No hay filosofía inocente
Georg Lukacs
El asalto a la razón
A menudo caemos en la trampa de las alegorías. El
poder de sugestión de las imágenes parece resolver la complejidad del mundo y
nos libera así de la responsabilidad de
pensar por cuenta propia.
La de la justicia es una de las más socorridas: una mujer con los ojos vendados sostiene una balanza
en una mano y una espada en la otra y promete justicia para todos con
imparcialidad y objetividad. Y aquí tenemos el primer problema: imparcialidad y
objetividad son asuntos imposibles cuando se piensa y obra desde un sujeto que
funciona en el seno de una sociedad donde se cruzan intereses de todo tipo:
económicos, políticos, culturales, familiares, sexuales y todos los que surgen
en el camino.
Eso para no hablar de los prejuicios- buenos y malos- alentados por viejos
atavismos.
Luego viene otro aspecto clave: la justicia en sí misma es un poder
delimitado por la suma de los otros
poderes, que no son sólo el ejecutivo, el legislativo y el judicial, como siguen repitiendo las
cartillas de “educación política”. De modo que cuando un juez, por probo que
sea, emite su fallo, está mediado de manera
consciente o inconsciente por el sistema de fuerzas que mueven a la
sociedad en la que actúa.
Por eso, quien accede al poder ejecutivo intenta hacerse con el respaldo
del legislativo y judicial, aparte, claro, del poder económico y el de los
medios de comunicación entre otros. Sin
esos respaldos la tarea de gobernar se convierte en algo que raya en lo imposible.
La justicia pues, como todo lo demás, es política.
Por eso resultan tan llamativas las reacciones hipócritas- ya que no
candorosas- de los defensores y contradictores del expresidente colombiano
Álvaro Uribe Vélez, tras el fallo en su contra emitido por la jueza Sandra
Liliana Heredia, que lo condenó en principio por los delitos de fraude procesal
y soborno en actuación penal, dentro del campo de acción más amplio de
supuestos nexos con el paramilitarismo.
Es una decisión política y no jurídica, sentencian los uribistas a ultranza. Se
obró en pleno derecho, replican los voceros del gobierno. Y de ambos lados tienen
razón. Sólo que no asistimos a nada nuevo: la justicia ha sido, es y será un
arma política en todos los tiempos y lugares, mucho antes del pobre Maquiavelo
al que, sin leerlo o leyéndolo fuera de contexto, se le endosan todos los males. En el ejercicio del poder
político y económico la justicia sirve, entre otras muchas cosas, para
acorralar a los contradictores y salvaguardar los propios intereses. Así las cosas, las
homilías escuchadas en las últimas horas de uno y otro lado están soportadas en
una armazón bastante endeble. Si le damos un breve vistazo a los últimos veinticinco
años de Historia de Colombia encontramos que el hoy condenado Uribe utilizó la
justicia para garantizar la impunidad ante las acusaciones que se le lanzaban,
entre ellas sus presuntas relaciones con
el paramilitarismo, el soborno a la congresista Yidis Medina en la votación
para aprobar la reelección y los negociados de sus hijos aprovechando información privilegiada. Por su lado, los gobiernos de Juan Manuel Santos
e Iván Duque miraron para otro lado en defensa de sus propios intereses y de
paso, de los del expresidente.
Hasta que llegó el turno de Gustavo Petro, quien de entrada- como lo
hicieron sus antecesores- enfocó sus energías en el nombramiento de un fiscal
de sus afectos. Al final resultó escogida Luz Adriana Camargo, a quien le fue
asignada, entre otras, la tarea de agilizar las acciones relacionadas con el
juicio a Álvaro Uribe Vélez. Los resultados concretos se conocieron el lunes 28
de julio de 2025 con el ya conocido fallo de la jueza Sandra Liliana Heredia. Nada
nuevo el sol, dicen que dijo el rey Salomón.
Si alguien duda de la condición de arma de la justicia puede echar un
vistazo a nuestro continente. Bien al norte, Donal Trump alinea de su lado al poder judicial para
blindarse contra acusaciones por los
delitos que se le imputan. En Argentina
Milei y sus aliados en la justicia condenaron a Cristina Fernández- que
no es ninguna santa- para impedir
cualquier posible regreso suyo al poder. Y si recorremos el mapa del planeta
encontraremos situaciones parecidas ayer y hoy en todos los rincones.
De modo que en el caso del fallo en contra de Álvaro Uribe, sería más
saludable para Colombia que nos centráramos en los delitos por los que se le
acusa, entre los que los de fraude procesal y soborno en actuación penal
son apenas el intento de encubrir otros
más graves. Si lo hacemos con lucidez y responsabilidad, podremos ponernos a
salvo de la verborrea y la sinrazón que
nos invaden por estos días y por lo menos tendremos claro que el ejercicio de
la justicia no es un acto abstracto
ajeno a la suma de apetitos que
mueven a la sociedad desde los tiempos
del Antiguo Testamento hasta la era de la Inteligencia Artificial que tanto nos
inquieta.
PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:
https://www.youtube.com/watch?v=X_r8O1JhzWA&list=RDX_r8O1JhzWA&start_radio=1