En el principio fue el miedo a las fuerzas de la naturaleza y a los dioses encarnados en ellas.
El miedo nos precede. Estaba
antes de nosotros y estará después de que nos vayamos de este mundo. Entendido
así, lejos de la simplista explicación convencional, el miedo es una entidad, un algo con vida y reglas
propias que nos rodea como una niebla.
Por uno u otro camino, los
grandes escritores siempre han tenido la vaga intuición de esa entidad. Otros,
una minoría, han experimentado su certeza. Esos autores saben que algo no
encaja en el rompecabezas de lo que llamamos “La realidad”. Si casi todas las
piezas le dan la cara a la luz, por lo menos una se abisma en las tinieblas y
nos revela los muchos rostros de la nada que somos. Justo en ese borde, la razón se nos muestra
como la más insana de las formas de locura. Por eso existen los conjuros, las
plegarias, las invocaciones, el pedido de auxilio a los dioses.
Cassiani, la
novela de Octavio Escobar Giraldo ( Manizales, 1962) publicada en 2023 por Editorial Planeta,
se ocupa de esas cosas. De hecho, la historia (o la crónica, como el autor
prefiere definirla) es un homenaje nada velado al gran maestro de la llamada Literatura
preternatural, el norteamericano H.P. Lovecraft. El nombre mismo de Obed
Marsh II sugiere de entrada una saga. Este Marsh es el desarrollador de la
vacuna destinada a contrarrestar un
virus letal ( una de las formas biológicas del miedo humano) posible mutación
del Covid-19 o de alguno de los organismos invisibles que estaban en la
tierra antes de nosotros y que hemos despertado al invadir su espacio En Cassiani
la vacuna abre de par en par una de las muchas formas del infierno, por la
que se cuelan Las niñas sepia,
criaturas que bien podrían hacer parte
del Necronomicón o de Los Mitos de Ctulhu, los relatos creados en
principio por Lovecraft y luego enriquecidos con acierto por un grupo de escritores que pueden ser leídos como avatares suyos.
El escenario de la novela es una
Santafe de Bogotá arrasada por las secuelas de la pandemia, el encierro y por las múltiples manifestaciones de la violencia como un fin en sí misma. En últimas, los pretextos ideológicos
esgrimidos para justificar las acciones irracionales de conciliares y bibliotequeros
(con esos adjetivos de definen los bandos en guerra) apenas son eso:
pretextos para dar rienda suelta a la codicia, la corrupción y la sed de sangre
que son algunas de las improntas de lo humano. Los incendios y humaredas que
definen el horizonte, los gritos de dolor, las explosiones y el vuelo rasante
de los aviones son de principio a fin la atmósfera de los personajes siempre en
fuga que desfilan por las páginas de la obra como una procesión de desterrados.
Sus nombres son Cassiani, Urdaneta, Mario, Selene, Yahaira, Enrique y otros
tantos planetas errantes que de vez en cuanto se estrellan y dejan la estela
del pavor sembrada en los corazones.
Más allá de las alusiones al
escritor de Providence, Cassiani es una novela habitada por libros. De
hecho, las peripecias se desencadenan en una librería. A eso debemos sumarle un
dato clave: Enrique y su padre se comunican a través de citas de Proust.
En la página 57 de la novela el
narrador nos entrega un dato clave:
La vacuna de Obed Marsh II generaba modificaciones en la dermis de niñas menores
de diez años que las convertían en sepias humanas, capaces de transformar su
aspecto de manera refleja o, lo que era más inquietante, a voluntad, y sus
facultades mentales, muy por encima de las del molusco, acercaban el proceso a
la perfección. Superado el desconcierto, sus jóvenes cerebros se engolosinaban
con el juguete nuevo.
Con esas niñas sepia, más
peligrosas que conciliares y bibliotequeros juntos, tendrán que
habérselas los aterrorizados personajes de la obra en un recorrido que es, cómo
no, una reedición del viaje iniciático
a los infiernos del que solo se regresa iluminado o atado para siempre
al mástil de la locura.
El descenso al sótano, a la cueva, al laberinto, a las catacumbas, al subterráneo o al propio inconsciente es un tópico en la historia del mito y la literatura. La procesión puede ser interminable: Orfeo, Heracles, Dante, los cristianos en Roma, el Fernando Vidal de Sobre Héroes y Tumbas. En el caso de Cassiani- que al final terminará convertida en estatua de ébano a resultas del maleficio de las niñas sepia- el viaje supone una sucesión de ritos sacrificiales que esta vez se resumen en un tatuaje que la devora y ante cuya potencia nada puede hacer la ciencia porque su reino no es de este mundo. En el vórtice mismo del delirio el narrador nos ubica en el vetusto convento de clausura que las niñas sepias han escogido como sede:
Desesperado,
yo veía cómo ese engendro que parecía alimentarse de la sal y el deseo de las
niñas sepia se formaba y disolvía en un vértigo que crecía, que se iba
convirtiendo en una aberración en medio del viejo patio del convento de
clausura. Verlo me producía terror, pero también una especie de náusea y una
sensación de extrañeza, casi de fascinación, que paralizaba mis esperanzas.
Poseído por la paradoja, como si fuera un testigo, en algunos momentos admiraba
esa concentración de poder, esa capacidad de caos tan distante de lo humano,
tan lejana de todo lo que había conocido.
¿Recuerdan El caos reptante?
El tono aquí no podía ser más Lovecraftiano. A veces, uno siente el aliento del
árabe loco Abdul- Alhazred asechando a sus espaldas.
Como ya habrán advertido, en Cassiani
no hay redención para nadie. Ni para los personajes, ni para el narrador ni
para el lector. Hay un acento de agonía asmática en cada una de sus 191
páginas. Y no puede haberla en una
novela crónica que termina en medio de un diluvio que no cesa de intensificarse
porque está hecho de la materia del horror, como se desprende de este fragmento:
Con dificultad
consigno estas últimas palabras. El frío es casi insoportable y las tuberías
están congeladas. Siguen la lluvia y el granizo, y el cielo, que solo puedo
describir como perturbado, como perverso, origina, cada vez con mayor
frecuencia, tornados o huracanes, no sé cómo llamarlos. No lo son, por
supuesto, son muestras de una voluntad que le ha declarado la guerra al género
humano. Hoy y aquí, como pudo ocurrir en cualquier lugar del mundo.
Un viejo atavismo, o un llamado,
empuja a Las niñas sepia a salir de Santafe de Bogotá en busca del mar,
de las profundidades abisales donde habitan sus dioses o sus antepasados. Su
fuerza propulsora es la venganza contra algo innominado. Algo que se revolvía
en un rincón del universo mucho antes del miedo.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:
https://www.youtube.com/watch?v=b_ObqZtxuj0
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