jueves, 3 de enero de 2013

¿Todo vale?



La esencia del pensamiento liberal, concebido en términos de hombres como John Locke, reside en una idea: el esfuerzo de los individuos en la búsqueda   y defensa de sus intereses particulares acaba por beneficiar a todo el cuerpo de la  sociedad. De esa manera un científico motivado por su espíritu inquieto y sus expectativas de prestigio personal tarde o temprano descubre  un producto, un medicamento o una vacuna destinados a mejorar las condiciones de vida del conjunto de los seres humanos. El mismo concepto valdría para las fuerzas que mueven a comerciantes, industriales, académicos, políticos, clérigos, artistas y toda suerte de trabajadores. Es  en ese contexto donde el liberalismo defiende los derechos del individuo como algo inalienable. Allí caben por igual la libertad de opinión, de empresa, de culto religioso,  de libre desarrollo de la personalidad y todas las demás.
En principio  el argumento luce bien.  Es más, parece  adecuarse con  facilidad al sentido de lo que suele llamarse la condición humana. Sin embargo, como sucede a menudo con los grandes ideales, el sueño de los   filósofos liberales no tardó en  distorsionarse, al punto de  derivar en aberraciones como aquella del darwinismo social: en la jauría humana solo sobreviven los más aptos y la única consigna es el sálvese quien  pueda. Este último precepto subyace en los postulados de lo que se dio en denominar  neoliberalismo, aunque se trate  en realidad de la vieja doctrina llevada  a  extremos que trascienden todo posible código ético.
No es difícil concluir que algo muy sutil y definitivo se rompió en el camino, como sucedió por lo demás con  todo el proyecto de la ilustración, dirigido  en principio a liberar a los hombres de las ataduras de la necesidad y la superstición. El resultado de todo eso- pensaban los  artífices de La enciclopedia- sería una sociedad conformada por  sujetos autónomos, capaces  de regularse  a  sí mismos y  en esa medida respetuosos del contrato social.  En ese objetivo coincidieron durante mucho tiempo liberales, socialistas, anarquistas y  un amplio sector del pensamiento cristiano.
Pensé en todo eso después de escuchar las declaraciones de  una funcionaria del gobierno colombiano, responsable del programa de vivienda   gratuita, considerado por muchos un simple gancho para garantizar votos en  el propósito  reeleccionista del presidente Santos. La  operación aritmética   es elemental: cada familia agradecida puede desatar una cadena de electores capaz de pesar en los resultados finales. O eso al menos pensamos las malas conciencias. Pues bien, al escuchar este   cuestionamiento la funcionaria se limitó a  responder: “ No veo dónde esté el problema. Al fin y al cabo, cada quien  trabaja por  sus intereses”. Como ustedes ya lo advirtieron, es ahí donde  reside el problema: en esa amañada visión del mundo, los intereses   individuales priman sobre  los demás, incluso si se trata de echar mano de los recursos públicos en beneficio personal. Nadie  pone en duda  la necesidad de vivienda digna para varios millones de colombianos. Lo discutible es la inversión del viejo principio  liberal: en este caso  los intereses colectivos son  apenas el pretexto  para  alimentar los apetitos personales. Es decir, asistimos al punto y al momento en que el individualismo se convierte en egoísmo puro. Y bien sabemos que son dos conceptos muy distintos.
La misma lógica perversa opera en sectores tan fundamentales como la salud. Como todos queremos vivir y hacerlo en las mejores condiciones posibles, esa  necesidad devino terreno abonado para el florecimiento de mercachifles de toda laya. Laboratorios consagrados a inventar enfermedades para vender el remedio. Sistemas  de servicios donde el organismo de la persona es apenas parte de una cadena productiva que no cesa de facturar desde el nacimiento hasta la muerte.  Buena parte del gremio médico alejada de sus viejos principios y entregada en cuerpo y alma a la operación costo beneficio configuran un panorama  donde la buena salud de la gente resulta un mal negocio. En realidad es al revés: se necesitan enfermos para alimentar el sistema.
Por ese camino torcido, los siempre admirables esfuerzos de los individuos por superarse a sí mismos desembocaron  en la justificación del todo  vale. Y ya lo sabemos: La  consigna  en cuestión es la responsable de   esa forma tan nuestra de postular  una ética al revés en la que el cinismo es el valor supremo.

