jueves, 22 de noviembre de 2012

Las puertas del delirio



Durante años tuve una vecina menuda, frágil y nerviosa, poseída por un miedo irrefrenable a lo desconocido, empezando por  ella misma. Su vasto catálogo de  temores incluía a los hombres, los truenos, las arañas, los eclipses y las enfermedades, así como el pasado, el presente y el futuro.
Como todas las personas de su tipo, conjuraba sus horrores diurnos y nocturnos con un conjunto de creencias adaptables a toda clase de situaciones cruzadas por un factor común: todas prometían conducirla a un estado de gracia reservado solo a los elegidos. Cuando creía en la reencarnación se suponía descendiente en línea directa de  Isabel II, Eva Perón o Catalina de Rusia. Nunca le pasó por la cabeza una  eventual ascendencia de poco lustre.
En otras situaciones optaba por los extraterrestres. En ese caso los venusinos  vivían siempre a punto de recogerla  en una de sus naves interestelares para conducirla a una suerte de Arcadia o Shangri- La situado allende las estrellas, donde  la esperaba para desposarla el más perfecto  de los ejemplares masculinos. Algo así como un cruce entre Brad Pitt, Cristiano  Ronaldo y Justin Timberlake corregido y aumentado. Cuando le perdí el rastro, hace cosa de diez años, andaba en busca de la saga inmortal de los niños índigo y alguna otra sutileza de la nueva era.
Un par de semanas atrás volví a encontrármela bajo un alero, mientras aguardábamos que pasara la lluvia. Estaba más encogida, más arrugada y convertida en un temblor viviente. Movido por la curiosidad morbosa de los de mi oficio le pregunté por esa vida suya hecha de agitaciones y espantos.
-Los mayas, me dijo a modo de respuesta ¿No sabe usted que según sus profecías el próximo 23 de diciembre se acaba este mundo horrible y empieza una época de  dicha y amor  para la humanidad?
- Ah, creía que era el  21,  repliqué, sorprendido  y agradecido por esos dos días adicionales que  no estaban en mis cuentas. La mujer solo atinó a mirarme con expresión de lástima mientras sacudía el paraguas como quien intenta espantar un bicho de mal agüero.
Pobres  mayas- suspiré- como les sucedió a los monjes budistas y a los santones indios en la década de los sesentas del siglo XX, el pasado de este pueblo ahora tiene que vérselas  con el discurso  de las sectas nueva era, empeñado en acomodarlo todo a su necesidad de búsqueda de consuelo  para lo  irremediable. Desde los evangelios hasta  las comunidades utópicas, pasando por ideologías de corte fascista y recetas vegetarianas, todo vale en su intento por vender  la idea de un nuevo advenimiento. Es comprensible: cuando  se trata de forjar una profecía ningún dato resulta irrelevante.
Poco afecto a los vaticinios, funestos o benévolos, acudí a mi consultor científico de cabecera, un profesor graduado en astronomía y matemáticas cuyo nombre mismo parece un designio: Euclides.
-Lo de la alharaca con los  mayas es tan elemental que lo entiende mi hijo de diez años, me advirtió mientras desplegaba la pantalla de su computador. Si yo le aseguro que el próximo 31 de diciembre a las doce de la noche es el fin del mundo le estoy  enunciando una verdad inapelable: ese día, a esa hora expira el universo comprendido en la convención temporal establecida de esa fecha hacía atrás. Lo mismo pasa con el  tal misterio maya. Con su asombrosa precisión matemática esos pueblos definieron lo que suele llamarse la Cuenta Larga, un periodo de tiempo colosal a escala humana, pero insignificante en términos del universo. Cálculos más, cálculos menos, según algunos analistas  ese periodo concluye el  veintitrés de diciembre de 2012 . Es el célebre 4 Ajaw 3 K´ank´ iin de los mayas.  Para ser precisos, eso equivale a decir que el día de hoy  se acaba a la hora  veinticuatro y el siguiente empieza a la hora cero ¿Usted dudaría de eso?
Cuando abandoné la casa de Euclides recordé de súbito el nombre de la mujer. Ismenia, Ismenia, repetí, como  si esas tres sílabas contuvieran la clave de algo que los poetas y los  matemáticos descubrieron  hace mucho: que  el mundo  se extingue a cada segundo, porque el instante que acaba de pasar con su legado de sorpresas, crepúsculos, besos y temores no volverá a repetirse aunque nos fuera dado el don o la condena de vivir por los siglos de los siglos.



