jueves, 17 de enero de 2019

Pessoa y Aranguren: llorar frente al mar






Ustedes ya conocen los rasgos más distintivos del poeta Aranguren.

Su jovialidad sin límites. Su fino humor costeño. Su amor por el  Unión Magdalena. Su gusto por el aroma cerrero del ron Tres Esquinas. Su enrevesada dicción caribeña mezclada con regionalismos paisas.

Desde que  nuestros caminos se cruzaron, hace cosa de veinte años, hemos compartido  pasiones comunes: la  gran poesía de aquí y de todas partes. Los narradores norteamericanos de todos los tiempos. Los viajes en barco alrededor del mundo, siempre anhelados  y jamás realizados.

O a lo mejor sí: dado el talante ilusorio del mundo,   quizá  hemos  repetido en sueños esos viajes  una y otra vez y apenas los recordamos como un manojo de nubes grises y blancas que se deshilachan ante el embate de la más leve brisa.

Por eso nos gusta pararnos frente al mar a decirles adiós con la mano a unos seres desconocidos que podemos ser nosotros mismos: nuestra infinitud de vidas posibles.

Pues bien,  al caer la tarde del pasado lunes 14 de enero, Aranguren tocó a mi puerta blandiendo un ejemplar recién comprado de Pessoa Múltiple, Antología Bilingüe, publicado al alimón entre el Fondo de Cultura Económica y Camoes, Instituto da Coperacao E Da Lengua, Portugal.

Olvidé decirles que la obra de Fernando Pessoa y sus heterónimos es otra de nuestras devociones.



 Pienso que el título del libro es redundante: lo que define al poeta portugués es su multiplicidad.

Tocado desde su infancia por la lucidez, Fernando Pessoa asumió bien temprano que, para no sucumbir ante la futilidad del ser, uno debe forjarse muchas identidades. Todas las que pueda, porque al final éstas últimas también se desvanecerán.

Y nos dejarán desnudos a la vera del camino.

De modo que nos  sentamos en esa luminosa tarde de enero y abrimos  las páginas del libro en cualquier parte. En este caso, la numerada con el   treinta y siete: un poema titulado  Soy un evadido, firmado por Pessoa, digamos, en persona:

“Soy un evadido.
Apenas nací en mí me encerraron,
Pero yo me fui.
La gente se cansa
Del mismo lugar,
¿de estar en mí mismo
no me he de cansar?
Mi alma me busca,
Yo me escabullí,
Ojalá que nunca señale: “está allí”
Ser uno es prisión,
Ser yo ya no  es ser.
Viviré escapando
Y así me hago valer”

Esos versos breves son una declaración  de principios. La  piedra  sobre la que Pessoa y sus otras personalidades- que alcanzan, según algunos estudiosos, las trescientas dieciséis - edificarán lo que, a falta de un nombre mejor, podríamos llamar una serie de biografías.

Aunque más bien podríamos hablar de una sucesión de máscaras que se superponen al modo de un palimpsesto y ocultan cada vez más la verdadera condición- que frase más equívoca-  del hombre nacido para el registro civil  en Lisboa el 13  de junio de 1888 y muerto el 30 de noviembre  de 1936.



Pero esos  son sólo  datos.

Lo esencial sólo podemos sospecharlo en la  suave cadencia de estos versos creados por Ricardo Reis, otra de sus máscaras:

Amo las rosas del jardín de Adonis

“Amo las rosas del jardín de Adonis.
Amo, Lidia, esas efímeras rosas,
       Que el mismo día en que nacen,
        Ese  mismo día mueren.
La luz en ellas es eterna, porque
Nacen tras nacer el sol, y se acaban
               Antes de que Apolo deje
               Su recorrido visible.
Hagamos  nuestra vida  así un día,
Incientes, Lidia, voluntariamente.
    Noche hay antes y después
    De lo poco que duramos.”

La fugacidad de la vida es un tópico de las literaturas de todos los tiempos.

Pero Pessoa y sus heterónimos  tienen una forma de decirlo que nos devuelve, intacta, la esencia del misterio de nuestro tránsito por el mundo.

Aquí estamos  frente a otro lugar  común: todos sabemos de esa transitoriedad, pero para no sucumbir a la certeza de que, rumiada cada día, podría conducirnos a la locura, optamos por ignorarla. 



Igual que Sísifo con su piedra nos empecinamos cada mañana en dotar de sentido a lo inabarcable.

Al menos es lo que se nos sugiere en este poema titulado  Mar portugués:

“¡Oh,mar salado, cuánta de tu sal
son lágrimas de  Portugal!
para cruzarte, ¡cuántas  madres lloraron,
cuántos hijos en vano rezaron!
cuántas novias quedaron por casar
para que fueses nuestro, oh mar!

¿Valió la pena? Todo vale la pena si el alma no es pequeña.
ir más allá del cabo Bojador
es ir más allá del dolor.
Dios al mar y el peligro dio,
pero en él fue que el cielo reflejó”.

La vida y la muerte trenzadas en esa imagen resumen buena parte de las metáforas marinas que conocemos.

El mar  como una conjugación de adioses y recibimientos.



“Ir más allá del dolor” parece ser la esencia del Fado, esa música portuguesa donde se condensan todas las tristezas de un pueblo hecho de conquistas y derrotas en mares lejanos.

Una suerte de blues de navegantes.

El mar de lágrimas que  complementa el valle de la plegaria católica.

El mar  de Pessoa que el poeta Aranguren vino a evocar en mi casa esta luminosa tarde de Enero.


PDT : les  comparto enlace a la banda sonora de esta entrada


                I             


6 comentarios:

  1. Llorar frente el mar, es acaso la metáfora perfecta de la insignificancia de nuestro paso por la vida: la vida es ese mar desconocido lleno de tempestades que nos aguarda más allá del horizonte (como a futuros Ulises sin puertos a los que llegar); las lágrimas somos nosotros mismos, una nimiedad en el océano infinito.
    Qué bueno eso de ver al poeta 'blandiendo' un Pessoa en la mano, y quizá un Tres Esquinas en la otra. No sé cuál entraña mayor peligro para usted, digo, je je.

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  2. Ninguno de los dos entraña peligros, apreciado José. Al contrario: son fuente perenne de regocijo, aunque a menudo vengan con lágrimas.
    Estos poemas están emparentados con el mejor Alberti y con el Machado aquel de " Las vidas son ríos que van a dar a la mar"

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  3. Para ti, mi querido Tavito, como retribución al bello texto que has escrito... https://www.youtube.com/watch?v=D9zMtXPC_hQ

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  4. Mil gracias por la retribución, inmerecida por supuesto: la poesía y todo lo que nos revela es la más impagable de las recompensas.
    ¡Salud!

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  5. Fernando Pessoa se te pega en Lisboa, te aborda sin que lo adviertas y allí se queda. Visité su tumba, en el monasterio de los Jerónimos. Son sus vecinos Vasco da Gama y Luís de Camoes. La esencia de Portugal es allí densa y persistente, como la poesía y la aventura.

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  6. Menudos vecinos se trae el tal Pessoa, mi querido don Lalo. Creo que si en Perú existe un club de fútbol llamado César Vallejo y en Brasil existe otro con el nombre de Vasco da Gama, Portugal bien se merece su Fernando Pessoa: un equipo persistente y luminoso como el Atlántico.

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