lunes, 13 de enero de 2025

"El destino manifiesto"

 



Los libros de historia nos dicen que fue en 1823 cuando el presidente James Monroe hizo suya la idea acuñada por John Q. Adams, que definía cualquier intervención de Europa en el continente americano como una agresión que exigiría la respuesta equivalente de los Estados Unidos de América.

En principio, parecía un asunto razonable y hasta necesario, pero llevaba implícita una trampa: a su vez servía para justificar la intervención de los Estados Unidos en cualquier lugar del continente, con el noble pretexto de la solidaridad, la libertad y la defensa de territorios amenazados u ocupados por   una nación extranjera. El problema reside en que, siguiendo una constante desde los días de su fundación, una vez puesto el pie en tierra ajena es difícil que los norteamericanos lo levanten… a no ser que alguien emprenda una revuelta sangrienta y casi siempre suicida.

De ahí que Simón Bolívar advirtiera en su célebre proclama: “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar de miserias a América en nombre de la libertad”.

El siguiente paso no era difícil de prever y se llamó, con un inquietante tono religioso, "El destino manifiesto”. Sobre esa idea los Estados Unidos de América basaron su política expansionista a lo largo del siglo XIX. La invasión a México fue una de sus expresiones más devastadoras. Texas, California, Nuevo México, Arizona, Nevada, Utah y Colorado hicieron parte de esa avanzada. Luego vendría la guerra contra España, cuyo propósito era apoderarse de Puerto Rico, Cuba y Filipinas. El largo brazo del Tío Sam empezaba así a extenderse más allá de tierras americanas y el espíritu calvinista de la predestinación adquiría una expresión terrenal que hasta hoy no ha cesado de alimentarse de sí misma.

Estos antecedentes vienen a cuento ahora que el presidente Donald Trump, avalado por 312 votos electorales (la cifra más alta desde el también republicano George H. W. Bush en 1988) y por 77.303.573 ciudadanos votantes, insiste en su intención de apoderarse (él lo llama “ recuperar”) de Groenlandia, mientras   pregunta por la legitimidad del nombre – y por lo tanto de la propiedad- del Golfo de México  al tiempo que deja en el aire la no tan velada amenaza de hacerse con el control del Canal de Panamá, esa franja de tierra recuperada por los panameños y arrebatada a Colombia en 1903  durante la administración de Theodore Roosevelt, con la complicidad de un sector de las élites colombianas.

Imperialismo puro y duro, se llama eso, aunque los eufemismos impuestos por la hipocresía de la corrección política lo nombren de múltiples maneras, entre ellas globalización.

Por lo pronto, los gobernantes de los países amenazados han respondido con un tono de dignidad. Claudia Sheinbaum Pardo en México y José Raúl Mulino en Panamá le han hecho saber a Trump que sus bravuconadas no los amedrentan, mientras este último replica con advertencias sobre aranceles, acompañadas de ese mantra utilizado en sus campañas  presidenciales y multiplicado hasta la demencia en sus redes sociales :“ Make América great again”, una suerte de  frase hipnótica que cala hondo en las anestesiadas mentes de unos ciudadanos enajenados  hasta lo impensable por el poder de los medios de comunicación. Y no podemos olvidar que Trump, como otros de sus congéneres, viene de la industria del espectáculo y la información.




Como bien sabemos, los Estados Unidos se hicieron grandes gracias a la inmigración de millones de personas llegadas de todos confines de la tierra. Científicos, pensadores, artistas, escritores, deportistas, músicos, clérigos, granjeros, obreros,  capitanes de empresa y empleados  han puesto a lo largo de los años su enorme energía y creatividad al servicio de la construcción de un país que, bien entrado el siglo XXI, no termina de hacerse.

Del combate contra esa inmigración creadora se alimentó en buena medida el discurso incendiario de Trump durante su campaña de 2024.  Sus votantes respondieron a ese estímulo y ahora esperan que su gobernante actúe en consecuencia. En la inagotable paranoia del norteamericano medio los inmigrantes equivalen hoy a los marcianos de comienzos del siglo XX  o a los comunistas en tiempos de la Guerra Fría. Son los delincuentes de las grandes barriadas o los que dejan sin trabajo a los nativos… como si existieran norteamericanos nativos.

El cumplimiento de al menos parte de esa promesa es el gran problema de Trump. ¿Cómo hacerlo sin lesionar sectores productivos  que dependen por entero de la mano de obra inmigrante?  ¿De qué manera hacerlo sin vulnerar la libertad y los derechos humanos que su país dice defender?




Vistas así las cosas, lo de México, Groenlandia y Panamá parece ser, en principio, un foco distractor encaminado a desviar las miradas en otra dirección. Ningún capitalista en sus cabales va a  renunciar al colosal mercado mexicano en constante  expansión. Una disputa por Groenlandia con el Reino de Dinamarca y por lo tanto   con la Unión Europea en plena crisis con el imperialismo ruso no sería un buen negocio. Y Panamá… bueno, el de Theodore Roosevelt y sus áulicos era otro mundo.  Con el Medio Oriente ardiendo y sin saber muy bien cuál será la próxima jugada de la inescrutable China, aparte de los ya mencionados rusos,  la pirotecnia verbal de  Trump podría resultar poco menos que eso: fuegos de artificio en medio de oleadas   de inmigrantes que se cuelan por todas partes. Y no es para menos: en sus lugares  de origen la miseria y las violencias atávicas los empujan hacia un lugar, mitad quimérico y mitad  real que un día les vendieron como su tierra de promisión, es decir, como su propio  “ destino manifiesto”.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=Ee_uujKuJMI