jueves, 2 de marzo de 2017

Felices deprimidos




 Todos los días se publican resultados de estudios, sondeos, encuestas y otras yerbas sobre lo que acontece entre el cielo y la tierra.
Algunos son avalados por  la autoridad de los expertos. Otros son propagados por la capacidad de sugestión de los especuladores.
Un día sí y otro no, entre tanta  confusión de cifras, brota el oxímoron: los colombianos somos felices deprimidos… o deprimidos felices, según se mire el asunto.
Cada cierto tiempo- dos años en promedio- se difunden los resultados de sondeos en donde  nuestros compatriotas declaran ser las criaturas más felices de la tierra.

Por favor, no me pregunten cómo se mide eso.  No conozco el instrumento ni el detector  que me permita probar  nuestra superioridad en materia de dichas terrenales sobre los habitantes de- digamos- Vancouver, Pernambuco, Mendoza, Honolulu, Berlín o Guinea Ecuatorial.


En este 2017 la Organización Mundial de la Salud divulgó un estudio donde se muestra que los colombianos superamos la media mundial en materia de depresión: 4.7 % en comparación con el 4.4% global.
La Asociación Siquiátrica  de América Latina discrepa de esa cifra. Según sus expertos, entre el  12 y el 19% de nuestros nacionales está afectado por algún grado de depresión. Así las cosas, unos siete millones de  personas transitan al borde del bajonazo, o “el perro negro”, como lo llaman los anglosajones.
Aparte de las razones genéticas – miles de personas  reciben la depresión a modo de legado familiar- los estudios dejan ver otros factores: desempleo, inestabilidad económica, desencuentros afectivos, desintegración familiar, inseguridad sexual, competencia laboral, pérdida de estatus social.



Pero ¿Esas cosas no son comunes en mayor  o menor grado al resto de la humanidad?

Sospecho más bien que en nosotros existe una grieta, un rayón que nos hace menos aptos para enfrentar con tino  las incertidumbres y los golpes de la existencia.

Para empezar, somos portadores de un sentimiento de inseguridad que  nos empuja a ser gritones y ostentosos en las victorias, al tiempo que nos mostramos frágiles ante la menor derrota.
El mundo del deporte es pródigo en ejemplos: comentaristas y aficionados llevan hasta la hipérbole la exaltación de los triunfadores- “Nairoman” es solo un caso- y  apalean  con saña a los perdedores. 

Decenas de  jóvenes promesas se pierden por esas razones.

No contentos con eso, hicimos del arribismo social norma de vida. Empujados por esa pulsión, todo el tiempo sacrificamos el ser en el altar del parecer, sin importar si en esa carrera va en juego el sentido de la vida entera.

Ustedes ya conocen el precio de  esa aventura: un paso en falso y pasamos de la cima a la sima. O para decirlo  en  el lenguaje lapidario de la calle: un pestañeo y vamos de culos pal estanco.



En las relaciones con la pareja no conocemos  el camino del medio. El amado es dios o villano. La mujer es santa o puta pero  casi nunca compañera de viaje con yerros y aciertos. En asuntos de amores pasamos del éxtasis al suicidio o al crimen sin  reflexión alguna que conduzca al conocimiento del otro y del propio ser. Prisioneros de la desdicha, optamos por la puesta en escena. 

Fingimos ser felices, como esas parejas que comparten en las redes sociales las fotografías de su última cena romántica justo cuando su relación está hecha trizas.

Encendemos luces de bengala al borde del abismo.



No es de sorprender entonces que pasemos con tan inusitada rapidez de la euforia a la melancolía. De la extroversión al ensimismamiento. En otros tiempos, cuando todavía no reinaba el lenguaje de la corrección política, a ese estado de la mente lo llamábamos maniacodepresión. Ahora  le decimos bipolaridad o ciclotimia.
Pero en esencia es lo mismo. O peor, porque ahora abundan los fármacos para  disimularlo, pero escasean las alternativas para resolverlo.

Felices deprimidos. O deprimidos felices: he ahí la cuestión.

Enredados en ese dilema, revalidamos cada día en versión colombiana el sentido de aquél viejo proverbio: “Dime de  qué presumes y te diré qué te hace falta”.

PDT : les comparto enlace a dos bandas sonoras de esta entrada:
 

10 comentarios:

  1. Apreciado Tavo:
    En tiempos de incertidumbre solo podemos alegrarnos pensando aquella blasfema insignia que dice: "sonría ahora, todo puede empeorar después". Felicidad y tristeza, efímeros estados en las volátiles "redes sociales" en que terminaron convertidas nuestras vidas.
    Un abrazo

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    1. Existe una declaración en esa misma línea, apreciado Abelgomo. Reza así:"El pesimista es un optimista bien informado". O esta otra, cantada por el gran Sabina : "Tu tranqui/ ya vendrán tiempos peores".
      La antología queda iniciada.

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  2. Acaso es ingenuo suponer que no se puede ser feliz si no se conoce la desgracia? O desdichado sin haber sido feliz aunque más no sea un instante? Que no me escuche algún discípulo de Freud, pero el equilibrio entre felicidad y desdicha me suena un poco como el eterno tironeo entre el id que reclama, el superego que juzga y el ego que media entre los dos contrincantes. Felices deprimidos, o deprimidos felices, me parece una razonable combinación.

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  3. Que así sea, mi querido don Lalo: la desdicha como fuente de felicidad y la dicha como germen de lamentaciones.
    Tengo una imagen de niño, jugando con mis pequeños primos. Todo era risas, gritos y abrazos, hasta que irrumpieron nuestra madres y gritaron en coro : "¡Esto va a terminar en lágrimas!".
    De esa materia están hechas las canciones... Qué digo : la vida misma y con ella la literatura toda.

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  4. I guess that's why they call,'em the blues

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    1. ¡Oh, my friend!. When you speak about blues I think the soul is made with pieces of broken glass.
      Because that we write or we sing or we play music...or

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  5. ahhhhhhhhhhhhh.... la felicidad es un caso particular. que alguien sea feliz ¿que prueba esto?

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    1. Bueno, puestos a preguntar, si de veras existe tampoco prueba nada.

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  6. buen tema, ¿inventaron ya el "felicidometro"?
    que no me vengan con cuentos que la felicidad se cuantifica ya con encuestas; en los niños es genuina y simple, en los adultos es un variable psico-social y mucho más intrincada para hallar.

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    1. La verdad, no sé quienes hayan patentado el "felicidómetro", si los que diseñaron las encuestas o los que las responden.

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