El poeta, investigador y periodista Mauricio Ramírez sabe muy bien que, en
contravía de lo sugerido por la canción de Willie Colón, los periódicos de ayer
suelen ser más valiosos que los de hoy. Una vez cumplida su función de informar
y generar opinión se convierten en
documentos y, con el paso de los años, constituyen la materia de la Historia,
así con mayúsculas,
Esa certeza ha hecho de Ramírez un buscador minucioso, un husmeador de
archivos. Su olfato le permite rastrear entre hojas amarillas, papeles
infestados de hongos y huellas dactilares emisarias de va uno a saber qué
secretos, hasta dar con el lugar exacto- un viejo baúl, acaso- donde sobreviven
las cartas, los cuadernos, los diarios , las crónicas en las que un ser humano
dio cuenta de su paso por el mundo.
Porque en eso consisten las crónicas: son el testimonio que alguien nos
ofrece del momento en el que le fue dado vivir, con su saga de dichas y
espantos. En las últimas décadas Mauricio Ramírez se ha convertido pues, en el
gran detective consagrado a sacar a la
luz, para deleite de los lectores, misterios que parecían sepultados. Gracias a
él supimos del tesoro escondido en los papeles de Lisímaco Salazar, uno de los
tempranos narradores de la aldea que hacía su tránsito hacia ciudad intermedia,
con todo el impacto que eso significa en términos sociales, económicos,
políticos y culturales.
Fiel a esa constante, Mauricio ha puesto en marcha un sello editorial que,
con el sugestivo nombre de Destiempo, promete continuar el recorrido por
la vida y obra de los narradores que, muchas veces sin formación académica pero
alentados por el vicio impune de la lectura, inventaron el periodismo narrativo
mucho antes de que la industria editorial impusiera esa etiqueta.
El autor escogido para dar inicio a la colección no podía ser otro que don
Ricardo Sánchez Arenas, el cronista de la Pereira de las primeras décadas del
siglo XX. El primero que se forjó un estilo y una voz propios para contarnos el
despertar de una sociedad que asistía a la llegada de los adelantos tecnológicos
con un estupor idéntico al de los habitantes de Macondo, encandilados por los prodigios
traídos desde las antípodas por el gitano Melquíades.
Como ninguno, Sánchez supo llevarnos
a esos tiempos. Para muestra, leamos este fragmento de la página 29 del libro
editado por Mauricio Ramírez:
Carcomida por la acción del tiempo y desvencijada por
el abandono se encuentra la portada del viejo cementerio. Esta armazón vetusta,
reliquia del ingenio ebanisteril de hace cincuenta años, trae muchos recuerdos
a nuestra memoria ingrata. Allí, bajo el alero cariñoso de su tejado, nos
guarecimos de muchas lluvias en nuestra niñez lejana. Por la portada del
cementerio viejo, vimos entrar los despojos mortales de nuestros mayores y los
despojos mortales de los primeros benefactores de la ciudad. Conservamos fresca
en la memoria la leyenda en latín que sobre el fondo enlutado de la cornisa
escribiera Ricardo Carrasquilla- el primer pintor que hubo en Pereira-, y que
dice: “aquí estoy aguardando a que suene la trompeta que me ha de llamar a
juicio”. Y también la otra leyenda: “honor al señor Valentín Deaza, por su
interés en la construcción de este panteón”.
En esa prosa limpia y certera están escritas las crónicas de don Ricardo Sánchez.
Sorprende de entrada que haya logrado sustraerse al lenguaje exaltado, patriotero
y pintoresco de la época, que un
crítico bautizaría décadas después como grecoquimbaya.
Todo lo contrario: el suyo es un tono moderno y de gran valor literario, que de
inmediato lleva al lector a evocar las Gotas de Tinta, de Luis Tejada o,
bien al sur del continente, las Aguafuertes Porteñas del gran Roberto
Arlt que, a su modo, se ocupaban de asuntos muy similares a los que inquietaban
el espíritu del autor pereirano.
Bien leídas, las crónicas de Sánchez eluden el tono llorón que estropea los
textos de muchos de sus contemporáneos en todo el territorio de Colombia. Sus
viñetas parten de una certeza: el tiempo pasa, deja una estela de recuerdos bellos
y terribles y lo único que podemos hacer es seguir viviendo. Ni siquiera la
experiencia terrible de su internado en el leprosario de Agua de Dios lo
llevó a hacer concesiones en ese sentido. En su lugar, el narrador deja una puerta
abierta a la ironía:
Yo he hablado con enfermos que se hicieron de
todo: comieron carnes crudas de culebras y de lagartos; bebieron el jugo amargo de
muchas plantas silvestres; empavonaron su cuerpo de petróleo y se pusieron al
sol hasta que el aceite impregnara sus tejidos muertos; se hicieron aplanchar
el cuerpo creyendo destruir el bacilo con el calor; se sometieron al
tratamiento hidroterápico del padre Tadeo ( un cura alemán y loco que soñó
curar la lepra con baños de presión) se tomaban el aceite de chamougra bruto, por cucharadas, como si fuera jarabe; se enterraban
hasta el cuello permaneciendo así varios días con la cabeza afuera, y hubo
quienes, en su afán de querer curarse, se dejaban morder de serpientes
venenosas.
A pesar de su condición de enfermo, Sánchez toma distancia y se erige en
testigo, condición que le permite, sin hacer juicios de valor, compartir con el
lector su escepticismo y arrojar su piadosa mirada sobre la credulidad de los
humanos cuando nos encontramos en situaciones extremas.
La selección de Mauricio Ramírez no llega a las cien páginas, porque su
propósito manifiesto es antojarnos, invitarnos a sumergirnos en las páginas
amarillas de los periódicos de ayer, como él hizo con El Diario de
Pereira de su primera época, para regresar con joyas como esta declaración de
principios del cronista en el párrafo inicial de un texto titulado Su
majestad la moda, que se nos antoja contemporáneo en su tono y en su
pertinencia:
Definitivamente el progreso y la civilización nos
tienen embromados. Ya no puede uno vivir como le dé la real gana sino como lo
exigen las circunstancias y como lo ordena la moda.
La puerta queda abierta entonces para quienes acepten la invitación del
poeta Ramírez.
PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:
https://www.youtube.com/watch?v=RqF28V8Kytg
Excelente artículo y muy merecido reconocimiento al trabajo de un escritor y comunicador pereirano que desde muy temprana edad se dio a la tarea de rescatar joyas de la literatura colombiana y redimir escritores y grandes pensadores que han dejado sus huellas no solo en Pereira sino en otras latitudes de este país maravillo
ResponderBorrarMil gracias por el diálogo. A su modo, Mauricio Ramírez es entre nosotros una suerte de " Cazador del arca perdida".
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