Calmadas las aguas luego del
despliegue mediático concitado por la negación y posterior aprobación y
práctica de la eutanasia al ciudadano
Ovidio González, zapatero, bohemio, genio espontáneo del humor negro y otras
hierbas, resulta saludable plantear algunas reflexiones.
La más obvia consiste en
preguntar qué hubiera sucedido si en lugar
de ser el padre del celebérrimo caricaturista Matador, Ovidio fuera un zapatero más de los que
hicieron de Pereira un gran centro de producción de
calzado en los años sesentas y setentas del siglo anterior. De hecho, el viejo
regentó durante varias décadas su taller y almacén de calzado Bianchi, hasta
que la apertura económica arrasó con él.
Resulta claro que el frenesí
mediático no lo desató el drama de Ovidio y su familia, que lo arropó con un
cariño y una solidaridad ejemplares. Fue
la fama de Matador, no el dolor de Julio
César González- así se llama el pobre tipo- de su madre y sus hermanos lo que
concentró cámaras, plumas y micrófonos. Tanto, que en medio de tanta entrevista
en la que le tocó responder pendejadas, tuvo un rapto de lucidez: “Resulta
paradójico que mi padre, que no tiene cara porque la devoró el cáncer, se haya
convertido ahora en el rostro de los cientos de invisibles que afrontan un
drama similar”.
Ahí está el detalle: de los
olvidados, de los sin voz, de los hombres
invisibles nadie se ocupa: sus tribulaciones no venden ni concentran sintonía.
Ahora que el caso de Ovidio González
sentó jurisprudencia en Colombia, se hace más necesaria que nunca la creación
de Veedurías que acompañen el proceder del negocio de la salud, que como
bien lo señaló Matador en una de sus
caricaturas, no tiene pacientes si no clientes. Por eso al final resultan más importantes
las encuestas de satisfacción que la
vida misma de las personas.
En fin que todo esto fue como si Matador- no
Julio César, insisto- se hubiera plantado en pelotas frente al sistema de salud entero y le hubiera gritado en la cara
: ¿ Ustedes no saben quién soy yo ? Cuando lo descubrieron salieron prestos
a cumplir lo que debieron haber hecho
desde el primer día. Por eso el viejo
Ovidio, que ya descansa en olor de santidad, le respondió a un médico que lo
llamó durante esas horas de alboroto: “Si
ustedes me hubieran hecho la eutanasia
desde el primer día yo ya estaría callado”.
La segunda pregunta gravita sobre los derechos del
constituyente primario y su obligatorio cumplimiento. El caso de
Ovidio González demostró una vez más, que en últimas los políticos, los
medios, los gremios y los grupos de poder están casi siempre por encima del ciudadano. De ahí que columnistas
como Fernando Londoño Hoyos se hayan convertido en voceros de toda una cruzada
contra la tutela, el instrumento creado
por la Constitución del 91 para defender a la gente. ¿Qué sería hoy de las
miles de personas inermes frente al todopoderoso sistema de salud sin esa
herramienta? Salvo si son hijos, hermanos, padres o amantes de algún poderoso, pocas oportunidades
tendrían de replicar.
Por supuesto esa discusión demanda también aclarar los componentes del contexto jurídico
en el que médicos y organismos prestadores de servicios de salud deben cumplir
con la disposición constitucional que protege el derecho de todo individuo a decidir una muerte digna en caso de
enfermedad terminal. ¿Quién define este último concepto? ¿Con qué parámetros lo
mide? No puede ser por porcentajes: “el
célebre índice Karnofsky”, por ejemplo, afirmó un médico en medio del debate sobre el caso de don Ovidio. De la
claridad alcanzada en esas
discusiones dependerá que cada una de las partes involucradas (enfermos,
familiares, médicos, instituciones) pueda obrar en derecho y sin perjuicio de nadie.
Coda: resulta una muestra de la
inaudita estupidez humana que una
persona luche hasta el final por su derecho a la eutanasia, y luego una panda
de aduladores pague avisos de prensa lamentando su “ sensible fallecimiento”.
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.
He visto que el caso ha sido reflejado en la BBC, El País y otros medios importantes. Sin duda, servirá de referencia para la legislación de otros países latinoamericanos. que aun se resisten a abordar el tema ya sea por principios éticos o religiosos. Morir con dignidad, en circunstancias especiales o irreversibles , también debería ser un derecho humano, con mayor razón cuando el afectado esta en pleno uso de sus facultades mentales. Bastante surrealista el dolor fingido de los fariseos, por cierto; solo faltó que la clínica y sus médicos hubiesen publicado sus condolencias.
ResponderBorrarPor poco lo hacen... digo, lo de la clínica, apreciado José.
ResponderBorrarParafraseando a Cioran, podemas decir que la vida , pasión y muerte de Ovidio González fueron todo un breviario de lucidez.
Uno de los problemas es la irrefrenable tendencia de la gente con cargos de responsabilidad a protegerse el trasero. Para los políticos, especialmente, y también para muchos "profesionales de la salud", que deberían ser mucho más comprensivos, es más fácil aguantar los reproches de los enfermos traicionados y de sus familiares antes que correr el riesgo de que los acusen de complicidad con un acto de "irresponsabilidad social", o lo que sea que se esgrime ahora para no enfrentar la realidad.
ResponderBorrarMi querido don Lalo : por desgracia, un motivo tan noble como el célebre " Juramento de Hipócrates" se convierte en muchos casos en pretexto de hipócritas para mantener al enfermo atado a la cadena productiva del negocio de la salud y a la familia pagando facturas que no van a redundar en la recuperación del paciente.
ResponderBorrarSi a lo anterior le sumamos un procurador que insiste en manejar los asuntos públicos pasando las cuentas de su camándula, tenemos como resultado un panorama nada alentador.