jueves, 22 de octubre de 2020

Los acertijos de la ficción


Los textos de ficción nos atraen, entre otras razones, porque plantean una urdimbre de acertijos que se despliegan ante los ojos del lector sin que este pueda responderlos todos : ¿ Quienes son esos seres dotados de ideas y sentimientos, que vagan por lugares tan reales como imaginarios? ¿ De dónde vienen y hacia dónde se dirigen esas criaturas dotadas de sueños, de anhelos, de  deseos y que por eso mismo gozan, sufren y padecen   frustraciones del nacimiento a la muerte, hasta que que se disuelven en la nada, como todo?

La tentación más fácil es decir que vienen de la mente  del autor, lo que remite a una  nueva suma de paradojas bastante parecidas a las propuestas por Douglas R. Hofstadter en su libro Godel, Escher, Bach, Un eterno y grácil  bucle.

¿El  autor es un creador o es un medium? ¿Es un demiurgo o un simple instrumento de sus fuerzas inconscientes? ¿ Es la mente del individuo o la mente-mundo la que escribe?

Como , en caso de que tengan respuesta, todas esas preguntas sólo pueden conducir a nuevos interrogantes la opción más socorrida es echar mano de los prejuicios, esa suerte de habitación a oscuras en la que nos sentimos seguros… hasta que la vida nos obliga a echarnos a la calle , donde no tardamos en descubrir que esas ideas fijas son en realidad un obstáculo para comprender todas las dimensiones del vasto universo.

Traigo   todo esto a cuento a raíz de la lectura  de un texto firmado por Margarita Rojas y publicado  el 10 de octubre de 2020 en el portal web La cola de Rata, bajo el título   Literatura misógina: El vuelo de la reina,  alusión a la novela del escritor argentino Tomás Eloy Martínez.

Al final de esta entrada copio enlace al artículo en mención, para  omitir citas reiteradas.



De entrada, el  artículo plantea una declaración de principios: “ Al momento de terminar este libro sabía que necesitaba escribir algo al respecto. Estaba incómoda, angustiada y algo confundida”.

Buen punto de partida: lo mejor que le puede pasar a un libro es que escriban  acerca de él.

Hasta ahí todo resulta claro: incomodar, angustiar y confundir son algunos de los efectos colaterales de toda obra de arte digna de ese nombre. Para  tranquilizar   espíritus están los libros de auto superación.

Pero luego la autora  esgrime una secuencia de sustantivos adjetivos- repulsión, repugnancia- enfocados no a calificar sino a descalificar la obra de  otros autores contemporáneos como los norteamericanos Charles Bukowski, David Foster Wallace y el francés M. Houllebecq,  tachándolos de misóginos.

Se trata, repito, de una suma reacciones- ya que no reflexiones- suscitadas en la autora del  artículo por la lectura de El vuelo de la reina, una de las novelas tardías del escritor argentino Tomás Eloy Martínez, autor además de las obras de ficción La novela de Perón, Santa Evita, El cantor de tangos y el libro de periodismo Lugar común la muerte.

Y digo que no son reflexiones, porque la autora insiste una y otra vez  en que la lectura de la novela le produjo  repulsión y repugnancia y eso la  llevó a escribir su artículo. Puras reacciones instintivas que, bien lo sabemos, son el germen de todas las ideas preconcebidas . 

Bueno, náuseas, asco y fastidio es lo que siente uno  leyendo muchas de las grandes obras de la literatura universal y eso no las invalida. Todo lo contrario: revela  su potencial como instrumento para comprender el mundo, disfrutar de su belleza y denunciar sus atrocidades.

Pienso, por ejemplo, en las visiones del infierno de Dante Alighieri, en la obra de  L. F. Céline  o en las novelas de Donatien de Sade, rebautizado por sus  fieles  devotos como  El Divino marqués.

¿Era Dante  “ dantesco” o  era  “ sádico” Sade?  ¿ Era “maquiavélico” Maquiavelo?



Es más: ¿era Mark Twain  un supremacista blanco porque  recrea con entrañable patetismo la vida de los negros y su equívoca relación con los anglosajones en las riberas del río Mississippi?

Por supuesto que no, como no es Nabokov un pederasta por mostrarnos los abismos del sexo casi senil de un profesor con una  alumna  niña, ni es Ernesto Sábato un sicópata por desvelarnos detalles de  seres tan alucinados como Alejandra Vidal Olmos o el pintor Juan Pablo Castel, el asesino de María Iribarne.

Ellos son simplemente escritores de su tiempo, o para decirlo con palabras del propio Tomás Eloy, “sismógrafos” de su tiempo. Narran el sismo pero nada tienen que ver con él.

Si  todas las formas de  discriminación y abuso aparecen en esas novelas es porque ya están   en el mundo.

