jueves, 8 de agosto de 2019

Me contaron los abuelos



    



“Capoteando el vendaval  se estremecía/  e impasible desafiaba la tormenta”
                              José Barros – La Piragua

A esta altura del camino siento que esos versos del juglar costeño  parecen hechos a la medida para definir el periplo vital de mis abuelos maternos Martiniano y Ana María. Dos campesinos colonizadores y sembradores de tierras, que después de fundar una prole bíblica  padecieron  un día  la llegada de hordas que los desplazaron y despojaron de sus parcelas.

“Chusmeros”,  llamaban a mediados del siglo XX a esas bandas armadas  por  los caciques liberales y conservadores,  que casi siempre actuaban en concierto para expulsar campesinos hacia los crecientes centros urbanos, necesitados de mano de obra para  alimentar el proyecto industrializador.

El viejo Martiniano regentaba una pequeña tienda rural llamada El Tigre en la que, además de víveres,  les vendía licor a los parroquianos  y alentaba sus nostalgias con   canciones de Los  Trovadores de cuyo y Tito Cortés que sonaban en una  victrola  RCA Víctor, admirada y envidiada por los jornaleros cerreros que frecuentaban el lugar.

                                          Martiniano y Ana María


Pero además, el viejo tenía tres libros a los que me asomé antes  de cumplir seis años,  con el aire de quien tropieza con una cueva encantada : Las mil y una noches, Genoveva de Brabante y la célebre edición de la Historia de Colombia, escrita por Henao y Arrubla.

Sobra decir que el acceso a esas páginas me fue prohibido  “Hasta que tuviera uso de razón”, según una expresión de la época que nunca pude entender del todo.

En realidad, en Colombia  nunca hemos tenido uso de razón. Ni entonces ni  ahora.

Por fortuna, nunca he sido proclive a la obediencia ciega, y  en los viajes de Martiniano para surtir su tienda con  mercancías y  nuevos discos de vinilo, el  niño que fui trepaba a los estantes más altos para esconderse después en un sótano polvoriento infestado de niguas-  un insecto terrible que pasó de moda para reaparecer después con más ímpetus- donde empezó una saga de revelaciones que todavía  no termina.

Entre la lucha tenaz de Sherezada por salvar su vida  a punta de cuentos, junto a las batallas de Carlomagno y sus caballeros surgían de repente un montón de hombres vestidos con elegantes trajes de  charreteras,  casi siempre  a lomo de caballos de buena sangre : eran los Próceres de la Independencia, recreados por Henao y Arrubla en ese libro escrito por encargo del presidente Rafael Reyes, un  hombre  brillante necesitado de  darle elementos de identidad a un territorio hecho trizas por las guerras civiles  y por esa brutal carnicería conocida  con el nombre casi poético de “ Guerra de los mil días”.

Un día, mi abuelo descubrió unas delatoras huellas infantiles en las páginas de su amada trilogía bibliográfica: luego de hartarse con  dulces caseros, el niño no se cuidó de lavarse las manos y dejó la prueba de su osadía entre los tesoros de Ali Babá, los amores  de Genoveva y las arengas de Simón Bolívar a sus soldados.



Todavía me escuece el trasero al recordar la pela que me dio el viejo con un rejo de enlazar potros:  esas eran las ayudas pedagógicas de los mayores en esos tiempos y no me quejo por eso.

“La pela pasa y el culo queda”   recitaban  los castigados a   modo desafío.

En mi caso,  aparte del culo intacto, me quedó una devoción por la palabra escrita que no me abandonará  hasta el último suspiro.

Por eso mismo, al cruzar la adolescencia, me arrojé a las páginas de libros que contaban la historia colombiana de otra manera, en contravía de un  discurso en el que el resplandor de los  sables encandilaba al lector y le impedía ver la presencia y el papel de grupos sociales agrupados siempre en una abstracción llamada  El Pueblo, que inspiró, entre otras obras,  la célebre pintura de   Delacroix, titulada La  Libertad guiando al pueblo.

No sé dónde esté, si en  este mundo o  en el  otro, pero un compañero  de bachillerato mucho mayor que yo, Luis Eduardo Tabares, puso en mis manos unos títulos que me revelaron de golpe  el rostro y la voz de los componentes de ese pueblo : La mala hora, de Gabriel García Márquez, una parábola en  ficción sobre la naturaleza de nuestros desastres; El día del odio, de José Antonio Osorio Lizarazo,  un descarnado abordaje   en tono de crónica sobre los hechos que rodearon  el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y un  libro del historiador Jaime   Jaramillo Uribe que, sin descalificar el papel de los caudillos de la Independencia, los bajaba de sus pedestales de bronce y los ponía a caminar al lado de campesinos, esclavos, mujeres, indígenas y niños que también dejaron su tributo de sangre y huesos triturados en los campos de batalla.



Pálido como un bombillo, Luis Eduardo se ganaba la vida haciendo turnos de media noche en una estación radial de Pereira llamaba Radio Centinela. Temprano en la mañana, llegaba a clases casi sin dormir.

A menudo, instalado en la  última fila, se  echaba un breve sueño reparador del que siempre fui cómplice. Aparte de eso, le hice muchas tareas que lo salvaron del desastre académico y lo ayudaron  a obtener a trompicones su título de bachiller.

Ahora que en Colombia se festejan con un sinnúmero de actividades dos siglos de una independencia todavía trunca, quiero evocar  a  los abuelos duchos en capotear vendavales y desafiar tormentas,  y a  ese compañero de estudios de sólida formación marxista, que me  enseñó a ver la historia como una urdimbre de fuerzas y matices  distante a años luz de las pinturas que ilustraban los  libros de texto de mi infancia.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada 

4 comentarios:

  1. Qué ironía, que ni con la amenaza permanente de la huasca(la pela) por tocar los libros que tenían etiqueta de prohibidos nos alejaban del gozo de leerlos a escondidas, la curiosidad era tan grande que no nos importaba las reprimendas. Ahora es al revés, ni con alicientes o premios se logra interesar a los chicos hacia la lectura y eso que hay todas las facilidades para el uso. Las nuevas tecnologías, la televisión, los videojuegos tienen que ver con el desastre. Tenemos exceso de información, pero parece que sigue aumentando la ignorancia

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  2. Usted lo dicho, apreciado José: estamos saturados de información, y por eso mismo cada vez más lejos del conocimiento y, por lo tanto, de la comprensión de nosotros mismos y del vasto universo que nos rodea.
    ¿El resultado? deambulamos por la vida desprovistos de pensamiento crítico.Esa circunstancia nos deja a merced de toda clase de embaucadores: políticos, gurús, publicistas...

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  3. “Eran se, eran sesenta paisanos, los sese, los sesenta granaderos”, cantaban Los Trovadores de Cuyo. También “Virgen de la Carrodilla, patrona de los viñedos...” Grata sorpresa que este ahora ignoto grupo de cuyanos (el corrector quiere poner “cubanos”, qué saben los correctores digitales de folclore), mendocinos casi todos, haya entretenido a tus abuelos en un rincón alejado de Colombia.

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  4. No sólo a mis abuelos: también a mí. Me sé de memoria varias canciones de Los trovadores de Cuyo, mi querido don Lalo. Entre ellas esa de " Mi negra se me ha ausentado/ y a la mar la fui a llorar/ linda mi negra / dónde andará".

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