Quien tiene el poder, tiene
el derecho
Max Stirner
El único y su propiedad
Hace dos mil trescientos años Aristóteles lo advirtió con toda claridad:
cuando la democracia se degrada deviene el caos y en el caos florecen los
tiranos.
Desde luego, en la Grecia de Aristóteles el concepto de democracia y
ciudadanía era algo muy distinto de lo que conocemos hoy, pero, en esencia, su
razonamiento sigue siendo válido ahora que tiranías de todos los tintes
ideológicos se enseñorean del mundo: del primero, el segundo, el tercero y del
último, es decir, del submundo de los que no alcanzan a ser ciudadanos en el
sentido moderno.
Dieciocho siglos después de Aristóteles, Maquiavelo volvió a señalar los
peligros de la tiranía, tanto en las páginas de El Príncipe como en los Discursos
sobre la primera década de Tito Livio.
Después de padecer dos guerras mundiales la humanidad creyó encontrar en la
democracia y sus instituciones sino el
mejor, al menos el más habitable de los mundos. El sistema electoral de mayorías
representativas y el equilibrio entre los distintos poderes garantizó durante
poco más de medio siglo- el que va del fin de la Segunda Guerra Mundial
al despuntar del siglo XXI- unos niveles de estabilidad que llevaron a
alimentar grandes esperanzas tanto en los líderes políticos como en el cuerpo
de la sociedad. El final de la Guerra Fría afianzo aún más esas expectativas,
a las que se sumó internet con su promesa de apertura, debate y
participación masiva de ideas y
propuestas.
La ilusión duró bien poco en realidad. La idea de que habíamos llegado al
fin de la Historia y de que el capitalismo y sus valores constituían el mejor
de los mundos posibles empezó a mostrar
fisuras por donde se coló el caos en sus distintas manifestaciones. Y con el
caos llegaron los redentores con sus siempre sugestivas promesas de salvación
basadas en viejos tópicos reencauchados: Patria, Seguridad, Orden, así
con Mayúsculas. Cuando las ideas- ya que
no realidades de Igualdad, Libertad y Fraternidad- implícitas en el
proyecto de la Ilustración y encarnadas en ciertas formas de democracia
dieron señales de agotamiento el terreno estaba abonado para que la gente, sobre todo en las clases
medias que hacen de la seguridad el sentido mismo de la vida, empezaran a
clamar en busca de hombres fuertes que les ofrecieran caminos firmes en medio
de la incertidumbre. No por casualidad al comenzar el nuevo siglo en Colombia un
tiranuelo llamado Álvaro Uribe Vélez hizo de esos anhelos su consigna electoral:
mano firme, corazón grande. Pero Colombia no dejaba de ser una Banana
Republic con ínfulas. Los vientos decisivos soplaban en otros lados:
Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña es decir, los que tienen el poder y
por lo tanto crean el derecho. A los demás solo les restaba inclinar la cabeza si no querían ser desterrados como legionarios del Eje del
Mal, esa etiqueta creada para justificar las incursiones de los tiranos.
Como la Historia suele repetirse con otros nombres, no es difícil concluir que
en la antigua Roma el Eje del Mal
eran los Bárbaros.
Pasados algunos años de finalizada la Segunda Guerra Mundial salieron
a la luz muchas cosas. Por ejemplo, mientras los gobiernos hablaban de defensa
de la libertad y los soldados norteamericanos y sus aliados morían en las
trincheras de Europa, la International, Telephone & Telegraph (ITT) les
vendía equipos de comunicaciones a los nazis de Hitler, al tiempo que la Ford
hacía lo propio suministrándoles motores para sus tanques. Negocio es
negocio, repetían a modo de mantra los tiburones de las finanzas.
Esos negocios despertaron temores que no tardaron en confirmarse: que el Estado,
esa figura considerada por Hegel como la manifestación del Espíritu en
el mundo, empezaba a mostrar síntomas de anemia: lejos de ser la balanza del
sistema de fuerzas que mueven la sociedad comenzaba a ser marioneta de las
grandes corporaciones, las auténticas dueñas del planeta. La democracia, que hasta
entonces había sido su sustento, se desdibujaba a la vista de todos. De ahí el odio
que los tiranos de nuevo cuño dicen profesar hacia el Estado … aunque
eso sí, todavía invocan los formalismos de la democracia, como el sistema electoral
para hacerse con el poder, poco importa si una vez alcanzado empiecen a arrasar
con todo lo demás.
Las evidencias afloraban con nombre propio en todos los rincones del
planeta: Trump en sus dos versiones en Estados Unidos; Putin y sus añoranzas zaristas;
Xi Jinping y su eficaz injerto de comunismo y capitalismo; Boris Johnson y sus
paranoias insulares en Gran Bretaña. Eso para no hablar de Netanyahu y su
voluntad de borrar a los palestinos del mapa porque es lo único capaz de sostenerlo
en el poder. Por su lado, el submundo engendraba sus propias caricaturas:
Bukele, Maduro y Milei son algunas de las más representativas a este lado del
planeta.
Todo proyecto político, por endeble que sea, precisa de una teoría. De una
mente que le brinde bases para convencer y aglutinar a los potenciales
electores y patrocinadores. El leninismo tuvo a Marx y Engels; el capitalismo
contó con su J. M. Keynes; el ultraliberalismo invocó a Friedrich von Hayek y
Milton Friedman, que a su vez tuvieron a Karl Popper.
Por frívolos que parezcan, los tiranos y tiranuelos del siglo XXI tienen
sus propios gurús. Francis Fukuyama no es el único. Uno de sus herederos es
Curtis Yarvin (1973), un norteamericano hijo del capitalismo digital- el que
está en todas partes y en ninguna como una divinidad laica- que pide sin rodeos
una dictadura corporativa capaz de sustituir a la que considera moribunda
democracia. Si hacemos memoria, la
dictadura corporativa era el sueño dorado de nazis y fascistas. Sólo que le
añadieron el ambiguo vocablo socialista para hacerla atractiva a las
masas. Uno piensa entonces en los
seguidores de Trump invadiendo el Capitolio, en Milei burlándose de los valores
democráticos y del Estado que el mismo preside, en Putin haciéndose elegir
una y otra vez, en Bolsonaro y sus delirios golpistas, en Netanyahu exterminando
a los palestinos y tiene los ingredientes para el caos perfecto, el que
justifica ante los consumidores de discursos políticos la vuelta de los viejos
tiranos ataviados ahora con los ropajes de la era digital.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:
https://www.youtube.com/watch?v=E0ozmU9cJDg&list=RDE0ozmU9cJDg&start_radio=1