6 comentarios:

  1. Uno se queda con la duda sobre Ismenia: ¿Era imbécil o sabia? Me hace recordar a un amigo de mi adolescencia, que creía en la reencarnación. No le hacíamos caso, ¿a quién le importa la reencarnación a los 16 años? Un día se me ocurrió preguntarle si tenía alguna figura histórica como modelo para una de sus transmigraciones, pasando por alto el hecho de que uno no se reencarna (creo yo) en una persona del pasado, sino en una del futuro. "Catalina la Grande y Cleopatra", me dijo. ¿Por qué mujeres? Y su respuesta reflejo un estado de ánimo muy propio de un adolescente de aquellos años: "a mi las chicas no me hacen caso, por eso quiero ser mujer y bien puta, para decirle que sí a todo el mundo." Esto suena muy grosero en el 2012, cuando los chicos de 16 años ya tienen un par de hijos, pero en mi época era de lo más comprensible...

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  2. Mi querido don Lalo, me hace usted recordar el comentario de un crítico de música argentino, tras la publicación de un disco sin disco por parte de una banda de pop o algo así. Si señor, así como lee:la gente iba a las tiendas y le vendían una caja vacía. El hombre tituló su texto de la siguiente manera : "¿ Genios o cretinos?". Como, para acabar de completar, el líder de la banda padecía de síndrome de Down, la discusión se desvió hacia las arenas movedizas de la corrección política y al pobre comentarista casi lo crucifican.
    Así que me reservo la respuesta: podría pasarme lo mismo con Ismenia.

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  3. Deliciosa historia, amigo Gustavo. Hace poco leí un artículo en El Boomerang de un epigrafista connotado que explicaba con detalle esto de las profecías mayas. Eso sí, me pareció un texto bastante complicado pero no por ello esclarecedor acerca de la fascinante comprensión del tiempo que tenían los enigmáticos mayas, muy alejado de la superchería que ahora esgrimen los fanáticos new age del famoso fin del mundo que se avecina en diciembre de 2012. El dictamen del especialista era breve: mayas sí, profecías no.
    Y hablando de delirio, nuestro país supera a cualquier caso. Resulta que nuestro canciller del estado plurinacional, se hizo eco de estas paparruchas apocalípticas y con toda solemnidad interpretó a su manera estas profecías: el 21 de diciembre terminaba una forma del mundo y empieza una nueva era de despertar, prosperidad y convivencia fraternal entre los pueblos de la tierra. Decía textualmente que terminaba el imperio de la Coca cola y que empezaba la Era del mocochinchi, un refresco delicioso elaborado de durazno seco. Les paso el vínculo de youtube, por si no se lo creen.
    http://www.youtube.com/watch?v=TBSFdW1q40o

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  4. La gran ventaja de quienes creen en profecías reside en que las venden prefabricadas, apreciado José : basta con unos cuantos datos revestidos de una apariencia de solidez y usted puede armarse un apocalípsis o un paraíso cósmico hecho a la medida de sus miedos o necesidades. El ejemplo de su canciller es ilustrativo : ante el fracaso de la política bien vale una nueva superchería.

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  5. Vaya Gustavo, tomaré esta entrada como un buen cuento. Me parece algo salido de Honorio Bustos Domecq, aquel escritor de cuentos policiacos que salió de Borges Y Bioy. Pero hay otra cosa, tanto el astrónomo como la señora llegaron a una idea semejante, que se acaba, de una manera u otra, el pasado que tenemos hasta ese 23 de diciembre. Piensa uno en el fin físico, y luego viene la añoranza de los recuerdos a perder. ¿Quizá cuando atravesemos tal fecha empezaremos a olvidar cada instante para iniciar de nuevo?
    Por otro lado, ácá ya están aprovechando ese ciclo maya para hacer turismo en Yucatán. Abrazos.

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  6. Me parece excelente idea eso de interpretarlo en clave literaria, apreciado Eskimal ¿Qué será de nuestros recuerdos después del 23 de diciembre? ¿empezaremos una página en blanco? ¿tendremos que empezar a excavar en lo más hondo de la memoria personal para hallar algún vestigio de lo que fuimos?
    De regreso a la dura realidad, si supieran esos especuladores las miserables condiciones en que sobreviven muchos descendientes de los antiguos mayas se dejarían de pavadas, como dicen los argentinos.

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