jueves, 7 de febrero de 2013

Los frutos de la poesía




“ Bachué, señora del agua,
  Enséñame  a tocar
  La fina pelusa bermeja del zapote”
              José Manuel Arango

En la vieja   casetera  suena Purple  Haze, una canción de Jimi Hendrix devenida, como el Paint it black de  The Rolling Stones , parte de la banda sonora de una  carnicería convertida a su vez en hito cultural : la guerra del Vietnam. El soldado, apellidado Frazer, o al menos nombrado así por la pluma del escritor Michael Herr, está  acuclillado en lo más hondo de su trinchera en los arrozales  de las antípodas. Solo una cosa lo mantiene vivo: la fotografía de su  novia Caroline,  camarera en una tienda de  hamburguesas en una pequeña aldea del medio oeste norteamericano llamada , de manera premonitoria, Patmos, el  mismo nombre de la isla  donde  el San  Juan  del Nuevo Testamento tuvo sus visiones del fin del mundo. A  esa altura del camino, con la culata del fusil apoyada contra el pecho y un enorme cigarrillo de marihuana apretado entre los dedos  de su mano izquierda poseída  por un irrefrenable temblor, Frazer sabe  que la patria es una falacia urdida  por los políticos, la prensa y los  magnates de las grandes corporaciones. El miedo tiene una consistencia real, expresada en el sudor  que mana de cada uno de sus poros. A su alrededor estallan los morteros y los gritos agónicos de sus compañeros crean una suerte de coro del infierno. Entonces, como entonando una oración, ese muchacho negro repite una y otra vez el nombre de la chica que acaso lo olvidó unos minutos después  de despedirlo con un beso en la frente y una promesa de amor eterno a la entrada de uno de los hangares en un  aeropuerto  del ejército de los Estados Unidos de América.
Arrastrados- y arrasados – por esa imagen, asistimos  a uno de los episodios  definitivos en la historia del mundo después de la segunda guerra mundial. Para lograrlo, el  corresponsal Michael Herr no precisó de comunicados de prensa  emitidos por el Vietcong o por el comando del ejército norteamericano asentado en el lejano  oriente.  Tampoco echó mano de cifras estadísticas sobre el número de combatientes,  la proporción de muertos   por bando  o la cantidad de armamento utilizada en cada batalla. Nada de eso: le bastó con la dosis necesaria de poesía para recrear con palabras la pesadilla desatada por los poderes dispuestos  a aniquilarse  y acabar con  cualquier signo de  vida atravesado en la ruta  de sus intereses. Solo entonces, los habitantes del planeta empezaron a tomar conciencia del espanto desatado al otro lado del mundo por los señores del poder. Defendemos la libertad y la democracia, sentenciaban unos con calculado efectismo retórico. No cesaremos hasta alcanzar el reinado de la clase obrera en la tierra, replicaban los otros, embriagados por el tono de su propia pirotecnia.
Acaso sin ser conscientes de ello hombres  como Herr  hicieron de la  antigua y buena poesía el camino para mostrarnos los pliegues más ocultos de  la realidad. Ya lo había  hecho el viejo Homero o quienes se   ocultaran bajo ese nombre. Ambos sabían o sospechaban que solo el aliento de la palabra poética puede aproximarnos a lo más bello y siniestro de nuestra condición. “Vinimos a cubrir la guerra y esta  acabó cubriéndonos a nosotros” declaró el autor de Despachos de  guerra, un libro escrito con esa clase de  clarividencia  terrible y diáfana que gravita sobre los campos donde acontecen el  amor  y la muerte. Leyendo  los artículos de las revistas y periódicos contemporáneos, más parecidos a un  sumario notarial o a un reporte estadístico que a una recreación viva y palpitante de la aventura humana, uno no puede menos que añorar los tiempos cuando no eran los técnicos de la información sino los narradores, los filósofos y los poetas quienes se encargaban de redactar las noticias, las crónicas y las columnas de opinión. De ese modo nos enseñaban a  tocar la fina pelusa bermeja del zapote : esa parte esencial de la vida escamoteada por el pragmatismo y el talante utilitario de la moderna industria de la información.

PDT:  les comparto enlace a la mencionada canción de Jimi Hendrix
http://www.youtube.com/watch?v=W7-TvRpb8LA

8 comentarios:

  1. Increible ... ahora que estamos en los tiempos de la hiperinformación y que los medios electronicos nos permiten estar mas informados sobre los hechos desastrozos de nuestro presente... y nuestra historia y seguimos sin aprender, cometiendo los mismos errores y regresando a lugares conocidos.

    ese infierno esta muy bien representado en Peliculas como PLATOON o la DELGADA LINEA ROJA... Pero la mejor representación del horror de la guerra y del infierno es el personaje representado por MARLON BRANDO en APOCALIPSIS NOW de Francis Forcopola: Un militar que lleva el infierno adentro o es el infierno mismo.

    Saludos Maestro desde una galaxia muy, muy lejana.

