martes, 17 de octubre de 2023

Paranoicos y autocensurados

 




Dicen que el sentido común es el más escaso de todos. Sin embargo, a menudo es necesario apelar a esa noción casi inexistente.

Pues bien, el sentido común enseña que el respeto mutuo es condición indispensable para la convivencia entre los seres humanos. Sin ese  requisito estaremos siempre a punto de regresar a la horda, al extermino por un “mírame y no me toques”.

Hasta ahí todos estamos más o menos de acuerdo; pero de un tiempo para acá, como tantas otras cosas de la vida, la idea de respeto empezó a desvalorizarse al punto de perder por completo su sentido. En un mundo donde la corrección política o, lo que es lo mismo, la hipocresía en estado puro, son norma de conducta, exigir respeto se convirtió en un camino expedito para eludir cualquier tipo de responsabilidad cuando alguien nos emplaza o cuestiona, aunque lo haga con argumentos sólidos y con razones fundadas.

Para no correr riesgos, todos nos volvimos paranoicos y optamos por la autocensura: es la manera más segura de escapar a un linchamiento en las redes sociales o en los medios de comunicación, esas formas modernas de la guillotina. Es aquí donde surge una paradoja: todo el mundo exige respeto, al tiempo que no se respeta a nadie: ¿Se han fijado en la forma como se tratan los políticos a través de sus cuentas personales? El que calumnia asegura sentirse calumniado, de modo que el consumidor de información acaba por extraviarse en un laberinto de  imprecisiones encontradas.




De esas cosas se ocupan las Agencias de Comunicación Política, otro eufemismo- cómo no- para referirse a las fábricas de mentiras y confusión tan apetecidas en tiempos de elecciones. Los caudillismos de toda laya, independiente de su filiación política, manejan esos recursos mejor que nadie. Si nos ocupamos sólo de América, incluido el mundo anglosajón y francófono, encontramos que los ejemplos abundan. Al contrario de lo que recomiendan los procedimientos del derecho, en este caso cualquier cosa que se diga, cuanto más sucia mejor, puede ser usada en provecho propio. Por eso los mandatarios gobiernan a través de sus redes sociales: es más efectiva una  hábil campaña de desinformación que una buena gestión de gobierno. De Trudeau y Trump hacia abajo, todos se aseguran una suerte de inmunidad, sin que sus actos demanden el mínimo rigor ético.

Pero no sólo es en el campo de la política: los discursos de género, de etnia, de religión o de militancia en  alguna causa, noble o no, siguen la  misma línea de conducta

Por esa ruta, la prostitución del concepto de derecho alcanzó niveles de degradación que harían revolverse  a  pensadores como Kant o  Erasmo, para mencionar sólo a dos.




En esa nube de confusión, los llamados ciudadanos de a pie sucumbimos a cada vez más refinadas formas de alienación, un virus más letal que los revelados por los epidemiólogos, porque nos priva de la capacidad de razonamiento y nos impide formarnos un criterio acerca del mundo y de nosotros mismos.

¿Cómo voy a respetarme y respetar a otros, si me perdí en medio de la paranoia y la autocensura?

Con todo, la vacuna existe. Se llama pensamiento crítico. Si apelamos a ese reducto,  dispondremos de  elementos de juicio para tomar distancia de la avalancha que nos arrasa  desde el mundo de la política, de la publicidad y de sectas de todo tipo.

Ustedes se preguntarán dónde está esa reserva de pensamiento crítico. Para empezar, aunque muchos no lo crean, está en el legado de quienes nos precedieron en el mundo. Y no me refiero a los grandes pensadores y poetas, sino a los descubrimientos cotidianos de quienes aprendieron en el camino conceptos como ética y moral, fundamentos de toda forma de respeto. Son el  soporte de las viejas religiones o de axiomas heredados de los griegos y tomados por ellos de viejas sabidurías orientales: el budismo es un buen ejemplo de respeto por toda criatura viviente.

Así las cosas, no es absteniéndonos de pensar y de formular nuestras opiniones en público como podremos recuperar algo de lo perdido. Todo lo contrario: si volvemos a las fuentes, estaremos mejor dotados para responder con altura al insulto   y a la difamación. Al ojo por ojo verbal o audiovisual podremos replicar con ideas vigorosas y, sobre todo, claras, precisas y concisas. Si seguimos ese sendero nos descubriremos de nuevo frente a lo más sencillo: que un argumento bien fundamentado lo puede todo frente a todas las variantes posibles de la maledicencia.

  A esa altura del camino,  a lo mejor el concepto de respeto empiece  a recobrar su antiguo valor.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=ZiMurnldYqU

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