jueves, 14 de enero de 2016

El camino del maíz




 Doña  Helena, la señora que vende golosinas de sal en una esquina de la carrera diez, en el barrio Berlín  de Pereira, está a punto de revolucionar uno de los productos claves en la identidad gastronómica  de la región andina colombiana: la arepa, esa especie de pan de maíz, que al lado de los fríjoles y la panela fue  la única fuente de sustento para tantas generaciones. Lo suyo es simple: dentro de poco empezará a vender arepas transparentes, por obra y gracia de los precios del maíz, que convirtieron  en objeto de lujo un alimento que  desde  hace siglos acompaña la dieta diaria de millones de personas en Colombia. Además , lo dice con un invencible humor negro: para  comprar  sus insumos a unos topes que se incrementan cada mes  y seguir sosteniendo  el precio  para sus clientes, sus arepas  tendrán  que  hacerse cada vez más delgadas, al punto que amenazan con alcanzar los límites de la transparencia. “Al menos así pueden mantener la ilusión de que están comiendo, como el que se conforma con mirar la foto de la novia  ausente” sentencia con una lucidez que ya desearían para sí los tecnócratas que diseñan las políticas agrarias y firman los tratados comerciales en esta tierra del nuca jamás.

 
Ya los mexicanos lo habían sufrido tanto que organizaron protestas  para defender el derecho a la entrañable tortilla que constituye la base de su  dieta diaria. Lo más grave de todo es que en ambos casos no se podrán  sustituir esos alimentos   con pan fresco, porque los derivados del trigo hace tiempo se convirtieron en una exquisitez impensable  para esa mayoría de la población que se ejercita en el milagro diario de la supervivencia. Así van las cosas en el que, según los ministros de economía de los países más ricos, es el mejor de los mundos   posibles: un paisaje donde la opulencia de unos contrasta con el  drama de millones que deben renunciar al    disfrute de las cosas que durante mucho tiempo produjeron en  sus huertas caseras.
“Ese es el mundo”, responde- cínico- un  administrador recién graduado A la frase le falta, por supuesto, el complemento: “Ese es el mundo que nos interesa”, debería decir. Ese mundo se expresa   en  acuerdos que  poco tienen de tratado y mucho de imposición.  Al tenor del discurso de la globalización desactivan y  paralizan la  producción en países enteros, garantizando así mano de obra, materias primas y condiciones tributarias  enfocadas a asegurar  las ganancias. 


A  ese panorama debemos sumarle  la última conquista  del capital: resulta que   los productos de la tierra  ya no se  destinan a  alimentar a  la gente, si no a llenar los vientres de  los automóviles y las máquinas que se  multiplican a un ritmo demencial, propiciando que los mismos gobiernos y sus aliados en el sector privado estimulen la apropiación de la tierra para destinarla al  negocio de los biocombustibles.  Por ese camino, además del maíz, productos  como la yuca y el  arroz han  pasado a formar parte del catálogo de privilegios monárquicos, al lado del faisán, el caviar y las trufas.
Los resultados de esas  decisiones letales saltan a la vista :  los granos dorados que aparecen en  los mitos  fundacionales de tantos pueblos como el origen mismo del hombre americano y que le han servido a  sucesivas generaciones  para sobrevivir y alegrar la existencia con la  diversidad  de pequeños prodigios que van de  la tortilla a la arepa, pasando por las cremas, las tortas y la mazamorra,  acabaron por  volverse tan  costosos que  en su puesto del barrio Berlín doña Helena decidió recurrir  a la última y desesperada fórmula de amasar arepas transparentes.

4 comentarios:

  1. Por lo mismo, yo siempre quise comer arepa con caviar rociado encima. Y bandeja paisa con Sauvignon de...

    Saludos. Cami.

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  2. Menos mal que usted es tacaño con las fotos, amigo Gustavo, que si no me hubiera dado hambre. Pensé que la arepa era estrictamente un preparado venezolano o quizá de la frontera común, por lo que me sorprende que sea también alimento básico de la región andina. En mi país, a pesar de ser unos habituales comelones del cereal (especialmente el choclo en mazorca o el cocido de maíz seco acompañando cualquier sopa), es muy raro encontrar pan de harina de maíz y mucho menos tortillas. Y eso que acá es más barata que la harina de trigo, que a menudo es importada. Hay cierto desdén por ese pan de pobre que parece encarnar el maíz, de ahí que no haya la costumbre de consumirlo. Pero lo que me cuenta de Colombia me asusta, no vaya a suceder que un día las transnacionales manipulen los precios de nuestras papas como andan manipulando las semillas con el asunto de los transgénicos. Una sopa boliviana sin papas sería una auténtica catástrofe para nosotros. Ah, y ¿qué es eso de “golosinas de sal”?, explíquese, por favor.

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    Respuestas
    1. Lamento informarle que ya lo están haciendo, apreciado José. Digo , lo de las transnacionales.
      De paso, le cuento que en Colombia acaban de aprobar el uso de la marihuana con fines medicinales. Y adivine quienes están detrás.

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