lunes, 2 de mayo de 2011

Don Ernesto el exterminador


Nació  el 24 de junio de 1911 en La Plata, Argentina , de modo que  en esa fecha iba a cumplir cien años. Pero  hasta en eso fue aguafiestas don Ernesto, así que optó por dejar  con los crespos hechos a quienes en el mundo de habla hispana se preparaban para rendirle toda suerte de  tributos. Conferencias, reediciones de libros, reseñas, encuentros y lecturas en voz alta de  esos textos implacables y lúcidos que lo caracterizaron formaban parte de  las actividades que se quedaron esperando a que el autor de  obras tan decisivas como El Túnel, Uno y el Universo, Heterodoxias, Sobre  Héroes y Tumbas, Abadón el Exterminador o La Resistencia, saliera aunque fuera por un momento de su refugio  en Santos Lugares para recibir el último gesto   de reconocimiento que el mundo le estaba debiendo.
Pero el viejo sabio prefirió salir por la puerta de atrás. Incluso se fue antes de que lo homenajearan en la Feria del Libro de Buenos Aires. La Santa María de Los Buenos Aires  fundada por don Pedro de Mendoza. La ciudad de inmigrantes provenientes de todos los lugares de la tierra. La de los laberintos que alimentaron buena parte de sus obsesiones y las de ese otro grande que  fue Jorge Luis Borges. La de los rufianes que  improvisaban oscuros  heroísmos  en  burdeles propicios a la bravuconada. La  de los dictadores  que hicieron del país entero el reino de paranoia y dolor  presentido  por el poeta  Andrés Calamaro. La de los barrios  donde se fundaban equipos de fútbol que tomaban sus colores de las banderas de los barcos que   atracaban por  decenas en La  Boca, esa puerta de entrada a la tierra de promisión a la que millones de europeos  llegaron a   “ hacer  la América” cuando la guerra y la miseria  asolaban sus lugares de origen.
Con todos esos materiales amasó don Ernesto su destino de exterminador, que lo llevó primero a explorar en los meandros de la ciencia  para anclar más tarde, decepcionado y lúgubre, en los terrenos todavía más inciertos de la creación literaria, esa especie de realidad paralela edificada con palabras. De  allí salió Juan  Pablo Castel, un pintor enfurecido al que el mundo de afuera se le escapa entre los pliegues del pincel. Allí  nacieron Martín del Castillo  y Alejandra Vidal Olmos,  personajes de ficción más consistentes que  muchos de carne y hueso, a los que miles  de adolescentes siguen visitando con  desesperada obstinación, tratando de encontrar en sus vidas la clave del propio destino.  De esos mismos territorios  surgió Bruno Bassán, una especie de sombra que  va por las calles del  Gran Buenos Aires con el aire  inconfundible del que se sabe  perdido en el universo. Todos  ellos se movieron en un mundo de pesadilla anclado de lleno en  una realidad que, en el caso de los argentinos, está marcada por  el desarraigo de  quien desembarca en una tierra baldía para tratar de reinventarse un destino y por la presencia ominosa de sucesivas dictaduras militares, en cuyos intermedios   los políticos  y los mafiosos hacían de las suyas.
Esa fue la pradera en la que don Ernesto Sábato, frecuentador de infiernos y fanático del  equipo de  fútbol   Estudiantes de la Plata, apacentó  una legión de fantasmas que son comunes a la humanidad. Esa pradera  que  apenas empieza a entrever el tamaño de su ausencia: un agujero negro así de grande desde el que evoco el momento  en que, adolescente  y trémulo, me asomé a la insondable dosis de desamparo de una mujer llamada María Iribarne.

2 comentarios:

  1. ... DoN Ernesto seguramente no se fue muy lejos... mas bien ahora recorre el mundo que creo con sus personajes oriundos de lo mas profundo de su alma. :)

    Muy buena crónica maestro :) Saludos Y felicidades :)

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  2. Como siempre, me alegra mucho tener noticias suyas Gabriel, donde quiera que esté en el planeta virtual.

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