jueves, 12 de noviembre de 2015

Entre una luna y la siguiente




Vamos por nuestro cuerpo como quien conduce una nave  al garete en un laberinto que somos  nosotros mismos. Afuera palpita el mundo, sordo y mudo hasta que una palabra, un signo, le da cuenta de quienes lo habitan: hombres, piedras, bestias.
En las grandes tradiciones, el poeta es el encargado de  decir la primera palabra, de lanzar la  señal para iniciar- reiniciar- el diálogo perdido entre el mundo y sus criaturas. Esa es su tarea desde el comienzo de los tiempos. Pero con bastante frecuencia, el encargado de mantener vivo ese fuego olvida que la poesía es un medio, no un fin, y se pierde en  la contemplación de sus propias destrezas: Narciso  asediado por los resplandores de su  belleza. La poesía deviene así artificio de joyero.
Justo en ese momento el poeta sabe que es hora de lanzarse a las calles, para recuperar entre el vocinglerío  la exacta dosis de silencio que le da sentido al poema. Buen cronista como es, Gustavo Acosta tiene oído de músico callejero y emprende la tarea como mandan los cánones: sin prisa pero sin pausa.

                                                                Vasos silbantes

El resultado es  un breve poemario de setenta y cuatro páginas, titulado  Los vasos silbantes, en el que, entre otras cosas, se ocupa de tres asuntos: lo frágil, lo blando y la extrañeza. Somos pájaros de cristal que aletean entre las rocas de un acantilado. De esa experiencia  surge la  noción de extrañeza: podemos desintegrarnos al menor descuido.  Esa  misma condición  nos hace osados: si de todas maneras hemos de hacernos añicos, bien vale la pena emprender el vuelo. Por eso mismo: “Los huesos de un solitario deberían/ser enterrados en el sitio de sus angustias. /A qué agravar la maldición trasladándolo”, se lee en uno de los versos. Si asumió su condición de expatriado, es decir, de algo frágil, blando y extraño, un hombre deberá aceptar su destino hasta el final.
Esa misma condición de blandura, fragilidad y extrañeza nos hace fuertes: no queda otra salida  si decidimos hacernos al camino. Un camino que es más acertijo que promesa: “Nos cuidaban pájaros desconocidos/ y a la vez millardos de ojos salvajes nos escrutaron/, nos olían desde lejos  las bestias hambrientas, nunca vuelta atrás/ queriendo persistir en el ser circular/ en un regreso disfrazado de circunvalación”.
Vamos dando vueltas mientras creemos avanzar. No hay conjuro posible frente a la incesante repetición… salvo la plegaria o el poema. De espaldas a los dioses, el autor de Los vasos silbantes solo puede apelar al conjuro, acaso inútil: “La magia rompe el muro/entre lo que no es y lo que  parece”, recita en un poema  titulado Cero, como  si intuyera que después de  la magia está la nada.
Y esta última precede y sucede al devenir: la suma de peripecias instalada entre el nacimiento y la muerte. Entre una luna y la siguiente: en ese intervalo se vive  y escribe  la historia de toda criatura y de toda aventura   bajo el sol.

                                                           Gustavo Acosta

“Almas despiertas que duermen/con la ventana abierta/ almas insomnes que caminan/por los bordes de las mañanas ocres/ almas sobrias almas ebrias”,  nos dice un poema que lleva el título de 5:50 a.m, hora fronteriza,  cuando todavía  no sabemos  si estamos dormidos  o despiertos. Si la temprana lucidez proviene de la sobriedad  o la ebriedad.  Nadie podría afirmarlo con certeza: después de todo, ningún hombre en sus cabales sabe sí está vivo  o muerto.  Así de inmensa es su fragilidad, su blandura, su extrañeza.
Si  Italo Calvino intuyó que dos de los sinos de estos  tiempos serían la brevedad y la levedad, podemos afirmar que a través de este libro de poemas Gustavo Acosta se  hace uno con el espíritu de la época. Intensos y breves, sus versos nos conectan con la enorme soledad de nuestros días,  y por eso mismo con la promesa de comunión que de allí se deriva.



