jueves, 4 de agosto de 2016

Cosas de roqueros




Tenía diez años cuando mi primo Pacho me puso en contacto con el delirio en persona: una grabación en vinilo de una obra de los Iron Butterfly que, en la práctica, era la banda sonora de toda una generación. Supongo que  ya lo sospechan: se trataba de In-a-gadda-da –vida y allí estaba resumido todo, o al menos casi todo: las ansias de libertad, una furia latente contra algo indefinido, el propósito de demoler el mundo edificado por los adultos y la negativa  a dejarse absorber por el sistema… aunque a la vuelta de unos años el  sistema  nos hubiera tragado sin compasión.
En ese bosque denso de  sintetizadores y guitarras eléctricas alentaba además el anhelo aplazado de inventarse un mundo en otra  parte ¿Dónde? No hagan ese tipo de preguntas, pues en eso consiste la esencia de la utopía: en no conocer el nombre del lugar donde acontecerá el milagro.


Fue de esa manera como empecé mi tránsito por esa música que abreva en las fuentes más inesperadas: en las fugas de Bach y los compases de Mozart, en los músicos rusos de finales del siglo XIX, en las plegarias elevadas en las iglesias, en las leyendas rurales inglesas y en las canciones de los campesinos negros marginados a orillas del Mississippi, narradas por el genio de Mark Twain, el más políticamente incorrecto de los escritores de su tiempo.
Pero hay todavía más: las puestas en escena de Frank Zappa, de quien no se puede precisar si es un   director de teatro, un músico del Renacimiento, un provocador político, un compositor de rock, un  actor porno, un genio del humor negro y unas cuantas cosas más.
¿Cómo olvidarse de la poesía  que Paul Simon y Art Gartfunkel van desgranando mientras atraviesan con sus botas de siete leguas las noches desoladas de Nueva York?
Puedo  seguir enumerando y me perdería en un bosque infinito de bandas y solistas de este género que es, para mí, la música de fondo del siglo XX con sus guerras y sus desnudeces,  con sus políticos venales y sus consumidores voraces, con sus fabricantes  de ilusiones y sus desastres en masa.


Como una legión de viejos compinches  transitan por el desfiladero de mis insomnios. De B.B King a Deep Purple, de Bob Dylan a Janis Joplin, de Yes a Jethro Tull, pasando- cómo no- por los venerables The Beatles y The Rolling Stones, cara y cruz de una misma moneda. Ellos resumen el desconcierto de varias generaciones  marcadas por unos tiempos de vértigo cuya seña de identidad es la desmemoria y su destino final el olvido.
Hasta donde puedo recordar, la vida no ha hecho nada distinto a darme regalos. Terribles unos, sublimes otros, pero impagables todos. Entre  los segundos me prodigó la fortuna de encontrarme con un muchacho llamado Alejandro Patiño, de quien no sé a qué horas aprendió tanto de música, de todas las músicas  que en el mundo han sido. Con él me di el lujo de hacer un programa en un pequeño canal de televisión local, patrocinado por la locura temporal de otro enviado del cielo: Jorge Alberto Marín. Se llamaba Tiempo de Rock, una suerte de tertulia audiovisual en la que indagamos por la impronta que esta música de guitarras dolientes y versos luminosos  ha  dejado en  el muro de los tiempos: la economía, la familia, la religión, la política,  la literatura, el cine y la sexualidad ¿Recuerdan “Chelsea Hotel”, esa plegaria en la que el poeta Leonard Cohen le agradece a Janis Joplin la redención fugaz de una mamada?


Es media noche y escucho a Lou  Reed, un poeta de alcoholes y penumbras habituado a transitar por el lado más bestia de  la vida. Quizá  solo Tom Waits se haya acercado   un tanto  a esa manera suya de cantar desde el centro mismo de su herida abierta.
Como una premonición, con esos dos músicos se cerró, por física  quiebra del patrocinador, el ciclo de Tiempo de Rock. Alejandro sigue orientando su programa  Rock sin Fronteras en la Emisora Cultural de Pereira. Por mi parte, me levanto  a escribir letanías como ésta, para agradecerle a la vida y a mi primo Pacho el  don de esta música que me mantiene vivo, o mejor dicho: medio  muerto a veces, pero vivo a pesar de todo.

PDT: les comparto enlace a la (obvia) banda sonora de esta entrada

6 comentarios:

  1. "Sigue tu camino, hijo descarriado", dice una de las más memorables canciones de Kansas. Tremenda entrada, don señor, cómo no rezumar pasión con ella. Yo también creo que el rock es una suerte de género literario, una especie de romancero vulgar y sucio del siglo XX, y por eso me arriesgo a lanzar la que podría ser su Arte Poética: Logical Song, de Roger Hodgson y Supertramp.

    https://www.youtube.com/watch?v=-vvMboQ8Epc

    Cami.

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  2. Qué maravilla Camilo. Digo, eso de " romancero vulgar y sucio" resulta de veras sublime.
    Y sí Logical Song resume en buena medida la intención, o al menos una de las intenciones de esta entrada.

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  3. Describes tu descubrimiento de nueva música, de tu nueva música, como una experiencia purificadora. También lo fue en mi experiencia, pero ahora tengo la sensación de que los jóvenes reciben las nuevas experiencias como un ejercicio de desesperanza, de condenación. Es la época, dirán, y si, tienen razón, es la época.

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    1. Un rito de iniciación: ni más ni menos esa ha sido mi experiencia con la música, mi querido don Lalo. Nada distinto de los antiguos pueblos primitivos, que hacían de sus ritmos y coros una forma de conectarse con lo sagrado.
      Y si : lo grave es que así es la época.

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  4. Ya decía un amigo mayor, hace unos, que si Mozart, Beethoven, Bach y demás genios hubiesen vivido en nuestra época, con seguridad hubiesen compuesto rock y no otra cosa. Como yo estaba en pañales en esta materia (y creo que lo sigo estando) creí que mi amigo exageraba por no decir que estaba loco. Ahora que leo su exquisita entrada puedo percibir que en cierto modo él tenía razón. Desafortunadamente yo llegué muy tarde a beber de la música rockera, y no tenia ningún guía que me pusiera en el sendero o me hiciera degustar unos vinilos. Ni hablar de programas exclusivos de radio para ilustrarse un poco. Las “cosas de rockeros” siempre gozaron de mala fama en este país encerrado en su folclorismo. Menos mal que llegó el internet para subsanar el retraso de alguna manera.

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    1. Bueno, como reza el dicho " Nunca es tarde para descubrimientos", apreciado José. Usted ya lo ha expresado : en esa especie de Aleph llamado Youtube puede empezar a hacer sus propios hallazgos. Al fin y al cabo, este universo del rock es infinito.

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