rezuman sangre y todo se le hace claro : la única diferencia entre el primer plano de ese motociclista destrozado por un camión y lo que muestran esos documentales reside en la sinceridad atroz de los primeros y el lenguaje pretencioso de los segundos, porque en últimas los dos apuntan a exacerbar la dosis inagotable de morbo en la que chapotean nuestros más bajos instintos.

2 comentarios:

  1. Y yo pensando en Sharon Stone…..gracias por este texto Gustavo.

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  2. Bueno, Carlos Iván. A sus cincuenta y tantos tacos Sharon Stone bien vale una pajita.

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