miércoles, 15 de febrero de 2017

El legado de Pocahontas





Desde que, aupado por los medios de comunicación y las redes sociales, Donald Trump pasó de ser un atrabiliario hombre de negocios  a convertirse en presidente de los Estados Unidos de América,  le he seguido  el rastro a las posiciones asumidas por muchas personas  frente al fenómeno.
Están los desaprensivos, que lo ven  como un pintoresco- aunque tétrico- proveedor de material de trabajo para los caricaturistas del mundo  entero.
Existen los paranoicos, convencidos de que un día de estos el tipo oprimirá un botón y se desencadenará el infierno nuclear en el que pereceremos todos calcinados. Conozco un director de teatro que incluso le fijó   fecha al Apocalipsis en versión Yankee: 4 de julio de 2021.
Ubicados entre las dos líneas aparecen  los que  afincan  sus esperanzas en el conocido pragmatismo político y económico de los estadounidenses. Según esa tesis, cuando empiecen a escasear los consumidores, la mano de obra y los votos inmigrantes, alguien echará  mano de las leyes  y emprenderá una  batalla jurídica que conduzca a su destitución.


De mi parte, prefiero ubicarme en primera fila a ver como este individuo, que parece escapado de las  tiras cómicas y  cuya educación política empezó  en un reality show, camina sobre la cornisa de su propia desmesura y amenaza con despeñarse ante las  cámaras que animan el espectáculo.
Porque en realidad, Trump y lo que él  encarna es nada más que el desenlace ineludible de la vieja demencia norteamericana desnudada   por sus escritores y artistas desde el momento en que los peregrinos del Mayflower pusieron pie en  la nueva tierra.
Después de todo, el magnate es apenas otro entre los herederos de Billy the Kid, el más certero cazador de mexicanos de todos los tiempos.
Si disponen de tiempo me acompañan en el recorrido.
Según una variante de la leyenda, la princesa Pocahontas nació dotada con un himen sismo resistente. Así las cosas,  el capitán Smith no tuvo otra alternativa que asaltar la fortaleza con cañones de alta potencia. Resulta entonces que uno de los mitos  fundacionales de la nación americana es el resultado de una violación.


En Vineland, la novela de Thomas Pynchon, los pájaros de una granja californiana les roban la comida a los perros y acaban ladrando y  persiguiendo a los automóviles que cruzan la autopista interestatal.
Esta vez nos encontramos a las puertas del delirio.
En Moby Dick, el capitán Ahab persigue  a la ballena blanca con un empeño parecido al fervor metafísico.
Toda la urdimbre de la novela está definida por esa obsesión.
Sumo y sigo: en un  breve relato de Sam Shepard, escritor, actor y baterista de rock, una muchacha agoniza  con la palanca de cambios de una vieja camioneta incrustada en la vagina, después  de recibir una sobredosis de  afrodisiacos.
La furia sexual completa de esa manera el otro fragmento roto del espejo en el que los norteamericanos llevan contemplándose desde que abandonaron la vieja Europa para  adentrarse  en lo innominable, esa palabra tan cara a los relatos de Howard Philips Lovecraft.
Podríamos seguir enumerando y nos perderíamos en una madeja de historias cruzadas por las  viejas y conocidas señas de la identidad humana: Violencia, delirio, sexo y obsesiones. Y no es que esas cosas sean exclusivas de los norteamericanos, pero estos sí que han sabido convertir esos ingredientes en  la materia misma del alma nacional, al punto de atravesarlo todo: la cultura, la religiosidad, la economía, la música, las relaciones con el mundo y, por supuesto, la política.


Esa materia alienta  en los presidentes asesinados a lo largo de su historia cuando los precarios engranajes de la democracia dejan de funcionar. Palpita en las secuencias de las películas porno, tan parecidas a una cadena de montaje: es la fría y calculada válvula de escape a siglos de puritanismo y represión.  Galopa al ritmo de guerras prefabricadas por los negociantes de  armas y por los profetas del destino manifiesto.
Tomo aliento y  persigo esas señales  en las pesadillas de Edgar Allan Poe o en las aldeas olvidadas de Faulkner. En los grises arribistas de Saul Bellow o en los punkeros sin presente de Garth Risk  Hallberg. En las puestas en escena de Frank Zappa o en las invocaciones de Cohen y Dylan.
Si tienen tiempo y paciencia, podemos andar y desandar todos los caminos. Siempre volveremos al punto de partida  para confirmar que  Donald Trump, ese personaje que podría haber sido engendrado por Los Muppets, es apenas la síntesis, la versión perfeccionada  de una insania que ya  se agitaba en la mirada esquiva y en el aire crispado  que se advierte en los retratos de los padres fundadores.

PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.

5 comentarios:

  1. La insania, ese nombre que Gustavo emplea para denominar la locura estadinense,tan vinculada por cierto a lo religiosidad calvinista, es el gran síntoma de toda la sociedad contemporánea. Lo único particular es que los estadounidenses -siempre fungiendo como pioneros- supieron decantarla en la figura presidencial de esta reencarnación de Daredevil llamado Donald, el mismo nombre del travieso pato que ayudó a construir otro imperio ahora también en declive.

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  2. La insania, ese nombre que Gustavo emplea para denominar la locura estadinense,tan vinculada por cierto a lo religiosidad calvinista, es el gran síntoma de toda la sociedad contemporánea. Lo único particular es que los estadounidenses -siempre fungiendo como pioneros- supieron decantarla en la figura presidencial de esta reencarnación de Daredevil llamado Donald, el mismo nombre del travieso pato que ayudó a construir otro imperio ahora también en declive.

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    1. ¡Daredevil! nunca mejor escogida una palabra para resumir la esencia de todo ese montón de ingredientes que, cocidos a fuego lento, dan como resultado un plato- o un pato- llamado " alma americana". Yo añadiría que, además de travieso, ese pato es bastante avieso.

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  3. Usando una vieja idea de Shakespeare, William Faulkner también presagió que el mundo completo podría ser nada más que el rumor aturdido en la cabeza de un retrasado mental, y la metáfora acá no es gratuita.

    Cami.

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  4. " ... a tell told by an idiot" reza la frase, que parece una sentencia bíblica, apreciado Camilo.
    Una vez más, asistimos a una reedición de ese relato.

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