5 comentarios:

  1. Excelente reflexión, amigo Gustavo. En eso de violentar el contrato social, los bolivianos sí que somos campeones. Nos gobierna un régimen aparentemente socialista que propugna el capitalismo comunitario (una retórica que pretende revivir las practicas económicas de la época del incario), sin embargo, en la realidad, el gobierno alienta actividades reñidas con la ley como el contrabando, la toma de minas y el narcotráfico, que es la forma más vil del capitalismo, negocios controlados por mafias que se hacen llamar movimientos sociales, soporte electoral del régimen. El contrabando de automotores es el caso más notorio y millonario de esta lógica perversa de mercado: resulta que en pocos años se han introducido por vía ilegal más de un millón de autos usados -y en muchos casos robados- comercializados en ciertos pueblos de la frontera a vista y paciencia de la policía. Pues bien, el gobierno lejos de hacer cumplir la Ley de Aduanas, procedió a emitir un decreto de Regularización, previo pago de una multa. En un santiamén, miles fueron regularizados y hoy inundan las ciudades. Como el ejemplo cundió, hoy siguen internándose más vehículos, porque para los contrabandistas sigue resultando más ventajoso pagar una multa que tramitar en aduana, como lo hacen en países normales. Aquí no, si hasta tenemos algún diputado que representa a estos sectores de delincuentes organizados.

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  2. Muy pero muy interesante y filoso tu post, Gustavo. Toca uno de los puntos más delicados en la piel acorazada de los políticos y vivillos que viven del sistema, o mejor dicho de la comunidad a la que dicen pertenecer. De la perspectiva liberal de Locke (que era una figura del siglo XVII y tuvo una influencia positiva en las relaciones económicas y sociales) descendemos al egoísmo racional de personajes como Ayn Rand, la novelista y “pensadora” que tanto ha influido en Paul Ryan, el candidato republicano a la vicepresidencia de Estados Unidos, para quien el altruismo social es un defecto moral, no una virtud, porque “condena” a satisfacer las necesidades de los demás, en vez de las propias, cuya protección es para ella (y para sujetos como Ryan y Romney) la verdadera virtud. Sobre la profesión médica te cuento que fui durante algún tiempo visitador médico y aprendí mucho sobre lo que en mi país se llama “ana-ana”, el sistema de “tú me rascas y yo te hago masajes” entre laboratorios y médicos, que denunció el famoso Dr. Favaloro en su carta de suicidio. En el ambiente esto se conocía desde mucho antes. Aclaro que mi experiencia también me sirvió para admirar la labor abnegada y la integridad de muchísimos médicos, pero tratándose de un oficio de personas como todas las demás, no nos hagamos ilusiones sobre la condición intachable de todas.

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  3. Apreciado José: aquí nada más, en mi ciudad, tenemos un ex congresista conocido como "El santo patrono de los contrabandistas". Buena parte de su carrera política la hizo con el respaldo financiero de esos sectores ilegales. Ya instalado en el poder, tramitaba leyes en beneficio de sus patrocinadores. He ahí un buen ejemplo de la manera como los instrumentos públicos son desviados en beneficio privado. En el caso de Bolivia, nada más rentable que invocar utopías de corte socialista para disfrazar los más rastreros intereses individuales y de grupos de poder.

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  4. Qué bueno tenerlo de nuevo por aquí, mi querido don Lalo. Esa sutil pero definitiva frontera entre el bienestar del individuo y sus propias tendencias egoístas es el terreno donde medran las expresiones más atroces del denominado "Darwinismo social y todas sus derivaciones. A ellas se refirió el premio Nobel Paul Samuelson en un bello libro titulado, de manera bastante elocuente, " Economía desde el corazón ".

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