    ResponderBorrar
  2. Gustavo, iba a poner algunos argumentos, pero sólo diré que está muy lindo el texto. Diré sólo dos cosas, yo no viví de lleno el periodismo como lo recuerda usted en el artículo, quizá porque se cruzó la rapidez de internet y con ello los periódicos no supieron valorar esta herramienta del todo, equivocándola con el que 'pega de primera pega más duro' así haya errores. Y ello, no sé de qué manera extraordinaria, lo llevaron al papel. Puede uno ver ortografía triste y notas que no tienen sentido.
    Lo otro, veo que usted es un buen seguidor de la vieja guardia, y lo digo de buena manera, su estado roquero tiene una relación con la década de los sesenta y setenta. Abrazos.

    ResponderBorrar
  3. La guerra, o “la fiesta mundial de la muerte”, como la llamaba Thomas Mann, para nosotros, muy chicos entonces, se reducía a películas o videoclips como el mentado Paint it black, que con seguridad, recuerdo que fue uno de los primeros videos musicales que vi (apenas conocía a los Rolling de oídas). Al ver esas imágenes tan románticas e inofensivas, con soldados trotando a la orilla del mar, y de fondo la música, mentiría si dijera que no se me hinchaba el corazón de alegría, de orgullo hasta cierto punto patriotero (cuánto daño han hecho a la psiquis de la juventud, MTV y sus imitadores). Con los años, ya más maduro, viendo muchas fotografías crudas del conflicto en Vietnam, -como aquella de la niña aterrorizada y con la piel quemada por las bombas de napalm- recién pude tener una idea más cercana del horror que sembraron los norteamericanos a título de defender la democracia y detener el avance comunista. Y con los nuevos conflictos, como el de Siria, la insensatez humana sigue más vigente que nunca.Gracias por la recomendación de Hendrix.

    ResponderBorrar
  4. Amigo Trejos: algunas de las películas obraron a modo de examen de conciencia colectivo de los norteamericanos por las atrocidades cometidas en nombre de nobles abstracciones. Una de ellas es Regreso sin gloria, protagonizada por John Voight y Jane Fonda.
    Otras se enfocaron , como quien dice, a dorar la píldora y a justificar la barbarie. La mayoría, claro, hacían parte del aparato de propaganda del Departamento de Estado, pero entre unas y otras se destacó un puñado de directores valientes, como el Coppola de Apocalipsis ahora, que nos regaló un puñado de postales del infierno para ayudarnos a conservar la memoria.

    ResponderBorrar
  5. Es curioso, apreciado José, como el siglo XX y lo que va corrido del XXI hicieron de la guerra y sus secuelas un asunto de película. Es más: algunos teóricos de la comunicación postulan que la Guerra del Golfo, con sus episodios I y II fue diseñada pensando en los códigos informativos de CNN. Suena a teoría de la conspiración, pero tiene su sentido. Recordemos nada más la estructura narrativa, basada en episodios destinados al consumo de los televidentes encontraremos que algo de razón les asiste.
    Bueno, Hendrix y sus canciones ilustran como ninguno a esa generación perdida destinada a morir entre los arrozales o a regresar a casa extraviada en los laberintos de la paranoia y el horror.

    ResponderBorrar
  6. Pues, mi estimado Eskimal, se me ocurre que instrumentos como los blogs son un buen pretexto para devolverle al periodismo su esencia: es decir, su condición fronteriza entre la literatura y la historia puede ser un buen camino para volver a los viejos relatos que nos ayudaban a comprendernos a nosotros mismos y al mundo en que nos fue dado vivir.
    Hacía mucho rato no escuchaba esa expresión: vieja guardia,para referirse a los talentosos músicos de rock encargados de componer la banda sonora para la vida de varias generaciones, entre ellas, claro, la mía.

    ResponderBorrar
  7. Gracias por recordarnos que la poesía, la buena poesía, también “es el camino para mostrarnos los pliegues más ocultos de la realidad”. La dificultad, claro, es que la urgencia del mundo moderno impide a muchos jóvenes ver el camino, y hablo de jóvenes porque ellos son el… cómo decirlo, la nave y la tripulación al mismo tiempo que la poesía necesita. Realidad y poesía. Dicen que la ciencia es la poesía de la realidad, y es cierto, pero allí están las cosas del corazón, que son tan reales como la gravedad. Y son tantas, sin necesidad de caer en el melodrama o la cursilería… pero ya estoy despeñándome en eso (es la gravedad), como un personaje de alguna novela de alguna Brontë, etc, etc, etc. Cierre de comentario.

    ResponderBorrar
  8. Ja. De despeñaderos también se ocupa la buena poesía, mi querido don Lalo. De hecho, la grandeza de algunos periodistas literarios reside en su habilidad para transitar siempre al borde de la cornisa, asidos a una metáfora capaz de ayudarnos a comprender- y soportar- la vida cotidiana, es decir , la materia con la que se amasan las noticias, las crónicas, los reportajes y las columnas de opinión.

    ResponderBorrar

Ingrese aqui su comentario, de forma respetuosa y argumentada: