miércoles, 14 de octubre de 2020

Gurús, influenciadores y otras pandemias



Un fantasma recorre el mundo : El influenciador, una suerte de entelequia resultado del cruce incestuoso entre el sacerdote, el inquisidor, el profeta, el gurú,  el demagogo, el  bufón y el  periodista.

De cualquier manera ha devenido líder, orientador, así a menudo   luzca más desorientado que todos, como se desprende de sus erráticas declaraciones en los medios de comunicación que se  alimentan de él   y lo alimentan en un inagotable círculo de regurgitación.  En ellas fija su posición  frente a todo  lo imaginable: la economía, la política, la ciencia, el ambientalismo, el sexo, las drogas. Es decir, todo lo comprendido entre el más allá y el más acá de lo humano.

Ese  es el primer eslabón de la cadena alimenticia. Del resto se encargan las redes sociales  con su reconocido poder de multiplicación.

Convertido en estrella del espectáculo informativo, el influenciador gurú acabó por suplantar al pensador, ese solitario que se consagraba con paciencia y tenacidad a la tarea de comprender los fenómenos, sus causas y consecuencias, para compartir  sus hallazgos con públicos dispuestos a asumir el riesgo de pensar por su propia cuenta.

Al finalizar la segunda década del siglo XXI, con la información convertida en un lucrativo negocio que cotiza en  el mercado de los valores y anti valores, los consumidores disponen de poco  o ningún tiempo para  hacer un alto en el camino y preguntarse por la naturaleza  y los protagonistas de los acontecimientos que los desbordan.


Atiborrado de cifras y datos, el pensamiento crítico y la capacidad para  formarse elementos de juicio frente al mundo acaban por sucumbir.

Los receptores de información quedan  entonces inermes.

Cuando eso sucede empiezan a reinar el caos y la confusión.  Y ese es el momento justo en el que surge el influenciador. Con su capacidad para el repentismo, aprovecha ese estado de cosas para formular lo que parecen respuestas definitivas a todas las situaciones del ámbito público y privado. Esa capacidad para las fórmulas mágicas lo hermana tanto con el  pastor religioso como con el autor de textos de autosuperación.

En ambos casos, la gente los ve, los  lee o escucha y  el mundo de las ideas entra en  hibernación, antes de pasar al siguiente estado: el de  la fe  en las revelaciones súbitas y sin  esfuerzo: el gurú y el influenciador lo resuelven con una frase que parece sabia en su banalidad.

Las audiencias quedan tranquilas por unos segundos.  Porque la característica de una revelación es su fugacidad. Y si acontece en las redes sociales el asunto alcanza cotas delirantes.  Por eso al caer la tarde, el número de confusos resulta ser más alto que al comienzo de la jornada.

En ese terreno acrítico empiezan a medrar  los caudillos de toda laya. Independiente de su  credo o filiación ideológica serán escuchados con sumisión. Después de todo,  su herramienta no  son los argumentos   sino el carisma. La capacidad para banalizarlo todo y reducirlo a frases hechas.


Por ejemplo, convertir una masacre en un homicidio colectivo.  Eso se consigue con un insistente  aparato de propaganda del que los influenciadores hacen parte: viven de eso, así  algunos se autopromocionen  como opositores al estado de cosas. En tiempos del capitalismo tardío  ser disidente  también vende.  El establecimiento  necesita  de su aparente espíritu contestatario para legitimar las formas de la democracia.

Con el  influenciador  se ha potenciado , además, una figura cara  a todos los mesianismos que en el mundo han sido : la del seguidor. Tanto, que la trascendencia de una vida puede definirse por el número de seguidores en las redes sociales.

Es la dictadura del Megusta.

Más allá de la información como nutriente básico, el  influenciador se alimenta  de seguidores. Es la fe  ciega de  estos últimos lo  que lo mantiene vivo.  Si aumentan, su poder sobre ellos crece. Si menguan, el pobre hombre puede empezar a sufrir de “ inseguridad sicológica”, otro eufemismo para nombrar el miedo.

