La gran literatura es pródiga en imágenes que al final resultan premonitorias. En El Castillo, la perturbadora novela de Franz Kafka, el narrador que mejor supo poetizar la angustia contemporánea, de repente se nos habla de una ventana que, de vez en cuando, “daba destellos de locura”.
Al otro lado del
mundo, más o menos por la misma época, el gran Roberto Arlt despliega en Los siete locos- a mi modo de leer, la
mejor novela de la literatura argentina- una sucesión de estampas de los
tiempos por venir, en las que Buenos Aires obra a modo de metáfora de un mundo
en constante desintegración, regido por las normas del malevaje.
En ese sentido,
cada página de Los siete locos es una
ventana que da destellos de locura.
Eso, para no
hablar de la narrativa norteamericana que vino después. Basta con adentrarse en
las novelas de Thomas Pynchon, David Foster Wallace o Jonathan Franzen- no por
casualidad devotos del rock, esa música que todo el tiempo da destellos de locura-
para darse de bruces con mundos a los
que la manida etiqueta de “ realismo
mágico” les queda corta.
¿O que es, si
no, la sacralización de los espectáculos de masas y las series televisivas como
último ritual de un mundo en disolución? No por azar, los personajes de Pynchon
y Wallace a menudo parecen salidos de un reality
show donde la vida cotidiana es
perpetua parodia de sí misma. Igual que en la obra de ficción de Arlt, la
sociedad norteamericana, y por lo tanto mundial, está gobernada por las normas
del crimen organizado.
Son las normas
que subyacen en El bueno, El Malo y El
Feo, la película de 1966 dirigida por Sergio Leone y protagonizada por Clint
Eastwood, Lee Van Cleef y Eli Wallach, apodados Blondie, Sentenza/ Angel Eyes
y Tuco, en ese orden.
La anécdota es
simple: tres hombres muy violentos se disputan un botín de doscientos mil
dólares enterrados en un cementerio durante la Guerra Civil. Cada uno de ellos posee un fragmento del mapa
del lugar donde está escondida la caja con el dinero, así que no tienen
alternativa distinta a la de unirse a pesar del odio que se profesan.
Lo que se desata
es un juego geopolítico. El mapa puede ser el de la tierra entera y más allá.
Los bandidos son los dueños del capital que anhelan acumular más y no
encuentran otra salida que firmar una tregua si quieren hacerse con el botín.
Son los tiempos de la Guerra Fría y
la intuición poética de Leone se puso a prueba para construir esta parábola
surcada por destellos de locura.
Vietnam fue eso.
África y América Latina fueron eso: delincuentes en guerra por un tesoro que de
vez en cuando pactaban un alto el fuego para redefinir la línea de las nuevas
fronteras. Poco importaba si aldeas enteras de los arrozales asiáticos tenían
que ser arrasadas con Napalm. Mucho
menos peso tenía la decisión de poblar continentes enteros con dictadores de
bolsillo encargados de “restaurar el
orden, la democracia y los valores liberales”, según la manida frase que
hizo carrera en labios de Henry Kissinger, una suerte de
Ángel Exterminador- el Angel Eyes de la película de Leone- con licencia para
sembrar la muerte en todos los rincones de la tierra, excepto en su propio
país, claro. Como pueden ver, no es sólo
la ventana de la novela de Kafka: es el mundo entero el que da destellos de
locura.
Esos destellos
conducen a los personajes de Pynchon, Wallace, Franzen y Arlt a los manicomios,
a las sectas religiosas, a las drogas, a los espectáculos de masas y a la más
extrema violencia, como esos individuos de la Norteamérica contemporánea que
irrumpen con una ametralladora en una escuela o en un centro comercial y
disparan sin piedad contra toda criatura viviente que se cruce en su camino.
En un organismo
enfermo todo es síntoma. Y la sociedad
humana es presa de la insania desde el comienzo de los tiempos. Dense una
vuelta por el Antiguo Testamento, la
Roma de Cicerón, la Francia de la Revolución, la Unión Soviética de los
bolcheviques, la Norteamérica desde los Peregrinos
del Mayflower y verán. Asesinatos, corrupción, codicia y mentira andan a la
orden del día. Y sucede así porque esas cosas no alientan en el afuera. Todo lo
contrario: anidan en lo más hondo del corazón humano. Un día si y otro también,
crujen los diques de la llamada civilización, la bestia que somos se desata y
convierte el mundo en un Armagedón,
el lugar donde, según el Apocalipsis de
san Juan, tendrá lugar la batalla del juicio final.
Ustedes ya
saben: los poetas siempre se adelantan y tienen un don sobrenatural para captar
los destellos de la locura en todas las épocas.
“Dime de qué presumes y te diré qué te hace falta”, reza un viejo proverbio oriental que evoco a menudo. Como hoy,
por ejemplo, cuando pienso en los miles de libros, páginas web, canciones,
series televisivas y películas que
pregonan la idea de la felicidad en abstracto; de la defensa de la libertad, la
democracia y los derechos; del Home, sweet
home a modo de evangelio; de la incitación constante al consumo como fuente de dicha terrenal.
Tanta insistencia resulta sospechosa. Es en ese punto donde me vuelve de golpe
la imagen de esos destellos de locura que el visionario Franz Kafka o el lúcido
Roberto Arlt atraparon para siempre en las páginas de sus novelas.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
https://www.youtube.com/watch?v=w772GXG5LnE
Gustavo.
ResponderBorrarSus escritos siempre nos remiten a la pregunta de los filósofos del siglo XX, a saber, si lo que vivimos actualmente es "cultura" o "capitalismo de ficción". La línea es delgada, y quienes la han olfateado, han sido los escritores y los sociólogos. Kafka, Arlt, Wallace, Pynchon y otros, posiblemente, fueron los últimos escritores de la locura, del eterno retorno, del vacío que hoy se llama "entretenimiento" o "vida ciudadana".
Saludos
Diego eFe
Como siempre, es grato tenerlo por estos pagos, apreciado Diego. Y, como siempre, son los grandes
Borrarpoetas y los escritores de ficción los que descorren los pliegues de la realidad y nos dejan inermes frente al abismo.
Mil gracias por el diálogo.
Gustavo