jueves, 5 de julio de 2018

La parábola de Yerry





                      
" Me parece que soy de la quinta
   que vio el Mundial setentiocho
 Me tocó crecer viendo a mi alrededor 
paranoia y horror".
               Andrés Calamaro

                                         
            
                            

                                                                   

I
Cambio de piel

Nada como escuchar las conversaciones de la gente en la calle para tomarle el pulso a la vida.

En una sola frase se sintetizan los temores, los anhelos, las expectativas, las fobias y las filias que mueven nuestro trasegar  por el mundo.

Y nada como un mundial de fútbol para aproximarse al estado de ánimo de un pueblo.

Incluso los que dicen odiar ese deporte acaban enfrascados en discusiones que pueden pasar del atavismo más visceral  a reflexiones filosóficas de  alto vuelo.

Después de todo, un gran número de discutidores coinciden en algo que ya se volvió  lugar común: que el fútbol cala tan hondo en todos los rincones de la tierra porque sus razones y sinrazones son las de la vida misma.

Uno lucha, se afana, padece angustias, se ilusiona, cae y se levanta para volver a caer. De vez en cuando  nos roza la dicha de un gol inesperado, para acabar sucumbiendo en la tanda de los penales.



De esta última no se salva nadie. Si acaso se gana en una ronda  se perderá en la siguiente.

Los dioses griegos hubiesen sido dichosos asomados desde el Olimpo al césped de un estadio de fútbol.

El destino en forma de pelota. O de árbitro. O de arquero ataja penales.

Las parcas tejiendo su red infinita desde la tribuna de un estadio.

Solo ese deporte puede conseguir que un país donde la gente se odia por sus idiosincrasias regionales  se vuelva uno solo cuando once tipos  saltan a la cancha dispuestos a jugarse el pellejo.

Costeños, paisas, caucanos, vallunos, nariñenses, santandereanos, pastusos y bogotanos firman una tregua para  consagrarse a urdir una trama que a veces se aproxima a los acordes de una banda sinfónica.

Bueno, al menos eso sentimos  quienes amamos este deporte que alguna vez se jugó, como tantas cosas de  la vida, por puro y físico amor.

Al menos antes de que el cartel mafioso de la Fifa lo hiciera suyo.

Pero bueno, volvamos a las conversaciones de la gente en la calle.

"Ahora que nos eliminaron en Rusia, roguemos para que Nairo saque la cara por nosotros en la Vuelta a Francia”, le dijo un borracho a su contertulio luego de la derrota colombiana ante Inglaterra.

Así de simple  es el asunto. Necesitamos aferrarnos a alguien, a algo,  para no disolvernos en la suma de desaciertos que es nuestra historia colectiva desde  las guerras de independencia.

Pobre Nairo, pensé. De dónde va a  sacar fuerzas para cargar con la desazón de casi cincuenta millones de fulanos reacios a  asumir su propio destino.



Como si no bastara con  enfrentarse a montañas imposibles y descender por desfiladeros de espanto.

Pero así somos. Cambiamos de piel al ritmo de nuestras negligencias. En asuntos de política no dudamos en volver a un pasado de violencias, impunidades y corruptelas si eso nos libera de asumir  el riesgo de intentar  otros caminos.

Quedó demostrado en la segunda vuelta presidencial del 17 de junio.

Es el mismo país que se pone la mano en el  pecho y se desgañita cantando el himno nacional cuando  juega la selección.

 Lo dicho: así en el fútbol  como en la vida.

II

La parábola de Yerry

La mayoría de los colombianos  no habíamos oído hablar de  Guachené hasta  que Yerry Mina se empinó  sobre  sus casi dos metros de estatura y  asaltó las porterías rivales con tres cabezazos  mortíferos.



Tan mortíferos como las balas que   segaron la vida de siete hombres en el municipio de Argelia, en el  mismo   Departamento del Cauca del que hace parte  Guachené.

