jueves, 8 de febrero de 2018

Cuesta abajo






Todo empezó con los noticieros de televisión.  De a poco, los presentadores, los narradores de historias  y los analistas fueron remplazados por muchachas sacadas del mundo del modelaje  y los reinados de belleza. Poco importa si, para guardar las formas, unas cuantas fueron a una facultad de periodismo.

Si ustedes se fijan bien, algunas de ellas incluso posan cuando presentan las noticias, sean estas amables o terribles. Como en tantas otras facetas de la vida, la esencia fue suplantada por la apariencia. Muy rápido, la cosmética se apoderó  de la información.

A resultas de eso, en lugar de comprender el mundo y tratar de intervenir en él, nos acostumbramos al maquillaje,  al lenguaje elusivo; a la hipocresía de la corrección política. Todo es tan  lindo, tan cool en el fondo.



Casi de manera simultánea pasaba lo mismo en el terreno de los actores  y directores de televisión.

Desde su introducción  en Colombia en 1954, los dramatizados   y telenovelas  fueron el terreno perfecto  para quienes  se formaron en las grandes escuelas de actuación y habían puesto a prueba su talento en las exitosas radionovelas de los años cincuenta.

 Hombres y mujeres como Gaspar Ospina, Pepe Sánchez, Kepa Amuchástegui, Franky Linero,Carlos  Muñoz,Dora Cadavid, Teresa Gutiérrez, María Eugenia Dávila y Vicky  Hernández , para mencionar solo algunos nombres, dejaron su impronta en producciones recordadas tanto por la calidad de su ejecución como por la brillantez de las actuaciones.  Vendaval, La Vorágine, María  o Caballo Viejo son los títulos de algunas telenovelas que hoy forman parte del patrimonio de la cultura popular colombiana.





Pues  bien, obsesionados con las encuestas de audiencias, los dueños del negocio optaron por el camino más corto: producciones con mucha tecnología y poco talento, adelantadas en tiempos muy breves y a costos bajos empezaron a ser la constante. Siguiendo un tanto la ruta de los noticieros, reemplazaron  el talento y la disciplina por rostros bonitos y cuerpos sugestivos.

Como el desnudo innecesario de una joven desconocida vende más que  la actuación magistral  de una actriz que se deja el pellejo en la escena, no  se ahorraron a la hora de condenar al olvido y al desempleo a muchos profesionales portadores de un legado con mucho  que ofrecerles a quienes  empiezan a incursionar en esas arenas movedizas.

Quizá el caso más patético sea el de María Eugenia Dávila, la  protagonista de películas tan memorables  como María Cano, considerada una de las grandes obras del cine colombiano. Desterrada al ostracismo cuando  se encontraba en la plenitud de  sus facultades, acabó por sucumbir al alcohol y las drogas  en una caída sin retorno. 



Pero son muchos los  creadores anclados en idéntica situación. Sin contratos de trabajo, sin pensión ni servicios médicos, malviven en unas circunstancias que reflejan  no solo la indolencia del Estado, sino de la sociedad que un día los idolatró.

Pero hay todavía más: muchos músicos corren igual infortunio. En un santiamén pasamos de unos tiempos en que los  intérpretes y compositores, o se formaban en las escuelas y conservatorios, o cultivaban su talento natural en festivales, parrandas, encuentros y en cuanto escenario surgía para dar a  conocer los ritmos y expresiones de un país en el que las músicas parecen brotar de la tierra misma.

Hoy, siguiendo las mismas lógicas, los músicos  son seleccionados  en los realities, unos espectáculos en los que, en teoría, el público califica y elige a sus favoritos. Como, a su vez, son los realities los  que condicionan al público, tenemos un círculo  perfecto encaminado a  glorificar la medianía  y la banalidad. El talento, la imaginación, la inventiva, todas esas cosas inherentes al acto creador, pasan así a un segundo plano. Esas virtudes no facturan mucho por estos días.



 Aunque muchos no  lo crean, ser una estrella no equivale a ser un buen periodista, un buen actor o un buen músico. Esos conceptos suelen transitar por senderos distintos. Solo que  al perder el criterio, todos nos hemos sumido en la confusión y ya no sabemos diferenciar lo que es bueno y perdura de lo
deleznable y efímero.

Así nos  van las cosas.

PDT . Les comparto enlace  a la banda sonora de esta entrada

4 comentarios:

  1. Hubo un tiempo en que me prendí de las escasas telenovelas colombianas que llegaban a mi pais(Café con aroma de mujer y Betty la Fea, me engancharon), y eso que no soy "novelero", confieso. Esas producciones aportaban novedad en la ficción televisa y ofrecían grandes actuaciones. Hoy, como usted asevera, da la impresion de que todo se ha ido cuesta abajo, a pesar de que nos llega abundante ficción colombiana (casi todas del narco, percibo que la calidad ha mermado considerablemente, de tal manera que ya no me interesa mas. O será que he ido madurando.
    Muchas gracias por el dato de esas otras telenovelas que cita, a ver si las pillo por internet.

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    1. Así es , José. En Colombia utilizamos una curiosa expresión :"Ir de culos pal estanco", cuando nos referimos a la decadencia irreversible.
      Creo que por esa senda transitamos ahora.

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  2. El espíritu creador es básicamente violador... de esquemas, convenciones, prejuicios. Este no es un buen momento. Antes te llevaba preso la policia, o te condenaban los bienpensantes, ahora te quema en la hoguera el #Metoo o te fulminan en Twitter

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  3. Y añádale algo, mi querido don Lalo : el talante anónimo de los francotiradores en la red les da patente de corso para aniquilar al que sus prejuicios consideran " El enemigo".
    Mejor dicho: como dicen los fieles devotos: "Que el siguiente minuto nos coja confesados".

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