jueves, 19 de mayo de 2016

Morder el polvo




 El hiperbólico lenguaje del periodismo deportivo es pródigo en expresiones  bastante útiles para comprender el  talante impredecible del mundo. Por obvias razones, el tópico más socorrido de los analistas es el de las fronteras- siempre difusas-  entre el éxito y el fracaso.
Lúcido como siempre, don Raúl Faín Binda abordó el  asunto en su  blog de BBC Mundo el lunes 9 de mayo. Invocando una célebre cita de Rudyard Kipling (“Al éxito y el fracaso, esos dos impostores, trátalos siempre con la misma indiferencia”) don Lalo enfoca la mirada hacia el sentido que  en el mundo del fútbol moderno le damos  al concepto de  triunfo  o derrota.
Por supuesto, hablamos de un negocio que, como el del fútbol de alta competencia, está  envuelto en un tejido de intereses económicos y políticos en el que los niveles de exigencia trascienden los parámetros habituales. En esa medida, un  futbolista del torneo inglés cuya transferencia costó cien millones de euros está obligado a  un rendimiento por completo distinto al de un modesto jugador de la liga húngara, por  poner un ejemplo. Al primero se le exigen títulos en correspondencia  con la inversión. El segundo  puede darse por bien servido si su club salva la categoría. En esa misma lógica, un entrenador como Pep Guardiola es considerado por muchos como un fracasado por no haber  salido campeón de Europa con el Bayern Munich. Quizá  esté pagando por el hecho de haber ganado todos los títulos  disputados el año de  su estreno con el Barcelona: en la mirada de empresarios y periodistas todo lo que no supere ese registro es pérdida. El trabajo de una temporada, o de toda una vida, puede irse por la borda en un sistema de valores en el que está prohibido perder.


 Trasladadas a otros ámbitos de la vida, esas visiones  simplificadas del mundo pueden tener  graves consecuencias. En el cada vez más despiadado universo de la competencia laboral, profesional y comercial  se pasa del éxito   al fracaso en cuestión de segundos. El brillante ejecutivo de una corporación global que incumple las metas de ventas  tiene  tantas probabilidades de engrosar la lista de desempleados como el cajero de banco que se equivoca en las cuentas. Al final de la cadena  a ambos les espera una sociedad implacable con los perdedores.
Vivimos unos tiempos que sobredimensionan el éxito, olvidando de paso que  los aprendizajes para llegar a la cima están hechos de desastres. Es el síndrome de la tapa de revista: en la imagen del ganador que levanta su trofeo es imposible sospechar el largo y tortuoso camino de sangre, sudor y lágrimas recorrido por el héroe. Pero la gloria siempre es efímera.


En los estratos medios y altos se confina a los niños en burbujas  para que- como el Buda en su infancia- no vean el dolor del mundo. “Quiero que mi hijo no sufra lo que yo sufrí”. “Quiero  darle a los míos lo que yo no tuve”, son frases de  uso cotidiano entre padres abnegados.  El problema de esas prácticas reside en que el  ineludible despertar al lado oscuro de la vida es siempre doloroso: descubrir que el fracaso existe deja a más de uno sumido en la postración.
Por ese camino se priva a las personas del conocimiento que solo puede ofrecer la derrota. Morder  el polvo de vez en cuando siempre resulta saludable para el cuerpo y el alma: obliga a  mirarse  a sí mismo sin el lente de aumento de la alabanza ajena. Pero, sobre todo, nos recuerda que caminamos siempre  sobre una cornisa en  cuyo tránsito podemos desplomarnos si atendemos demasiado  al destello de los reflectores.


“Soy un pobre diablo/ y de mí nunca sabrán/ malgasté todas mis fuerzas/ en montones de promesas/ que eran falsas”, cantan Paul Simon y   Art  Garfunkel en  unos versos desolados y sabios. Siempre resulta provechoso  abrevar en  fuentes como esa, sobre todo en unos tiempos que nos escamotean la dosis de aprendizaje implícita en toda derrota por goleada.

PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

8 comentarios:

  1. Yo creo que de todos los deportes hay dos en donde la derrota puede llegar a ser más épica y memorable que la victoria: el boxeo y el ciclismo. Me estoy acordando de Rocky Valdéz contra Carlos Monzón y del tour de Francia que se le escapó el año pasdo a Nairo Quintana. Morder el polvo es otra variante de la gloria, quizá la más sublime.

