viernes, 11 de agosto de 2023

El coraje del barrio

 





A la fecha, San Judas debe ser el barrio del Área Metropolitana donde habitan más hinchas del Deportivo Pereira por metro cuadrado. Cuando juega el equipo, sus calles son un flamear de banderas rojas y amarillas: parecen pájaros de fuego que presagiaran el resultado del partido.

En la frontera entre San Judas y Colegurre un hombretón con el rostro surcado de cicatrices tiene tatuado en el pecho un enorme escudo del Pereira, como si el corazón le hubiese aflorado a ras de piel.

Desde luego, no es sólo en San Judas. 2500 Lotes, La Habana, San Fernando, Alfonso López, Tokio, Samaria, Galán, Ciudadela del Café, Berlín, Corocito, Camilo Torres, Galaxia, Nacederos y unas centenas más son por estos días un hervidero de peregrinos que se desplazan en bus, en auto, en moto, en bicicleta, a pie o en lo que puedan hacia el lugar donde acontece el milagro: el estadio “Hernán Ramírez Villegas”.

Ni el mismísimo sacerdote Antonio José Valencia, cuya estatua futbolera recibe a sus feligreses en la entrada del templo-estadio acabaría de creerlo: el equipo que tantos padecimientos  terrenales le causó ya está instalado en los cuartos de final de la Copa Libertadores de América edición 2023. Como para poner a prueba a los hombres de poca fe.



                                                 Estatua del padre Valencia

Si señores. La Copa Libertadores. El torneo ganado por equipos de leyenda como el Santos de Pelé, el Estudiantes de Zubeldía, el Independiente de Santoro y Pastoriza, el Nacional de Maturana y… dolorosamente para los hinchas del Pereira, el Once Caldas de Luis Fernando Montoya, Juan Carlos Henao y compañía.

No sé dónde andarán ahora quienes un día dijeron que sólo esperaban ver al equipo campeón para morirse en paz. Si cumplieron la palabra empeñada, Dios los tenga en su gloria, pero se perdieron lo mejor del banquete, la parte donde el coraje del barrio hecho equipo de fútbol revivió cuando menos se lo esperaba.

“Tiempos como todos/ de vileza y fraude”, escribió el poeta Juan Gustavo Cobo Borda. Sí. No son estos tiempos para romanticismos en ninguna de las esferas de la vida, incluido el deporte y en  especial el fútbol. Controlado por grandes corporaciones y carteles mafiosos, lo suyo es una batalla feroz y sin escrúpulos por acaparar los mejores futbolistas- eso dicen- del planeta. Clubes que, en el colmo del cinismo, controlan casas de apuestas que no dudan en torcer los resultados cuando así lo exige el negocio.

Pero volvamos a la buena hora del Deportivo Pereira, “el pereirita” como le dicen los fanáticos más fieles, los niños, adultos, viejos y ancianos, hombres y  mujeres que lo han acompañado en los momentos más aciagos, cuando a las tribunas a duras penas llegaba un millar de personas.

Por eso resulta tan grato ver jugar a estos tipos, dirigidos   por Alejandro Restrepo, un joven entrenador capaz de hacerles creer que podían imponerse en la liga local y luego ganarle a Boca Juniors, a Colo Colo, al ascendente Independiente del Valle y a unos cuantos más.

Y ahí van. Sin figurines, sin estrellitas insoportables, empujados por el coraje del jugador de barrio o de vereda. Ese que juega por el sólo gusto de hacerlo. Cada balón es disputado con la obstinación del guerrero convencido de que en ello le va la vida y el honor de su dama, es decir, de la hinchada, voluble e impredecible, pero dama al fin y al cabo.

En un medio donde los deportistas viven más pendientes de los rizos y de la imagen que venderán ante las cámaras, es un lujo ver a veteranos como Carlos Ramírez, Ángelo Rodríguez y el capitán  Jhonny Vásquez, con pinta de camajanes de esquina, dejarse el alma y el pellejo en cada jugada. Es tan contagioso ese espíritu, que hasta el ciclotímico portero Aldair Quintana, capaz de sembrar el pánico entre los hinchas con sus impredecibles actuaciones, tiene su cuento.

Así son las cosas cuando se va de buena onda.

                                                              Isaías Bobadilla

Nada surge por generación espontánea. Siempre somos deudores de una herencia, de una tradición. Mucho de la legendaria “Furia Guaraní”, alienta en esta panda de futbolistas. El viejo Isaías Bobadilla, rudo defensor central paraguayo que llegó al Pereira en la década del sesenta, me lo dijo años después de su retiro: “Nosotros hicimos de Pereira nuestro hogar, nuestra familia. Por eso jugábamos así”. A lo mejor allí reside la clave de todo.

Como todo ritual digno de ese nombre, el fútbol forja su propia estela de mitos y leyendas. En la historia del Deportivo Pereira, aparte de la mencionada “Furia Guaraní” y del padre Antonio José Valencia, el gran mito se llama “Chila”, la fiel devota, gozosa y doliente que acompañaba al equipo hasta en los entrenamientos. Poco importaba si el amor de su vida ocupaba los primeros o últimos lugares de la tabla. Si estaba en la primera división o en la segunda. Así eran los grandes amores.


                                                              "Chila"

Amargados de tanto acumular desastres, los seguidores del equipo empezaron a propagar la conseja de que “Chila” era la causante de tanto infortunio. Por eso, sólo después de su muerte podría conjurarse el maleficio. Eso decían los muy ingratos.

Como nada de este mundo le importa ya- salvo el Deportivo Pereira, claro- supongo que la vieja “ Chila” debe estar ahora muerta por segunda vez de pura dicha, convencida  de que desde el cielo los  triunfos del equipo saben mejor.

 

PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=pG8OVvLXH5k

 

2 comentarios:

  1. Saludos querido Gustavo. Como siempre, es grato conocer las pulsiones de ciudad desde su pluma. El Deportivo Pereira es una historia de amor y de desamor, pero siempre, de lealtad. Va un abrazo.

    Diego eFe.

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  2. Me alegra tenerlo de nuevo por aquí, apreciado Diego. Si, al menos para quienes amamos el fútbol, no deja de de sorprender que cuanto más perdida sea la causa, más se afina la pasión.
    Muchas gracias por el diálogo.
    Gustavo

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