Los otros Dorados
Igual que tantos
semejantes en los confines del mundo, los hermanos de Ordilio González bajaron desde Jericó,
Antioquia, atendiendo al llamado de las leyendas que yacían guardadas por
embrujos indígenas en las cuevas
del cerro Gamonrá.
Corría el año de
1902 y Colombia ardía en medio de la Guerra
de los mil días.
Familias enteras
buscaban refugio en las selvas gobernadas por
indígenas, serpientes y fugitivos de otras batallas.
A 2600 metros de
altura el cerro fue desde un comienzo una fortaleza casi infranqueable para los
conquistadores que, encabezados por Jorge Robledo, venían desde Antioquia buscando la estela del oro dejada
por los relatos que circulaban de boca en boca entre los pueblos indígenas.
Entre las muchas historias estaba la del cacique Guaticam.
En pugna
constante con sus vecinos asentados en el Valle de Umbría, en Irra y en Arma, el cacique habría enterrado
lo mejor de sus tesoros en enormes cuevas cavadas por sus hombres en lo más
profundo del cerro. Para reforzar la seguridad invocó al panteón de divinidades
grandes y pequeñas que habían acompañado
a los suyos desde el comienzo de los tiempos.
Por agua no iban
a padecer los aventureros de antes y de ahora. El territorio está surcado por
un ramal de ríos y quebradas bautizados con nombres como : Río Frio, quebrada Castillón, Río del Oro, Opiramá, Tarqui, El Salado,
Ocharma, La mesa, Sirva, El Jordán, Agua Bonita, El Caucho, La Carmela,
Paraíso, Los Chorros, Cristalina, Albarán, Guaravita, La Esperanza.
En los libros de historia se dice que el primer asentamiento fue
fundado en 1537 por un pueblo indígena
comandado por el cacique Guaticam. Pertenecían a la familia Anserma, a su vez
un ramal de los caribes.
La familia de
Ordilio González caminó con sus bestias y cacharros a la orilla del río Cauca
alimentándose de arepas de mote y carne salada. A la altura de Irra emprendieron el ascenso a través de
interminables cortinas de niebla para descender luego hacia una hondonada en la que se apretujaban menos de cien casas:
Era el distrito de Nazareth, creado en
1892. Su cabecera era Guática, hasta que en
1986 se unieron y configuraron un solo asentamiento en el Alto de Mismis.
Para 1905 el nombre había cambiado. Ahora el lugar se llamaba San
Clemente hasta que en 1921 Guática se convirtió en municipio del
Departamento de Caldas.
Pero eso son
cosas de la política. Al no encontrar
oro en Gamonrá, los González, que ya se habían reproducido en el camino,
siguieron de largo, vadearon el río Guática y más tarde el de las Loras, antes
de internarse en las selvas del Chocó, de donde no volvieron a salir hasta treinta años después, para asentarse
definitivamente en tierras de Riosucio,
Caldas, donde se dedicaron a plantar café y maíz.
Ven a calmar mis
males
“Tú eres mi amor/ mi dicha y mi tesoro/ mí
solo encanto/ y mi ilusión”.
Es noviembre de
2017. Una insistente llovizna empapa de
a poco a la multitud que se congrega en
la plaza municipal de Guática.
Han llegado de
todos los lugares de Colombia: De Cundinamarca y Antioquia; de la Costa Atlántica y del Valle del Cauca. Otros
viajaron desde países tan
distantes como Canadá, España, Inglaterra y Chile.
Como dice María
Eugenia, una rubia oxigenada llena de joyas: “El gasto y el viaje valen la pena. Son las fiestas del regreso y uno
tiene que ahorrar otros cinco años para
volver”.
Vive desde hace
diez años en Girona, Cataluña. En su
mano izquierda empuña una botella de
aguardiente y lleva una hora escuchando
cantar a Genaro González, descendiente lejano de Ordilio, el mismo que pasó por
aquí hace más de un siglo, buscando el oro de Gamonrá.
María Eugenia,
que nada sabe de esas historias, no para de cantar bajo la lluvia siguiendo el
hilo de la voz de Genaro:
“Ven a calmar mis males/ mujer no seas tan
inconstante…”
De niña bebió
los versos de esa canción en la voz de
Julio Jaramillo, el ecuatoriano que se encargó de la educación
sentimental de varias generaciones de latinoamericanos.