    Cami

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  2. Creo que Rigoberto Urán empieza a aproximarse a esa condición de perdedor heroíco, apeciado Camilo. Hay incluso algo en su rostro que lo empuja a uno a la solidaridad con sus intentos fallidos. Los antiguos llamaban destino a los azares que se interponen entre el héroe y su meta. Urán tropieza en una piedra o resbala en el asfalto mojado cuando va de líder. "Pruebas de Dios", diría mi mamá.
    De cualquier manera todos sentimos una suerte de complicidad visceral con esas figuras.
    Ah... y más que afortunada su evocación de esa derrota-victoria de Rocky Valdez.

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  3. A veces, como menciona Camilo, la derrota puede ser épica. Casi nadie recuerda el nombre del primer hombre que llegó al polo sur; por el contrario, el capitán Scott pasó a la posteridad por su heroicos sacrificios que le condujeron a la muerte, luego de haber “fracasado” al haber llegado unos días más tarde que su competidor. Es curioso cómo se mide la variable del éxito según qué países y sus parámetros culturales: Johan Cruyff no pudo darle un Mundial a Holanda, pero casi ningún holandés duda de su grandeza y pocos lo tildarían de fracasado; en contrapartida, para una gran parte de los argentinos Messi está bajo sospecha permanente porque no logra colmar sus expectativas, como queriendo ignorar el cúmulo de sus logros personales y colectivos.

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  4. Apreciado José: no podemos olvidar que en los grandes mitos- y las gestas del deporte lo son- el héroe es a la vez víctima propiciatoria. A menudo se pasa de los altares a la hoguera, dependiendo del estado de ánimo y de los intereses de la masa.
    En la vida cotidiana , sucede con frecuencia que el exitoso es glorificado mientras permanece en la cima, para ser degradado después cuando emprende la retirada cuesta abajo.

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  5. Vale la pena recordar una respuesta de Jurgen Klopp durante la conferencia de prensa tras la caída del Liverpool ante el Sevilla, en la final de la Europa League. Le recordaron que esta era la quinta final que él perdía en forma consecutiva. (Una de ellas fue la de Champions League entre el Borussia Dortmund y el Bayern Munich, 1-2, en Wembley.)
    “El tema no soy yo”, dijo Klopp según informa The Guardian. “Ya sé, es más fácil decir ´he aquí un manager que pierde finales´. Ese es el problema. En realidad hay tantas variables envueltas que sugerir que el resultado de un partido como este [en Basilea] se reduce a un aspecto de la personalidad de un hombre, que tiene que ver, por ejemplo, con lo que ocurrió en Wembley hace tres años entre dos equipos totalmente diferentes es una simplificación risible. Lo mismo que sugerir que la victoria pueda atribuirse enteramente a lo que hace un manager, o el estancamiento, o la pequeña mejoría… Este tipo de razonamiento es restrictivo.”
    Una lección que conviene recordar, pero por favor no lleguemos al otro extremo de negar las responsabilidades individuales en las empresas colectivas.

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    1. Claro, don Lalo : si el barco se va a pique, el capitán no puede excusarse detrás de la ebriedad del timonel. Al fin y al cabo él es responsable de mantener el orden en la nave. Pienso en el relato de Jasón y los argonautas : si una de las piezas llega a fallar nos hubiésemos perdido el mito completo de El vellocino de oro.

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  6. Qué bien que mencionas a los Argonautas, Gustavo, porque en su declaración Klopp utilizó una palabra de origen griego, que recibimos del latín, stasis, que muy pocos ingleses conocen. (Así como pocos de nosotros conocen el equivalente español, estasis). Yo lo traduje como estancamiento, pero en realidad es detención de la evolución en las especies. Klopp es un técnico en evolución, lo mismo que Guardiola. Se me ocurren varios que están en estasis, pero tal vez mañana me prueben lo contrario.

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    1. Menuda palabra esta, mi querido don Lalo. En algunos casos significa quedar inmovilizado y en otros entrar en suspensión.
      En la primera acepción sugiere- solo sugiere- una condición inmodificable, mientras la segunda alude a hacer un alto en el camino , con el fin de recobrar fuerzas para seguir adelante.

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