Para no sucumbir a esos reduccionismos fáciles es necesario tener claras las claves y los procesos de construcción de un personaje de ficción. Si este tiene la suficiente  solidez  para moverse solo por el mundo, a menudo trasciende al propio autor y puede incluso expresar una cosmovisión contraria a la de su creador.

De ahí lo riesgoso que resulta hablar del personaje como un “reflejo” o un  alter ego del autor: los personajes de Shakespeare no son Shakespeare. La  ficción  es algo mucho más complejo y fascinante que eso. Es una trama de  enigmas que, para bien nuestro y de la literatura misma, nunca lograremos resolver.

Decir entonces que El vuelo de la reina es “ Literatura misógina” conlleva un grave riesgo para el lector : reducir las obras y los autores a sub géneros  formulados desde los prejuicios de cada quien.

Siguiendo esa tónica , no tendríamos   literatura grande o mediocre, sino libros de ficción racistas, clasistas, comunistas, fascistas, homofóbicos, feministas o sexistas.

                                       Virginia Woolf

No sé qué pensarían Safo de Lesbos,  Virginia Woolf  o Margueritte Yourcenar si se vieran de repente cobijadas bajo la etiqueta de  “ Escritoras feministas”, por ejemplo.  En  realidad, ellas eran sólo  mujeres geniales que escribían, poniendo todas las facultades de su talento al servicio de una obra.

Fue eso lo que las hizo grandes, no su inexistente militancia.

Así pues,  algunos personajes de El vuelo de la reina pueden  resultar misóginos para la mirada de algunos lectores.  Y hasta ahí eso es válido. La literatura tiene, cómo no, un ineludible componente político. Pero confundir a Tomás Eloy Martínez o a cualquier gran escritor con sus personajes   supone la desventaja de aproximarse a ellos con el lente de los propios prejuicios- lo que Margarita Rojas llama “ Las gafas violeta”-  reduciendo  a la mínima expresión la infinita  gama de matices con la que una buena obra de ficción se permite enriquecer el mundo.

Enlace al artículo en mención

https://www.lacoladerata.co/cultura/resena/literatura-misogina-el-vuelo-de-la-reina/


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=nokk4q2xBsY


2 comentarios:

  1. Ay, amigo. ¡A dónde hemos llegado a parar! Dan ganas de poner en práctica aquella frase atribuida erróneamente a Mafalda: ¡paren el mundo, que me quiero bajar! A propósito, si nos guiáramos por la lógica simplista y emocional en que incurren muchos críticos o articulistas al juzgar una obra, sería sencillo ir al otro extremo y etiquetar a “Mafalda” como un panfleto feminista o algo parecido para descalificarla o desmerecerla. Esto de las corrientes reinvindicacionistas a golpe de prejuicios se está saliendo de control hasta extremos absurdos. Ahora resulta muy fácil proscribir ciertos libros porque a algún biempensante le pareció que eran racistas, machistas, sexistas, etc, como viene ocurriendo en mi país, donde varias novelas consagradas han sido borradas de un plumazo del canon nacional por reflejar las condiciones penosas y humillantes de los indígenas.
    Pero parece que el asunto va para peor, hasta alcanzar niveles demenciales o grotescos. Pensé que era un chiste de mal gusto pero resultó ser verdad aquello de que hay gente muy empeñada en retorcer hasta obras entrañables, empezando por los títulos, como es el caso de “El Principito”, que ahora ha sido publicada en versión ‘femenina’ o vaya uno a saber, cuyo personaje es una ‘principesa’, que no ‘princesita’ que es una condición estereotipada dicen sus promotores (ya ni los padres podrán llamar a su pequeñas “mi princesita”, porque le estarán causando daño psicológico, al parecer). Y no contentos con cambiar de protagonista, pues hagamos que el aviador sea una mujer, la rosa un clavel y demás cambios rocambolescos. Y de Saint-Exupery ya puede revolcarse en su tumba, que no pasa nada, ja. Le dejo abajo el link, para mayores datos.

    https://www.womanessentia.com/arte-y-cultura/arte/la-principesa-reinterpreta-el-principito/

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  2. ¡ No joda, apreciado José ! No sabía del engendro eso de la principesa. Suficiente tenemos con esa tara del " Lenguaje incluyente" , que retuerce la sintaxis y obliga a la gente a giros inútiles del tipo " Los niños y las niñas". " Los abogados y las abogadas" " Los rinocerontes y las rinocerontas".
    ¡Por las barbas de Belcebú ¡ Cómo si en la palabra médico no estuvieran incluidas las mujeres que ejercen esa profesión, lo mismo que los médicos travestis y todos los demás.
    La estupidez acecha, mi estimado amigo.

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