A media noche,
acostada en su cama solitaria de dama otoñal en la vieja Cataluña, la
tararea y de repente se le arremolina en la sangre el rumor de amores
ya olvidados.
Entre otras
cosas, la canción le devuelve el aroma de la cebolla que ascendía en la
madrugada de las plantaciones de su padre, antes de que llegaran guerrilleros y
paramilitares con su hálito de ruina y los obligaran a empacar maletas sin
tiempo siquiera para llamar a los perros.
“Yo te daré mi fe /mi amor/ todas mis ilusiones tuyas
son”.
María Eugenia
nada sabe de la historia de Ordilio y
sus mayores, pero en esta fría noche de Guática
sus voces se hermanan para emprender un fugaz viaje de regreso al
paraíso perdido.
Aunque mañana,
al despuntar el alba, todo sea otra cosa.
Con aroma a
cebolla.
Augusto Trejos
ronda los sesenta años y es, como el
mismo se define: “Un tipo hecho de esta tierra”.
Hecho: no solo nacido.
Dejemos las cosas claras
Así lo
atestiguan sus brazos duros y sus manos
que parecen enormes terrones
petrificados.
Son las cinco de
la mañana y está bebiéndose su primera taza de café del día. Después vendrá una
veintena más.
Ah… y un paquete
de cigarrillos Pielroja antes de que caiga el sol.
Hay algo de
litúrgico en esa manera suya de beber el café, aspirar el humo del cigarrillo y
mirar el cielo.
Esa
sensación se acentúa todavía más cuando
cuenta su historia con una voz densa, lenta y siempre enfática.
“A la mitad de cuarto de bachillerato abandoné mis
estudios porque no resistía más el llamado de la tierra”.
“El llamado”, dice: como
si faltara algún detalle para completar su aura sacerdotal.
“Tendría quince años, al finalizar los años setenta, cuando
abandoné los estudios y me consagré por entero a la tierra. Por esos días mucha
gente vivía de cultivar cebolla para abastecer el mercado nacional. Aquí llegaban los
camiones y uno se entendía con los
intermediarios que la negociaban en las plazas de abastos de Bogotá, Cali y
Medellín. El pueblo era sano y pacífico, porque ya estaban lejos los días de La Violencia
cuando la gente amanecía macheteada en los caminos.
“O al menos eso creíamos. Porque estábamos en el mejor
momento cuando empezó a aparecer gente armada. Que venían de Antioquía- eso decían- de
Riosucio, de Belén y de Quinchia. Muy pronto empezaron a cobrar cuotas por
dejarnos trabajar la tierra ¡Nuestra propia tierra, imagínese!
“Muchos vecinos empezaron a vender sus fincas por
cualquier cosa, pero nosotros resistimos. Un día nos reunimos alrededor de un sancocho y, empezando por mi
papá, tomamos la decisión de que no íbamos a feriar lo que nos había costado
una vida entera de trabajo.
“De aquí solo nos sacan con las patas por delante –
dijo mi papá, se santiguó y sacó una vieja escopeta que solo servía para
espantar gallinazos- Y aquí estamos. Hemos cambiado de la cebolla
al café, del café a la ganadería, de la ganadería al lulo, del lulo vuelta al
café y ahora al aguacate. Por lo menos
dos docenas de campesinos murieron o
salieron huyendo. Yo no los juzgo,
porque estaban defendiendo la vida de los suyos, pero siempre he pensado que
ser un desterrado es otra forma de
morirse”.
Y aquí está Augusto Trejos. Más vivo que nunca,
sobreviviendo a su paquete diario de Pielroja
y acariciando el lomo de un perro llamado Tarzán, un héroe de otros
tiempos.
Ni héroes ni
mártires.
Cuando le cuento
la historia de Augusto, el profesor Argemiro Porras abre los ojos con
admiración. A las tres de la tarde está sentado
a una de las mesas de El Cafetín,
un concurrido bar del centro de Pereira
que por estos días anda sobre excitado por la llegada del Mundial de Fútbol de Rusia 2018.
