viernes, 18 de agosto de 2023

El alfabeto para todos los hombres

 




      “Busca la luz/ como el insecto alado

       Y en sus fulgores a inundarse acude”

              Poema de Salomé Ureña, dedicado a su hijo Pedro

 

 

“Clásico es un autor que todo el mundo cita, pero nadie lee”, reza un célebre aforismo.

Al menos parcialmente, la frase en cuestión cabe al dedillo para referirse a la obra del escritor dominicano Pedro Henríquez Ureña. Y aquí asistimos al primer malentendido: lo de dominicano  vale apenas como formalismo para el registro civil, porque el  pensador fue- y es- en realidad un hombre de  América o, para ser más precisos aún, hombre de Hispanoamérica, esa curiosa entidad nacida a la lumbre del encuentro entre la vieja Europa y los pueblos que habitaban el pedazo de tierra recién descubierto, que en principio los exploradores  confundieron con las Indias.

En ese sentido, el ensayista fue un perpetuo exiliado, no en el sentido de desterrado, sino en el de andariego incansable en busca constante de sus señales de identidad como individuo, así como las de la sociedad en la que le fue dado vivir: Hispanoamérica, incluyendo en esa categoría a Brasil y a otros países cuya lengua nativa no es el español.

Y digo parcialmente, porque varias generaciones de académicos, intelectuales y escritores si tuvieron un contacto temprano, no sólo con la obra de Henríquez Ureña, sino con su dimensión de ser humano abierto a todos los misterios y a todos los pueblos del mundo. Lo que antes se llamaba un cosmopolita, un ser dispuesto a dialogar con las múltiples facetas del universo, de donde se deriva la noción de Universidad.

 Esos encuentros con el universo engendran el humanismo y, por ese camino, al humanista. Henríquez Ureña pertenece a esa estirpe ya extinguida y avasallada por los hiperespecialistas.

Las citas al gran ensayista son recurrentes: en distintos tiempos y lugares, Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Ezequiel Martínez Estrada, Ángel Rama, Sergio Pitol o Rafael Gutiérrez Girardot escribieron sobre la vida y obra de ese pensador y escritor que se propuso materializar el que acaso sea el más  ambicioso propósito del humanismo: llevar el alfabeto a todos los hombres.

Pero lo suyo no fue solo un proyecto alfabetizador. Ese era en realidad el punto de partida para  poner en marcha una idea de más amplias y hondas proyecciones: transformar  los individuos y la sociedad desde el ámbito de la educación y la cultura, entendidas como herramientas para ampliar la capacidad de juicio ético y estético.

Sobre esa idea fundó Henríquez Ureña su utopía, la que él consideraba guía y aliento para conducir a los hombres hasta un mundo donde el sueño de la justicia y la dicha sobre la tierra tuvieran un sentido distinto al impuesto por las grandes estructuras de poder político y económico.


                                                          Pedro Henríquez Ureña

La utopía posible

Aunque suene a oxímoron, la clave del pensamiento de Henríquez Ureña reside en su convencimiento de que la Utopía (así con mayúscula) no sólo es posible sino necesaria. Entendida así, su obra es la bitácora de un viaje en esa dirección.

De esa bitácora lúcida y entusiasta se ocupa el narrador, poeta, ensayista y profesor universitario William Marín Osorio en su libro titulado: “Pedro Henríquez Ureña entre los archivos históricos y la Biblioteca Americana. Hacia la fundación de un   archivo continental”, auspiciado y editado por la Universidad Tecnológica de Pereira. A lo largo de 328 páginas que comprenden cinco capítulos, aparte de anexos y referencias documentales, Marín   Osorio planta las bases para un propósito personal y profesional: la creación de un cuerpo de lo que denomina webgrafías, enfocado a la  creación del archivo  continental sugerido en la segunda parte del título.