Desde luego, los influenciadores  aparecieron bien temprano  en la historia. Al menos desde  que los mamíferos  nos  agrupamos en manada empezaron a jugar su rol de guianza.  Y siempre se cobraron lo suyo: las hembras más bellas y los pastos más frescos les eran concedidos.

No estamos pues, ante algo nuevo. En el transcurso de la historia  se han vestido con los ropajes mencionados al comienzo de este artículo, : el sacerdote, el profeta, el  político, el caudillo, el periodista.


Lo nuevo  es el crecimiento demencial de su poder.  Y eso si es efecto de las redes sociales, con su vertiginosa capacidad de multiplicación. Desde luego, no es culpa de internet: es la eterna condición humana siempre dispuesta a someter su voluntad, con tal de obtener la sensación de seguridad . Sólo eso puede explicar la variopinta fauna que conforma el  contingente de influenciadores :  políticos, deportistas, músicos, curas, gurús, músicos, vedettes y hasta  criminales como “ Popeye” el sicario, que en paz no descanse.

Y, de vez en cuando, un espíritu sensato y lúcido  irrumpe  en medio de esa manigua.

En todos los casos, los efectos son virales, para utilizar un concepto caro  al mundo de internet, reavivado por la irrupción de la Covid- 19 y su rápida propagación.

La hija adolescente de  mi vecino dice que el cantante Maluma es su influenciador. Supongo que, con otras palabras, lo  mismo pensaban los israelitas  de Moisés, mientras los  guiaba a través del Mar Rojo en su propósito de escapar de las garras del faraón.

Hoy atravesamos mares igual de turbulentos y nos asedian faraones más peligrosos.

Por lo tanto, el miedo  y la confusión alientan en las mentes y en los corazones.

A lo mejor eso explique la  pasmosa  capacidad de contagio de los influenciadores.

Para bien del pensamiento crítico y la autonomía de las personas, ojalá encontremos pronto una vacuna.

Ojalá.


PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.

https://www.youtube.com/watch?v=d_VHFyaSXQw

2 comentarios:

  1. Como siempre una lúcida y necesaria reflexión en estos tiempos turbulentos que atravesamos, caracterizados, paradójicamente, por el reinado de la ignorancia y el miedo a pesar de tener tantas herramientas tecnológicas para combatirlos. Yo iba a decir que los “influencers” llegaron para quedarse, al igual que el coronavirus según estimaciones de los científicos, y tener que convivir con ellos y de alguna manera sufrir las consecuencias de sus hechizos o soluciones mágicas. Sin embargo, usted nos aclara que ya existieron desde la primera noche de los tiempos, camuflados bajo diversos ropajes. Solo que hoy se volvieron más numerosos y omnipresentes (virales) gracias al internet, mal que nos pese.
    Hablando de su pernicioso poder, traigo a colación lo que en estos días viene sucediendo en mi país, concretamente en la ciudad de La Paz, a pocas jornadas de efectuarse las elecciones presidenciales. Algunos de estos iluminados han propagado por las redes sociales el mensaje de que la gente debe aprovisionarse de abarrotes y otros artículos básicos para lo que venga, con el argumento de que los seguidores del MAS (el partido de Evo Morales) van a asaltar los barrios paceños de clase media si es que pierden en las urnas como un gesto de venganza, a raíz de la caída del autoritario Morales en noviembre del año pasado. Como era de esperar, hay bastante zozobra y temor, caracterizados por la compra frenética en los supermercados y filas interminables de coches en las estaciones gasolineras. Afortunadamente, el resto del país no se ha contagiado de este comportamiento paranoico, pero hay una preocupación latente. Ojalá que el domingo las elecciones se desarrollen en un clima de tranquilidad o sin mayores incidentes.

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    1. Muchas gracias por sus valiosos aportes, apreciado José. Usted acaba de anotar un asunto clave en el poder de los gurús y los influenciadores: el miedo y la esperanza, "esa puta de vestido verde" de la que que hablara Julio Cortázar. Primero exacerban el miedo de la masa y luego se presentan como esperanza de redención.
      Y,claro, esa multitud inerme, sumisa y carente de pensamiento crítico acaba por sucumbir al canto de las sirenas.

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