jueves, 21 de julio de 2016

Caperucita feroz




 Caperucita Roja se  calza sus  zapatillas Converse blancas  y parte rumbo a un After party. “Vuelvo en tres días”, dice y mamá le recomienda no abusar de las pastillas de colores y, por amor a Dios, no dejarse embarazar.
¿Novedad?  Por supuesto, no. De niños ya sospechábamos  que nos engañaban con los cuentos de la cigüeña,  el duende y toda una antología de moralejas enfocadas a controlar los apetitos humanos, demasiado humanos.  Años más tarde, los freudianos, obsesionados con el falo, nos dirían  que el pico de la cigüeña era una sublimación (qué curioso el traslado de esa palabra del reino de la química al de la psique) del órgano sexual  masculino.
De modo  que el libro “¿Puro cuento? ¡A que  no te sabías el de Caperucita Roja!”, escrito por el profesor Cristian Bohórquez supone no tanto una revelación como una recordación: en algo más de cien páginas el autor nos conduce  por las múltiples versiones de esa obra que ha acompañado  la formación- o deformación- de varias  generaciones de niños y adultos en  occidente... y oriente, porque, entre otras cosas, la lectura sugiere remotas raíces chinas.


Si  los  cuentos y leyendas abrevan en una fuente común o mundo de los arquetipos, como lo llamara el sicólogo Carl Gustav Jung, esta lectura de Caperucita nos devuelve a  las raíces mismas de la tradición judeo cristiana.  Asuntos como el  pecado y la culpa, con sus correspondientes nociones de castigo y redención , palpitan en el relato desde el momento mismo  en  que la madre  le recomienda a su hija no desviarse del camino y cuidarse muy bien de  no estropear  ( “ no romper”, se lee en algunas  traducciones)     las viandas que le han sido encomendadas.
Según  algunos intérpretes, la abuela  representaría la tradición, que debe ser traicionada para que la vida empiece a transitar por otros caminos: los que emprende Caperucita cuando desatiende  las recomendaciones  maternas y se detiene en  los claroscuros  del bosque a explorar toda cosa nueva: flores, pájaros, mariposas, aromas y, sobre todo, los llamados de su propio cuerpo.


Como todos sabemos, al final de la jornada, en lugar de la abuela la aguarda el lobo, vale decir, el macho seductor y depredador que, luego de un sugestiva escena en la que la adolescente se desnuda y se mete en la cama  con él, le revela  los misterios de la sexualidad y la devuelve al mundo convertida en una mujer, con todo y sus facultades sexuales y reproductivas.  Como nos lo recuerdan otros exégetas, el color rojo de la prenda es a la vez   símbolo de la pasión y de la menstruación  como el momento en que el cuerpo femenino   emprende el tránsito hacia otras dimensiones.
Y es aquí donde el  verbo comer se despliega en todas sus acepciones. El señor lobo se come a Caperucita. ¿Cómo sustraerse a la evidente connotación sexual de la expresión? Por lo demás, la figura deviene  imagen mística en la liturgia cristiana cuando los fieles  ingieren el cuerpo de  Cristo.  También tiene  componentes iniciáticos en las leyendas donde los vencedores  en la batalla devoran el cuerpo del vencido. En los tres casos: el sexo, la liturgia  y el combate, se trata de incorporar al propio ser la  energía vital del otro con el fin de hacerse más fuerte o, acaso, más sabio.

                                                            Charles Perrault

En algunas  versiones, incluida  la más conocida de Charles Perrault, sobreviven la abuela y  Caperucita. En otras, solo la muchacha consigue salir con vida del trance. Pero en todas las circunstancias la chica vence los poderes del lobo: se lo come de manera real  o simbólica y vuelve a casa  investida de una nueva fuerza: el poder  sobre  su propio cuerpo. Ahora es también una iniciada, una bruja.
Los detractores del  sicoanálisis dirán que se trata aquí de una lectura obvia y acaso maniquea. Sus  fieles devotos  insistirán en la forma como el relato nos conduce a los pliegues  del inconsciente.  De mi parte me limitaré a decir que, entre otras cosas, el libro me devolvió a un momento de la infancia que creía  irrecuperable: la hora de la noche en que mi tía Teresita nos leía el cuento, mientras el niño que fui intentaba descifrar, sin más ayuda que la imaginación, el misterio oculto en las piernas doradas de mis pequeñas primas, a punto ellas a su vez de hacer su iniciación  en los arcanos de Caperucita Roja.  Pero eso ya sería escarbar demasiado en los meandros de la propia memoria y correríamos el riesgo de  enredarnos en un berenjenal.

PDT :  a falta de una, les comparto enlace a dos bandas sonoras de esta entrada:
 https://www.youtube.com/watch?v=ife23FDNxow
 https://www.youtube.com/watch?v=HDLLXUaqZxg

4 comentarios:

  1. ¡Vaya casualidad!, justo hoy cuando me proponía efectuar mi siesta mediterránea, pasaban en un conocido concurso de tv. español, el dato de que Perrault recién publicó su primer libro de cuentos infantiles a los 69 años. Así que el viejito tenía intenciones muy “verdes” a la hora de urdir sus historias, y mire que yo, como muchos niños, disfruté inocentemente (o ingenuamente) con sus relatos. ¿Sería tanto así?, digo, ¿lo del trasfondo freudiano de su obra? No sé, este nuevo libro me huele a imitación de cierta obra de Ariel Dorfman, donde hilaba hasta la paranoia con un personaje de Disney.

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  2. Apreciado José : en lo personal, descreo por completo de esas cirugías freudianas o jungianas sobre lo que ellos llamarían " El inconsciente literario". Pienso que la creación artística es algo más complejo e indescifrable, que no se puede reducir a una suma de pulsiones " sublimadas".
    Pero bueno, cuando uno reseña libros se limita a exponer algunas claves implícitas o explícitas de los mismos. Lo demás es la elección y la aventura personal de cada lector.
    Ah.. eso sí, no me cabe duda alguna de que Perrault era todo un viejo verde.

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  3. Mira vos, justamente ayer, visitando el Museum of Moving Image de Melbourne, vi un corto de animación inspirado en El Ruiseñor y la Rosa, el relato de Óscar Wilde. La protagonista central es una ruiseñor hembra (dibujada con senos de mujer y grandes pezones rojos, por si no captamos la alusión de entrada), que se sacrifica para que el estudiante del que está enamorada tenga en su jardín una rosa roja. Para lograrlo, su corazón debe ser atravesado por la espina del rosal (las imágenes son virtualmente de un coito en esto) y la sangre, mmm, como en una eyaculacion (también la semejanza es notable) llega a la rosa, tiñéndola. La realización del corto de animación es descojonante, pero la conexión sexual tan clara que ahora pienso que tal vez yo estoy tan corrompido por la llamada cultura popular que he perdido de vista la sensibilidad de los poetas. ¿Que diría el profesor Bohorquez?

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  4. Ja. Menuda pregunta le transmitiré al profesor Bohórquez. Como diría Iván Rodrigo Garcia, amigo y editor del blog Lector Ludi, esto de abordar la literatura en clave freudiana y jungiana puede dejarnos extraviados en todo un berenjenal-

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