jueves, 3 de febrero de 2011

Política y farándula




Como sigo pensando que el mejor termómetro para medir la temperatura del mundo está en esos bares  donde se reúnen los jubilados- digo, los pocos que sobreviven en tiempos del  catecismo neoliberal- cada vez  que puedo me instalo en una de sus mesas. Al fin y al cabo sus inquilinos tienen la  incomparable ventaja de mirarlo todo desde afuera, como quien acerca el ojo al cristal de un caleidoscopio.
En una de esas me topé con Gildardo y sus  compinches que durante décadas “fatigaron las aulas con sus guantes de tiza” como diría el poeta, dando clases en viejos colegios de esa Pereira que ya se les escurrió entre los dedos.
Bueno, pues el asunto es que  la conversación del día  versaba sobre dos cosas: la consistencia de los senos de una modelo inmortalizada en el cartel  promocional de una empresa de cervezas y la forma en que los políticos se han ido alejando cada vez más de la política  para convertirse en personajes de farándula. En lo primero hubo consenso inmediato. Vamos entonces a  lo segundo: Allí  no se hablaba de la   fauna de radio y televisión que, amparada en una popularidad  acumulada durante años o décadas decide dar el salto hacia esa otra forma del circo  en que acabó convertida el ars política  soñada por los antiguos como la mejor manera de gestionar las diferencias y las afinidades entre los ciudadanos. Mejor dicho: ni Edgar Perea, Alfonso Lizarazo, Lucero Cortés ni  algún otro de esos  personajes que rayan en el patetismo tenían velas en ese entierro
El tema aquí era esa manía de los políticos, cada vez más repetida, de  hacerse acompañar  por actores, cantantes de   vallenatos, bailarinas, payasos, deportistas y pastores de   sectas milenaristas que anuncian el fin de los tiempos. Rosendo, el más vehemente de los contertulios, añoraba unos improbables tiempos  cuando, según su imaginación distorsionada por la nostalgia, esa enfermedad del espíritu  que todo lo confunde, “ Se hacía política de verdad”.
No sé  de qué me hablan, les espeté, disculpándome de paso por aguar la fiesta. Hasta donde tengo entendido el circo romano fue una invención  de los políticos y a través  de los tiempos los que aspiran al poder  siempre  han tenido a su lado un bufón, cuando no hacen  ellos mismos ese papel. En épocas recientes, ni los más conservadores   entre los conservadores  se han fijado en gastos a la hora de  asesorarse  de una bailarina topless o de una porn star  experta en encandilar machos asediados por la testosterona. Todo fue inútil: como ustedes bien saben,  acostumbrados como viven a  que la mesada tarde meses en llegar, los pensionados nunca dan su brazo a torcer.
De modo que me levanté y me despedí pensando que talvez en  el empeño de nuestros políticos por  subirse a la tarima en compañía de  mariachis o cantantes de despecho gravite algo más profundo que  la simple búsqueda de  votos. A lo mejor, estos abnegados hombres  que en algunos casos buscan  llegar al poder por segunda o tercera vez se ven reflejados en las letras de canciones como aquella del viejo y querido José Alfredo Jiménez : “ Nada me han enseñado los años/ siempre caigo en los mismos errores/ otra vez a brindar con  extraños/ y a llorar por los mismos dolores”.

2 comentarios:

  1. Estimado Gustavo Colorado, la edición IV del Encuentro Nacional de Escritores Luis Vidales tendrá como tema central la relación entre periodismo y literatura. Le lectura de Besos como balas y de los textos de su blog, me hicieron proponer su nombre para la lista de invitados –hasta el momento están confirmados Salcedo Ramos, Alfredo Molano, Ana María Cano y Vladdo-. Espero respuesta al correo laavenida@gmail.com. Una versión de este mensaje la envié a martiniano5... Un saludo.

    A.

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  2. Es casi una manía muy a la colombiana asegurar que "todo tiempo pasado fue mejor", será por esa sombra conservadora que nos cubre: en el fondo todos los colombianos somos viejos, a nuestra manera.
    Me puedo imaginar perfectamente a Gustavo buscando historias en los bares, por supuesto, todo en razón del periodismo, sí, claro.

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