Como ustedes saben, la última noticia  se conoció cuando Colombia  jugaba contra Inglaterra en los cuartos de final del Mundial de Rusia.

La algarabía por los cobros de la tanda de penales no dejó escuchar  el estallido de los disparos en las montañas del Cauca.

En ambos casos perdimos.

Solo que los hombres asesinados en el Cauca ya no tendrán una segunda oportunidad sobre la tierra.

Y nosotros, los cómplices silenciosos, perdimos algo todavía más importante: la dignidad, el sentido del deber, de la responsabilidad histórica.

Como tantos, sospecho que esos asesinatos son el anuncio de la nueva guerra. O mejor dicho: de la continuidad  de las viejas guerras. Las de la independencia, la de los mil días, la de liberales y conservadores, la de las guerrillas, la de los paramilitares, la de  los narcos y la de las fuerzas del Estado.

El tamaño de la complicidad  de todos es tal, que los periódicos más influyentes del país titularon casi igual en  la primera página el miércoles 4 de julio.

¡Gracias por dejar el alma en la cancha!  Dice el titular de El Tiempo.

¡Gracias, muchachos, dejaron el alma! Escribió  a su vez El Espectador

Y abajo, bien abajo, en letras así de chiquitas, ambos redactaron:   Masacre en Cauca y  Autoridades atribuyen al Eln la masacre  en Argelia (Cauca).



Lo grave es que los asesinados en el Cauca perdieron el cuerpo  y el alma al mismo tiempo.

Allí reside todo el valor de la parábola de Yerry Mina: su cuerpo de guerrero no solo se alzó para marcar tres golazos  que los aficionados  agradecemos.

Sin ser consciente de ello su proeza hizo que emergieran del mapa dos lugares  cercados por el miedo, la violencia, la pobreza y el olvido: Argelia y Guachené.

Guachené y Argelia. No sé a ustedes, pero a mi esos nombres me suenan a un llamado para que los cómplices silenciosos empecemos a  alzar la voz.

Como en el fútbol, todavía nos queda el tiempo suplementario.


PDT: les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.


10 comentarios:

  1. Este artículo del querido cronista Colorado y la banda sonora del final, Crímenes perfectos, de Calamaro, me han llevado a recordar lo vulnerable que son los sueños de todo ser humano.
    Ojalá que esta vez no tengas razón con la premonición de una nueva-vieja guerra en la periferia, siempre en los lugares donde confluyen el olvido cómodo de los espectadores de la tragedia,
    la desidia de un Estado cuyos representantes son más retóricos que eficientes (sí, pienso en el ministro de Defensa, Villegas y los Altos Mandos).
    Por fortuna hay una minoría de voces, como la tuya Colorado y la de Calamaro, incomodando al hurgar en las heridas, cuando el duelo apenas empieza...
    Que nunca nos falte el arte de contar historias, de cantar aunque las letras nos arrastren al borde de la saudade y de sentir una piel tibia para protegerse de la soledad algunas noches.
    Edison

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  2. Que nunca nos falte, mi querido Edison, porque me temo que se acerca el tiempo de apretar los dientes.
    ¿Más? nos preguntarán algunos.
    Y sí: más. Yo creia que la horrible noche retornaría después del 7 de agosto, pero entre penal y penal se nos anticiparon.
    ¡Que las divinidades de la luz nos asistan!

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  3. Me imagino que para un pais asolado por décadas de guerrilla, paramilitarismo, narcotráfico y otras lacras relacionadas, que mueran unos más en otro episodio de violencia ya no es noticia remarcable (por tanto no vende periódicos) y sí lo es la "proeza" de unos cuantos muchachos que dejaron la piel en el campo de juego, a título de representar a Colombia. Por otro lado, esta inmensa responsabilidad intrínseca que los futbolistas y otros deportistas cargan, tiene su componente negativo y hasta peligroso: he oído que los jugadores que fallaron los penales ya han recibido amenazas de muerte, y considerando el antecedente del infortunado zaguero Escobar del mundial 94, no es algo que se puede tomar a la ligera.

