jueves, 21 de mayo de 2015

Una y mil caras






En los corrillos de los nuevos hinchas globalizados no se habla de otra cosa. Desde que el Fútbol Club Barcelona y Juventus  de Turín resultaron finalistas de  la Liga de Campeones de Europa el morbo no ha cesado de agitarse. Incluso se corren apuestas sobre en qué momento el delantero Luis Suárez morderá a  algún integrante del equipo italiano ¿ Al  finalizar el primer tiempo? ¿al comenzar la segunda  etapa? También se especula acerca de quién será la víctima. ¿Carlos Tevez? ¿El portero Buffon?  ¿el  mismísimo Giorgio  Chiellini, en una suerte de acto de justicia que se muerde la cola.?
Por supuesto,  estamos apenas ante una muestra de la natural crueldad humana. Al fin y al cabo  lo que nos hermana no es el amor al prójimo, sino el anhelo de verlo caer... para sentirnos buenos después fingiendo que lo ayudamos a levantarse.


Y no es que  la gente  profese  una suerte de inquina contra ese formidable delantero uruguayo. Es más: casi todos admitimos que Suárez es víctima de sus propias pulsiones  incontroladas. Un porcentaje  amplio de aficionados reconoce  que la sanción impuesta por Fifa  fue desmesurada y, de paso , lamenta que el castigo nos impida verlo en la próxima Copa América disputando el título de goleador con Messi, James Rodriguez,  Neymar,  Vidal y  Cavani, para mencionar los  favoritos.
Una lástima , pero desde el comienzo de los tiempos alguien tiene que hacer  el papel de villano, para redimirnos de paso a todos los demás.  En su frondoso libro La rama dorada, el antropólogo  y escritor Sir James Goerge  Frazer documenta con profusión de detalles  la forma como pueblos de todos los confines de la tierra sacrificaban a hombres y mujeres  sindicados  de haber violado alguna norma de la tribu. Más tarde , en el proceso de  “civilización”, acabarían reemplazándolos por  animales hasta que, para resumir, se creó la figura del “ Chivo expiatorio”, tan conocida por todos.


Bien sabemos que la vida es una puesta en escena. Cada día salimos a la calle provistos de  las máscaras necesarias para sobrevivir. El buen ciudadano,  el padre  responsable, la madre  abnegada, el hijo obediente, el juez cumplidor  de la ley, el amante fiel... en fin, la lista de roles es tan vasta como el número de los hombres. Y es allí donde empiezan los problemas : al menor descuido se cae la máscara y el mundo nos sorprende desnudos en la plaza. De  ahí la eterna queja: “Ya no eres la  que yo conocí”, reclama el amante despechado. “Antes de asumir el cargo usted no se comportaba así” protesta el viejo camarada ante los cambios experimentados por el amigo revestido de poder. Pero no hay tal cambio: se trata  en últimas, de la caída de una vieja máscara y su remplazo por otra.  Se  asume una nueva cara , que a su vez se perderá cuando la vida nos ponga en una nueva encrucijada.
En tiempos  premodernos el  mito cumplía la función de asignar y modificar roles. La historia  del ladrón bueno y el ladrón malo en el relato de la crucifixión es una prueba de ello. Uno y otro  son necesarios para trasmitir  el mensaje del perdón y , de paso, el discernimiento entre el bien  y el mal.


Pero estamos en la era del espectáculo, donde el mito devino impostura y el rito se convirtió en farsa. Por eso solo nos quedan los famosos como única  posibilidad  de redimir nuestras propias flaquezas.  En esa suerte de  espejo fragmentado nos vemos  reflejados en la celebridad escogida.  Cristiano Ronaldo, el soberbio ostentoso. Lionel Messi,  el  engreído ensimismado. París Hilton, la casquivana tonta. Luis  Suárez... bueno... En su momento las hordas digitales agotaron los calificativos para referirse al uruguayo. El más amable de ellos quizá fue caníbal, no recuerdo bien.


“ La vida es un cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y furor”, escribió William Shakespeare.  Varios siglos después William Faulkner retomó la  frase para el título de una de sus novelas.  A los dos los asistía   una certeza : la vida como impostura. Como puesta en escena en la que nos  escondemos para no asumir nuestras verdades profundas. Verdades como las de Luis Suárez o las de tantos hombres y mujeres que  asumen la  amarga  tarea de hacerse lapidar para que los portadores de una y  mil caras podamos salir cada día a la calle a representar el propio papel.

6 comentarios:

  1. El caso de Luis Suárez, su culpa, su negación, su confesión a regañadientes y, finalmente, su rehabilitación mediática, parece una metáfora con ecos bíblicos. Enseña tantas cosas... la más atractiva es la forma en que opera la credulidad popular ante cualquier pavada que hacen o dicen sus héroes. ¿Recuerdas que millones de uruguayos, con el presidente a la cabeza (uno de los mandatarios mas íntegros del momento), estaban dispuestos a jurar por su inocencia? Supongo que el agente, o mejor todavía, la mujer de Suarez, tuvo la sensatez de hacerle ver que la situación era insostenible. Gracias a esa sensatez, Suarez es hoy una de las cuatro o cinco figuras más festejadas de su deporte. Estamos ante una versión moderna de la expiación: si te confiesas en público, si eres famoso y contribuyes al espectáculo, el perdón es rápido y completo. Casi casi como si te confiesas en el programa de Oprah Winfrey.

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  2. Dejaré esto por acá, don Gustavo, y me retiraré lentamente...
    Cami,

    "“Cualquier historia de las esperanzas y desdichas de un solo hombre, de un simple muchacho desconocido, podía abarcar a la humanidad entera, y podía servir para encontrarle un sentido a la existencia” Ernesto Sábato, Abaddón el exterminador, Seix Barral, Barcelona, 1982, pp. 16

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  3. El gran confesionario: eso son los realities, empezando por el programa de Oprah Winfrey, mi querido don Lalo. Son una versión , en directo y con audiencia plena, del viejo mito de la expiación. Pero eso sí, con la diferencia de que hoy la pauta suma millones de dólares compensados por el consumo desenfrenado de los espectadores.

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  4. Más que oportuna la cita del viejo y querido Ernesto Sábato, apreciado Camilo. Disfrute entonces de su buen retiro.

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  5. Suena gracioso aquello de ponerle precio a la probabilidad de que Suárez mordisquee a un contrincante en la final de Berlín, y tal vez se pague más que por un gol suyo. El morbo está servido. La vida, entendida como el accionar o el rol que toca desempeñar dentro de una sociedad, es una mascarada condenada a repetirse; y el poder político es su mayor y más agudo ejemplo. Cuanto más básica la sociedad mayor facilidad para que la farsa devenga en mito. Será por eso que en países como el mío, campea a sus anchas la impostura.

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  6. Apreciado José : mucho me temo que, tal como lo intuyen muchas de las grandes sabidurías, la vida toda es una impostura.
    A propósito de eso, acabo de leer Los reconocimientos, una novela portentosa del norteamericano William Gaddis. El meollo de la historia son las falsificaciones y dobleces partiendo del arte como lo que es : la gran metáfora de la existencia. Más adelante hablaremos de ella en este blog.

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