12 comentarios:

  1. Buena gente Acosta, estuve acompañándolo en la presentación del libro junto con Juan Aurelio García, de Armenia, otro escritor de esos que no escribe libros, ni hace poemas, pero parece dominado inconscientemente por la poesía. Para seguir la línea que propone su reseña, hace tiempo vengo coleccionando citas de autores sobre la poesía. Acá va la que más me gusta:

    "Hay dos clases de poeta (…) aquel que no dice casi nada aunque parece que dijera mucho; y aquel del que uno sabe que dice mucho, pero no quiere que uno entienda, vaya usted a saber por qué.” Tomás González, Niebla al mediodía, Alfaguara, Bogotá, 2015. Pág. 102.

    Saludos, Cami.

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  2. Apreciado Camilo : existen poetas que jamás han escrito una sola línea y a su vez van por el mundo especímenes que han escrito- y publicado- centenares de versos, sin ser poetas.
    Al final, es el lector-o el oyente-quien tiene los sentidos finos para separar la cizaña del trigo.
    A propósito, me vuelve otra vez a la memoria que ni Cristo, ni Sócrates, ni Budha escribieron : su sabiduría era verbal.

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  3. El poeta y el mago se asemejan en que ambos entran en el alma sin tocar la puerta. Humm, se me acaba de ocurrir pero suena pretenciosamente simple, como si lo hubiera escrito Coelho. Sorry, pero insisto: ambos entran de rondon en nuestras "almas sobrias almas ebrias". La magia del poeta, en este caso, no consiste en diferenciarse sino en asemejarse a todos nosotros.

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  4. Es más, mi querido don Lalo : en las sociedades primigenias el poeta , el mago y el médico se resumían en la figura del Medicine man. Luego los sacerdotes serían curas : curadores, sanadores de almas ¿ Por qué no habrían de tener derecho a entrar en el alma sin tocar la puerta?

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  5. A tono con las citas coleccionables de Camilo, pues a mí me ha intrigado siempre estos versos iniciales de Pessoa, tanto que los recuerdo casi de memoria: "El poeta es un fingidor./ Finge tan completamente/ que hasta finge que es dolor / el dolor que en verdad siente..." Tal vez tenga algo que ver con aquello que usted subraya de que nadie sabe con certeza si estamos vivos o muertos, o nos movemos como péndulos entre la locura y la cordura, que al final vendría a ser casi lo mismo. Espero no haberme liado.

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  6. Apreciado José: en esos versos de Pessoa- un gran fingidor- alienta uno de los grandes misterios de la poesía : dice lo que dice, pero también dice otra cosa, que puede estar en las antípodas de lo dicho ¿ ve? es un colosal y simple lío.

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    1. Están muy solemnes. Va otra para bajarle nivel a la pomposidad:

      “Así es la poesía. Un destello deslumbrador y acto seguido el blablablá.” Tomás González, Niebla al mediodía, Alfaguara, Bogotá, 2015. Pág. 105.

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    2. De acuerdo, Camilo. Pero conviene no olvidar que la de Tomás González es simplemente otra opinión : como la suya, como la mía, como la de cualquiera. Nada más.

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  7. Gustavo. Me falta leer poesía, más poesía. Tengo a los míos claro, pero hay que buscar otros. Su música ayuda a fortalecer el lenguaje en los cuentos. Quizá el cuento tiene más relación con la poesía que con la novela.
    Sobre Gustavo Acosta, por lo que sumercé dice y lo poco que leí en su artículo, hay algo surrealista en sus imágenes. Me parece que son fotografías animadas, como los GIF. Quizá deba leer el poemario para llegar más a fondo, para conmoverme más. Por lo pronto, la imagen que tengo hasta ahora me gusta. Buscaré sus crónicas a ver qué tal.
    Saludos Gustavo.

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  8. En la poesía - quiero decir: en la buena poesía- está todo , apreciado Eskimal. A su vez, la poesía está en todas partes: en la novela, el cuento, el ensayo, la crónica y, sobre todo, en el habla cotidiana, que es donde abrevan los grandes poetas.
    Emprenda la aventura y verá.

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  9. Un poeta es aquel que escribe desde la magia de su pluma sin pensar lo que dirá solo sintiendo cada latido.

    Un beso dulce de seda.

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    1. Bienvenida a este blog, María Perlada : la poesía siempre será un buen pretexto.

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