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    1. ¡Ay José! Si hubieran visto ustedes el recibiento multitudinario- y merecido, sin duda- que les hicieron a estos futbolistas a su arribo a Bogotá, tendrían una medida de la dimensión de nuestra esquizofrenia colectiva.
      Si al menos una parte de toda esa energía se desplegara para protestar por los crímenes, a lo mejor algo empezaría a cambiar entre nosotros.

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  4. “There are no second acts in American lives” dijo Fitzgerald y casi todos nos tragamos la idea de que no hay redención ni casi esperanza cuando los dados salen del cubo... salvo en el fútbol. Como sabes, yo soy hombre del ping - pong, pero puedo ver que en la vida del hincha hay segundo acto. Sin revancha, el fútbol sería un veneno. Y la carrera de Yerry lo confirma: aplaudido en Brasil, criticado en Barcelona, consagrado en Rusia. Algunos sabios dicen que Fitzgerald tal vez no se estuviera refiriendo a la posibilidad de desquite, sino a la estructura clásica de las obras dramáticas, primer acto de planteo, segundo de complicaciones del conflicto y tercero de desenlace. Sospecho que Yerry ya está en el segundo acto de su drama... como tantos de nosotros.

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    1. Qué oportuna esa cita de Scott Fitzgerald para pensarnos desde las distintas aristas de la derrota, mi querido don Lalo.
      Sospecho que el escritor norteamericano sabía bastante de ping- pong, un deporte en el que se juega menos contra el contrincante como contra sí mismo.

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  5. Si quieres leer “política” donde dice “fútbol” no me opondré. Pero los segundos actos son algo más complejos...

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  6. Gustavo, estas lecturas son necesarias. No sé si fue Caparrós, o Salcedo Ramos, están escribiendo sobre el Mundial de Fútbol para el NYT, quien habla sobre ya saber lo que es la derrota y reconocerla, no esquivarla. El Mundial, creo, será interesante para nosotros, los americanos, porque sabremos valorar lo que es este fútbol de "gambeta y magia" hecho un plástico marca FIFA. Por otro lado, nos pone frente a escenas como las que usted contó acá. Y el gran Mina, me parece genial la idea, planteó en el centro del debate público a esos dos pueblos que no conoceríamos de otra manera, porque somos ajenos a cualquier dolencia, porque los medios son agentes del presentismo masivo, porque realmente nos vale huevo... ¡Pero no tanto! Su texto es como el de Salcedo Ramos (https://www.nytimes.com/es/2018/07/03/la-verdadera-derrota-de-colombia/), es como la oportuna celebración de Yerry Mina pero sin la lejanía, como las marchas por los líderes, "Los velatón", de este fin de semana, en América Latina, como esas palabras de Steinbeck en Las Uvas de la ira, nos levantamos en el apocalipsis para luchar contra sus guerras: "Entonces no importa. Estaré en la oscuridad, estaré en todas partes. Donde sea que puedas mirar: donde sea que haya una pelea para que la gente tan hambrienta pueda comer, yo estaré allí. Donde sea que haya un policía golpeando a alguien, estaré allí. Estaré en la forma en la que los chicos gritan cuando están enojados. Estaré en la forma en que los niños ríen cuando tienen hambre y saben que la cena está lista, y cuando la gente esté comiendo las cosas que ellos sembraron y vivan en las casas que ellos construyeron, estaré allí también."

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  7. ¡ Santo cielo! No recordaba ese párrafo lúcido y certero de Las uvas de la ira, aprecido Eskimal.
    Es como una flecha que da justo en el centro de nuestra desazón.
    Ese hombre sí que supo del dolor y encontró la manera de volverlo forma literaria sin desvirtuarlo, sin reducirlo a simple juego estético.
    Mil gracias por regalarnos ese fragmento esclarecedor.

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