jueves, 9 de junio de 2016

Peter Pan está de vuelta






 Tardé  un buen rato en averiguar quién era el padre y quién el hijo. Caminaba  unos cuantos metros detrás de ellos por  la carrera séptima de Pereira. Los dos lucían costosas zapatillas de colorines, camisetas  ceñidas al talle y  pantalones rasgados a la altura de las rodillas. Ah... y gorras de beisbolista  vueltas hacia atrás.
Cuando conseguí sobrepasarlos descubrí que el mayor tendría unos cincuenta años, mientras el menor  no pasaba de los veinte. La imagen transmitía una curiosa sensación : el muchacho parecía una versión prematura del progenitor. A su vez , este último  sugería una  caricatura del primero.
Más adelante vi a una mujer bastante entrada en los cuarenta, tratando de parecerse a su hija de quince: las dos  llevaban vestidos  largos a rayas y calzaban zapatillas converse blancas.
Días atrás contemplé la estampa de una  anciana con sobrepeso, embutida en  un elástico con palmeras estampadas.


Por supuesto, esas imágenes, que en principio quieren  comunicar  un mensaje de frescura y hedonismo, solo pueden resultar patéticas.
La razón es simple : todo tiene su tiempo en este mundo.
Bien sabemos que las cosas en apariencia frívolas, entre ellas la elección del atuendo, muchas veces nos dicen más acerca de  los anhelos profundos de la gente que los más densos tratados de filosofía.
Si lo vemos así, la obsesión por parecer joven constituye una clave de los tiempos. Dicho de otra manera :  queremos llegar a viejos, pero jóvenes.  La gente  abusa de las vitaminas, va al gimnasio, se practica cirugías, se somete a dietas y viste como si tuviera treinta años menos. Es su  manera de embarcarse en la máquina del tiempo.
Años atrás, niños y jóvenes querían parecer adultos. Todavía los vemos en los álbumes de fotografías, vistiendo oscuros trajes de paño y calzando  zapatos de charol.  A su vez,  las chicas   resultaban pequeñas réplicas de  sus  mamás : su temprana elegancia y su aire adusto todavía resultan conmovedores. Esa era su manera de declarar la voluntad de emanciparse del yugo impuesto por los mayores, tejido a  punta de autoritarismo y preceptos religiosos. Los muchachos no le temían a a las responsabilidades. Al contrario: querían escapar de casa y por ese camino se afirmaban como dueños de su destino.


En menos de medio siglo las cosas se han invertido. Leo en internet que en Estados Unidos  y Europa los jóvenes aplazan cada vez más el  momento para marcharse de casa. Si  cuatro décadas atrás esas decisiones se tomaban  antes de los veinticinco años, hoy tenemos hombres y mujeres de cuarenta   , no solo viviendo con sus padres sino a costa de ellos. El mundo empieza a poblarse de adolescentes eternos, encerrados en su concha  y eludiendo la responsabilidad de asumir la propia vida. “ Nosotros los jóvenes”,  le oí decir a un profesional de cuarenta años, que a pesar de tener un pregrado y una especialización a cuestas, se resiste a  hacer uso de ella para ganarse la sopa, como todo el mundo.


Les pregunto a varios expertos y, por supuesto, cada quien tiene su teoría. “ La sobreprotección de los hijos y los excesivos mimos están educando personas impedidas para  enfrentar la vida”, me dice una psicóloga  devota de Lacan. “La cultura del consumo y la concepción del mundo basada en los placeres epidérmicos han engendrado una sociedad signada por el miedo al envejecimiento  y al deterioro natural que conduce a la muerte” declara Fabián Díaz , un antropólogo experto en los pueblos del Putumayo. “Eso tiene que ver con la ampliación de las expectativas de vida.  Cuando   estas eran de cuarenta años una persona de  treinta ya era vieja. Hoy, esas  fronteras rondan los setenta y cinco años. Es apenas natural que alguien de cuarenta se sienta joven”, me explica Iván, un gerontólogo enfundado en una camiseta del Real Madrid.
Más allá  de las muchas razones, Peter Pan está de vuelta, con todo  y su hada Campanita. Wendy y sus hermanas rondan por ahí alentando el mito del niño eterno. El problema. El único problema, reside en que el capitán Garfio también anda al acecho, y no sabemos  qué se trae esta vez entre manos.

PDT:  les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
 https://www.youtube.com/watch?v=oAYiuFBqyLE

8 comentarios:

  1. Ja, ja, casi me siento aludido, pues estoy a catorce meses de llegar a los cuarenta y hay mucha gente que todavía me llama “joven” cuando salgo a la calle (en los micros, tiendas, etc), y eso que con la barba procuro echarme unos años encima. Fíjese también que sigo viviendo en la casa de mis padres impedido de abandonar el nido, por razones más bien económicas. Ya hubiera querido largarme hace muchísimo tiempo, pero como reflejan los estudios en varios países, cada vez es más difícil emanciparse, no tanto por comodidad, sino por la precariedad laboral y el aumento de la competencia. A esto hay que sumarle el difícil acceso a la vivienda que paulatinamente se ha encarecido, elevando por ende el costo de vida. Tal vez suene a excusa pero es lo que hay.

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  2. Ja, bueno,, apreciado José, asegúrese entonces de que su hada campanita lo mantenga lejos del alcance del Capitán Garfio. Con ese avieso sujeto nunca se sabe.

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  3. "Entre manos" tal vez no sea la expresión adecuada tratándose del Capitán Garfio, amigo Gustavo. Este personaje es un poco el patrono protector de un creciente sector de la juventud, que espera gratificaciones a cambio de nada. Bueno, Peter Pan también es castrador en este sentido, ¿no?

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    1. Bueno, entonces entre garfios, mi querido don Lalo. De paso, creo que es una buena expresión para definir a sujetos como Donald Trump, por ejemplo.

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  4. ¿Sabías que originalmente el ropaje de Peter Pan estaba hecho de telarañas y hojas otoñales? Si lo supieran Dolce y Gabbana...

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    1. Creo que ya lo descubrieron, mi querido don Lalo. Digo: los de Dolce y Gabbana ya pusieron en marcha una moda "ecologista"

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  5. Maestro, no solo el Capitán Garfio, también está el gran lagarto, el cual anticipaba su aparición en escena con el sonido de un reloj. Savater tiene una historia sobre Peter Pan que puede acompañar su entrada.
    Queremos seguir sosteniendo nuestra juventud, inclusive, nuestra infancia, trayendo de vuelta a aquellos héroes de ficción de la niñez dados por las caricaturas. Cuando supe que saldría una nueva película de Las Tortugas Ninja me emocioné, no lo niego, pero el resultado fue imponer un dibujo calcado de lo que fuimos a este tiempo, además de leer en cine una mala historia. Queremos hacer presente todo, sin pasado o futuro. No aceptamos otras narrativas, o, si las aceptamos, las tomamos para evadir la nostalgia, ese lugar incierto y bello de la memoria y el olvido.

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  6. No queremos saber nada de la Historia, de las historias, apreciado Eskimal. Ambas traen bastantes cosas incómodas a cuestas y bien sabemos que estos son los tiempos de la comodidad, del no comprometerse.
    Ah, y mil gracias por la recomendación de Sabater.

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