martes, 4 de abril de 2017

El rastro de azufre




“Está comprobado que el demonio tiene propiedades sulfúricas y esto no es más que un poco de Solimán”, sentencia el sabio  Melquiades en un episodio de Cien años de soledad.

El poeta y periodista Gustavo Acosta se  propuso seguir ese rastro de azufre entre nosotros, y  para ello contó con el respaldo del Cuadragésimo cuarto Salón Nacional de Artistas (Aún) que tuvo como sede a Pereira entre septiembre y noviembre de 2016.

El resultado de esas pesquisas es un libro de noventa y dos páginas, publicado bajo el título de Un pacto con el diablo. En su  recorrido,  el autor  redescubre las huellas del conocido personaje en una sociedad que, como la nuestra, está marcada por la presencia de la Iglesia Católica y su encuentro , casi siempre violento, con los  ritos y creencias de los pueblos aborígenes.

El diablo como  síntesis  de las fuerzas  naturales,  de  los impulsos primarios en pugna permanente con  los códigos morales. El diablo sembrado en  la cultura popular, celebrado en  carnavales como el de Riosucio, asociado a la minería, y en  las fiestas campesinas donde se convoca la prosperidad. El viejo macho cabrío de los ritos paganos  aparece transfigurado para presidir la fiesta del cuerpo devenida pecado en las liturgias de sello judeocristiano.


 Para Acosta y sus fuentes documentales y testimoniales el demonio es una presencia viva en  nuestra región. Aparte de los mencionaos carnavales, su figura irrumpe una y otra vez en los rituales del cinturón minero que lleva de Zaragoza y Segovia en Antioquia, hasta Ataco , en el Departamento del Tolima, pasando por el territorio del Eje Cafetero en localidades como Marmato, Supía, Riosucio, Irra, Quinchía, Guática y Mistrató. Por lo demás, la relación entre los poderes sobrenaturales y  la actividad  minera cruza los grandes relatos de la humanidad desde antes de la escritura: con distintos nombres atraviesa  la tradición oral de oriente y occidente, en un sugestivo tejido que no cesa de renovarse.

Una buena manera de ilustrarlo es la fascinación de muchos poderosos con las prácticas  diabólicas y  la brujería. Por ese camino buscan aliados para alcanzar sus propósitos. Políticos y modelos, artistas y mafiosos por igual esperan que esas fuerzas ancestrales  les faciliten el acceso al objeto de su deseo, ya  se trate de dinero, poder, cuerpos o glorias terrenales.



A esta altura del camino, resultaba ineludible que el autor centrara su atención en  nuestro mayor mito literario relacionado con el satanismo: el poeta y nigromante Héctor  Escobar Gutiérrez, bautizado por adoradores y detractores con un nombre predecible: “El Diablo”.  Autor de una interesante propuesta poética, la obra más  lograda de  Escobar es, en últimas, él mismo: con su palabra logró imponerle al mundo un personaje que no tardó en cobrar vida propia. Tanto, que fue objeto de múltiples entrevistas y hasta de investigaciones por parte de  policías que lo sospechaban responsable de prácticas atroces  nunca comprobadas.



 Semejantes personajes acaban por dejar su impronta en todas partes. Por eso, Acosta Vinasco lo busca- y lo encuentra- en libros con títulos como Carnaval de Riosucio, estructura y raíces, escrito por Julián Bueno Rodríguez; Crónica Satánica, de Susana Henao Montoya o El enviado, de Alfonso Gutiérrez Millán, para mencionar solo tres. Ilustrado con muy bien logradas fotografías a color  y en sepia, Un pacto con el diablo se suma a un acervo documental que nos ayuda  a entender nuestra realidad de hoy en permanente diálogo con antiquísimas prácticas culturales.

PDT : les comparto enlace a dos bandas sonoras de esta entrada:

8 comentarios:

  1. Muy agradecido por todo lo que el libro ha suscitado, como esta amable reseña de quien considero una Fuente. Son nuestras fuentes, y quienes se atreven a dejar grabar sus testimonios a quienes debemos el impulso de llevar a buen término una publicación.

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  2. Por lo visto, el libro ha desatado un gran revuelo en los infiernos. Lo sé de buena fuente.

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  3. Suerte para este diabólico libro y al diabólico autor de "Crónicas del diablo", quien invoca en sus últimas dos columnas al mismísimo Luzbel, solo queda desearle más sonatas de Tartini.

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  4. Ja.Son resacas del carnaval, que siempre acaba un segundo antes de empezar la cuaresma,beatífico Abelgomo.

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  5. "El Diablo sigue a Dios como la cola sigue al perro". Tony Duvert, escritor maldito francés, tan maldito que defendía la pedofilia. (En los años '70 estuvo de moda esta apología del abuso sexual, tanto en Francia como en Inglaterra.) Pero la frase que cito tiene hueso, creo. En 2008 encontraron su cuerpo en avanzado estado de descomposición: había muerto un mes antes...

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  6. Mi querido don Lalo: la frase citada tiene hueso, pelo, sangre... y bastante contenido sulfúrico, por lo visto.
    Y sí, en todas partes Dios y el Diablo aparecen como dos manifestaciones de una misma entidad. O, como lo expresa el lugar común "Dos caras de una misma moneda".

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  7. Tiene miga el asunto. Y al parecer, el diablo asomó en la Tierra con la vida misma, pues según un artículo antiguo de la BBC, el "rastro de azufre" data desde hace 3400 millones de años, cuando las bacterias primigenias se alimentaban de tal elemento a falta de oxigeno.Me llama la atención, simple coincidencia quizás, el nombre de ese pueblo Supía, pues en nuestra noble lengua quechua conocemos al demonio como "Supay", amo y guardian de todas las riquezas que los mineros (tan supersticiosos ellos) no olvidan de celebrarle diversos rituales en honor del "Tio de la mina".

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  8. Esa relación entre el demonio y el oro, o mejor entre la magia- leáse alquimia - y la minería es un asunto apasionante, apreciado José. En todos los lugares del mundo donde tan siquiera se haya sospechado la presencia de minerales aparecen ritos y conjuros enfocados a facilitar su descubrimiento y a eludir los peligros que rodean su explotación.
    Ah, bueno. La palabra Supía tiene orígenes en la lengua Embera de los indígenes que todavía habitan en la zona. No está demás indagar sobre eventuales conexiones con el quechua. Averiguaré y les cuento.

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