¿Extenso el título? Claro, de ese tamaño era la Utopía del pensador y ensayista. Su idea de la Biblioteca Americana iba mucho más allá de un catálogo de libros o de la formulación de un listado de obras canónicas. Lo que el escritor buscaba era una visión lo más amplia y diversa posible de los poetas, cronistas, cuentistas, novelistas, historiadores y filósofos que a través de la palabra escrita  intentaron dar cuenta del mundo que surgía y se transformaba ante  sus ojos: América

Para acercarse a la vida y obra de su objeto – o mejor dicho, su sujeto- de estudio, el escritor William Marín construye su propia bitácora de viaje. El resultado es un recorrido que lo lleva a  Estados Unidos, Argentina, España y México en busca de los archivos  y voces testimoniales que lo ayuden a dar cuenta de lo que significa Henríquez Ureña para el mundo  hispanoamericano. Con obstinación de espeleólogo, Marín remueve archivos, desempolva documentos y revive testimonios que nos devuelven intacta la figura del ensayista como el gran maestro que fue.




Porque quienes lo conocieron de cerca lo evocan como un maestro en el más puro sentido de esa expresión: la de un ser generoso, dispuesto a compartir sus descubrimientos con todo aquel que quisiera escucharlo. Lejos estaba del autor elitista que levanta un muro de conceptos impenetrables entre su yo y el mundo. Lo suyo era una suerte de   socialismo romántico que tomaba del cristianismo la figura de la compasión, entendida como la capacidad de ponerse en lugar del otro y comprender así su singularidad.

Sólo de esa manera, se capta en toda su plenitud el propósito de poner el alfabeto al alcance de todos los hombres. Vistas así las cosas, se entiende la decisión del mexicano José Vasconcelos de convertirlo en compañero de viaje en el proyecto de llevar la educación a todos los lugares y en todas las formas, emprendido por el gobierno de Obregón.

En su recorrido, el escritor William Marín desvela la figura del Pedro Henríquez Ureña profesor en Buenos Aires o en Estados Unidos; su vocación de fundador de editoriales (el Ateneo de la Juventud fue el germen del Fondo de Cultura Económica); su condición de crítico riguroso y generoso a la vez; su trabajo como articulista de periódicos que lo convirtió en precursor del llamado Periodismo Literario y su rol como gestor de proyectos académicos.  A medida que avanzamos en la lectura nos encontramos con figuras fundacionales en lo que se dado en llamar “lo hispanoamericano” : para empezar, Simón Bolívar y su maestro Simón Rodríguez. Luego vienen Jorge Enrique Rodó, José Martí, Rubén Darío, Andrés Bello, Juan Montalvo, Mariano Picón Salas, Domingo Faustino Sarmiento, José Carlos Mariátegui y Esteban Echeverría, junto a los españoles Marcelino Menéndez Pelayo y Ramón Menéndez Pidal, así como los colombianos Germán Arciniegas, Baldomero Sanín Cano y Rafael Gutiérrez Girardot.




A modo de “senderos que se bifurcan”, feliz título de Borges invocado por Marín, la investigación  aborda  una selección de títulos de  Henríquez  Ureña que nos invitan a tejer y destejer los caminos de Hispanoamérica. Son ellos:

Seis ensayos en busca de nuestra expresión.

La Utopía de América.

Las corrientes literarias de la América Hispánica.

La historia de la cultura en la América Hispánica

Es fácil adivinar que, en realidad se trata de un único texto que se despliega y vuelve una y otra vez sobre sí mismo. En ese entretejer se adivina la atmósfera de El banquete de Platón, y su repercusión en los grandes espíritus del porvenir, Henríquez Ureña entre ellos. Para éste, América es ante todo una comunión del espíritu asumida como utopía, pero no en el burdo sentido de delirio o de irrealidad  sino en el de desafío  para hombres capaces de pensar que otros mundos son posibles y de actuar convencidos de ello. La utopía es en este caso una siempre renovada voluntad de perfeccionamiento.

Pedro Henríquez Ureña es uno de esos hombres. De ahí la importancia del libro que el escritor William Marín nos ofrece a modo de estímulo para acercarnos a una obra que no cesa de extender sus límites.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=apDBE4t8DlM

 

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