La segunda
vuelta de las elecciones presidenciales ha sido opacada por el fervor
futbolero. En lugar de Petro y Duque se habla de James, de Messi, de Neymar y
del regreso de Perú a una Copa del Mundo
“Como guatiqueño, risaraldense y colombiano, espero
que no vaya a volver la violencia por estas tierras. La historia de Augusto
Trejos es un ejemplo de coraje, pero no todo el mundo está dispuesto a correr
esos riesgos.
“Yo vivo en contacto permanente con mis paisanos y
cuando nos reunirnos a tomar un café o a bebernos una botella de aguardiente con música de Gardel y Olimpo
Cárdenas empezamos a hacer la cuenta de los que murieron, de los que
salieron hacia otras ciudades o de los
que se fueron del país y que a veces vuelven por navidad o para las fiestas del
pueblo en noviembre. Son personas que a
lo mejor hubiesen preferido seguir en su
tierra y que ahora trabajan duro en otros lados.
“Pensando en todas esas personas, no puedo evitar devolverme al momento en que escuché hablar
de unos tales Héroes y mártires
de Guática para referirse a una
desmovilización paramilitar. Eso parecía
un chiste cruel. No fueron ni héroes ni mártires, como tampoco lo
fueron los guerrilleros, los narcos y
otros grupos que llenaron el pueblo de dolor.
Gracias a Dios y el tesón de la gente, ahora se
trabaja para recuperar la tranquilidad y el bienestar perdidos.”
Los pasos
perdidos
Argemiro se
pensionó como profesor de álgebra, pero su auténtica pasión es la
Historia. En su casa del barrio San Luis
de Pereira atesora decenas de libretas en las que a lo largo de los años ha
consignado datos recogidos de aquí y de allá: libros ,notas de prensa,
conferencias, talleres, cursos, programas
de radio y televisión.
“Me perdonarán los historiadores profesionales, pero
eso de la colonización antioqueña es una verdad a medias. Lo que hubo fue una
invasión tan nefasta como la de los conquistadores españoles.
“No podemos olvidar que estas tierras fueron parte del Estado del Cauca, y en medio
de la lucha con los paisas nosotros quedamos entre fuegos cruzados, tanto en el
sentido figurado como en el real. Al
estar tan lejos de Popayán, el poder político
y económico de Antioquia aprovechó para enviar avanzadas de colonos que
en muchos casos ocuparon tierras que ya
habían sido desmontadas y cultivadas por otros.
“Me parece que si queremos conocer a fondo nuestra historia debemos
deshacer buena parte de los pasos
perdidos y permitirnos así otras miradas.
Es lo que trata de hacer una gringa llamada Marion con varios municipios de la
región: darles vuelta a las cosas para mostrarnos las otras caras.”
La gringa y el
camino
En
realidad, La gringa ha pasado un par
de veces por Guática, pero en otro plan: sumergirse en las montañas para
fotografiar los animales del bosque. Como tiene ancestros mexicanos y habla un
español perfecto ha conseguido pasar inadvertida al cruzar rumbo a la Cuchilla de San Juan, a La
Cristalina, a La mesa, a la mina de cuarzo, al Cerro de las Peñas y,
por supuesto, a Gamonrá el lugar donde nacieron y todavía nacen las leyendas.
En sus archivos
fotográficos conserva imágenes del Guppi, la iguana, la culebra cazadora, la
lomo de machete, la falsa coral, el conejo sabanero, el pato, el ganso, la
zarigüeya, la ardilla, la tortuga icotea y unas cuantas especies más.
Ahora se propone
llegar hasta Puerto de
Oro, el punto más lejano de Risaralda, en compañía de un grupo de
estudiantes de la Universidad Nacional que les siguen el rastro
a los viejos colonizadores que se internaron en las selvas del Chocó en
busca del mineral.
Muchos de ellos
solo encontraron una cruz a la vera del
camino.
Pero La gringa cree que la caminata vale la
pena.
“Excuse me, but I don¨t miss my
land: This land is a great miracle. Por ahora camino. Ya
tendré tiempo de continuar mis estudios de Historia”.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:
https://www.youtube.com/watch?v=HMVIs5_ojpE
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